domingo, 27 de junio de 2010

Grandes hombres

Estas semanas, por una causa o por otra, tres importantes personajes de la literatura y la ciencia han sido destacada actualidad.
En primer lugar, José Saramago. Su multitudinario entierro en Lisboa me recordó las palabras con las que comienza su libro “Intermitencias de la muerte”: “Al día siguiente no murió nadie...” Seguro que le sirvieron para afrontar con serenidad, desde su convencido ateísmo, los momentos finales de su vida. “Entraré en la nada y me disolveré en átomos”, así describió hace ya cinco años lo que sabía no tardaría en llegar.
Saramago fue un escritor tardío. Dedicó su juventud a conocer el mundo y no le gustó. Por eso se puso a escribir. Para cambiarlo. Desde el respeto a los demás y también a sí mismo. Nunca calló y el paso del tiempo le fue haciendo cada vez más libre. En su blog “Los cuadernos”, cuya lectura recomiendo vivamente, se puede comprobar como en sus últimos años arremetió con la misma valentía y claridad de siempre, contra la mafia de Berlusconi, la dictadura castrista y todo lo que entendía atentaba contra la libertad y la dignidad de los seres humanos. Hasta el final fue capaz de mantener aquello “de no hacer nada en la vida que avergonzara al niño que fui”.
Pero por encima del compromiso social y político, está su imaginación desbordante y su enorme capacidad para crear fábulas. Utensilios, máquinas, puertas… se rebelan contra una dictadura imaginaria en “Casi un objeto”. El ochenta y tres por ciento de la población vota en blanco en “Ensayo sobre la lucidez”… Y, como esas, otras muchas delicias literarias que no conviene perderse.
Acabó sus días en las desoladas montañas de Lanzarote, de las que decía “traían la luz”. Nieto cabal de su abuela, una humilde campesina del Portugal más profundo, de la que nos contó las penúltimas palabras: “con la serenidad de sus noventa años y el fuego de una adolescencia nunca perdida, murió diciendo: el mundo es tan bonito... y yo tengo tanta pena de morir”. Al final todos volvemos a los que nos precedieron. También Saramago, el hombre libérrimo que nunca tuvo miedo de pensar por sí mismo.
Con escasa atención desde los medios, este año se conmemora el cincuenta aniversario de la muerte de Don Gregorio Marañón, uno de los personajes capitales de la Medicina en la España del siglo XX. Marañón fue, además de eminente científico, un intelectual comprometido en un difícil periodo histórico: los años anteriores y posteriores a la guerra civil. En su magna producción literaria pueden encontrarse ensayos sobre historia, sexualidad –trató el mito de Don Juan en distintos trabajos- y política. Admirador de Galdós, se opuso frontalmente a la dictadura de Primo de Rivera que consideraba un freno a la necesaria modernización del país. Pero sobre todo, su figura señala el comienzo de la preocupación social por la salud pública en España. De alguna forma, Marañón es el precursor de la sanidad tal como ahora la entendemos. Él fue uno de los hombres que hicieron posible el gran cambio en las condiciones de vida de los españoles desde aquellas Hurdes -que él describió en su “Memoria” del año 1922- hasta el actual estado del bienestar. Justo es reconocerlo también ahora, como hace 50 años lo hizo la agradecida multitud que le acompañó en su entierro en Madrid.
Y para finalizar el terceto, no me resisto a incorporar al matemático Perelman, conocido por resolver la imposible “Conjetura de Poincaré” y no acudir a recoger el millón de dólares que un Instituto francés le otorgó por ello. Tampoco aceptó donarlo a una institución benéfica, lo que en ocasiones se hace para sustituir la “pasta” por la admiración del público. A Perelman no le interesan el dinero, la fama o el reconocimiento. Sólo la pasión por las matemáticas. Puede parecer un excéntrico pero es admirable. Los grandes hombres abren caminos inesperados en los tiempos de oscuridad. Quizás sea el caso de Perelman.
Tres hombres ilustres que encuentro reflejados en los versos de Fernando Pessoa: “para ser grande sé entero: nada tuyo exageres ni excluyas. Sé todo en cada cosa. Pon cuanto eres en lo mínimo que hagas”. Grandes hombres.

lunes, 21 de junio de 2010

Mercados o "vuvucelas"

A pesar del mal comienzo del miércoles pasado, bienvenido sea el Campeonato Mundial de Fútbol que estos días desplaza las noticias sobre economía para hacerse un hueco en los periódicos. Y nos aparta por unas semanas del cansino devaneo de los bonos de la deuda, las cotizaciones en bolsa y el dichoso PIB. A nadie perjudica encontrar un espacio donde la razón pueda descansar un rato, dejando campo libre para que el corazón y las vísceras olviden las miserias cotidianas y los sesudos análisis de los pretendidos “expertos” en finanzas.
Muchos intelectuales han despreciado el fútbol o han mostrado hacia él una aséptica distancia. El ejemplo más rotundo es el de Borges, santo y seña de un país donde este deporte lo es todo: “el fútbol es popular porque la estupidez es popular”. Así era el maestro. En cambio, otros muchos lo han introducido con naturalidad en la literatura y el cine: Vázquez Montalbán, Gonzalo Suárez, Neville, Delibes, Vila-Matas… En general desde la activa militancia para con determinados colores. Porque no es posible comprender el fútbol sin tomar partido. Desde la neutralidad se convierte en el más aburrido de los deportes.
Ahora bien, con intelectuales o sin ellos, su popularidad no es un fenómeno inexplicable. No es gratuita su masiva presencia en el imaginario universal: el fútbol es un fiel reflejo de la vida. En él se reproduce, durante los noventa minutos que dura la contienda, todo cuanto somos capaces de experimentar los seres humanos: euforia, depresión, rebeldía, afán de superación, miedo, compromiso, desesperación… Todo un muestrario de emociones y sentimientos. Porque en el fútbol, los argumentos son lo de menos. Lo que realmente marca el “estado de ánimo” de los aficionados es el resultado final, con independencia del mérito o la brillantez del juego.
Además, para muchos de nosotros, el fútbol es un álbum de recuerdos. De imágenes y sonidos que marcan épocas de nuestra vida. De cromos y colegio. De tardes de radio y alineaciones aprendidas de memoria. De triunfos inolvidables e inesperados fracasos. Ya saben aquello de “un deporte en el que juegan once contra once y siempre ganan los alemanes”.
Sin embargo el fútbol es, ante todo, fidelidad. En un momento que se pierde en los brumosos recuerdos de la niñez, se elige un equipo y ya lo es para toda la vida. En la alegría y en la adversidad. En los domingos de gloria o en los lunes de dolor, cuando por su causa se sufren en silencio las burlas más despiadadas. Dicen que no hay mejor forma de aprovechar la inteligencia que obtener placer de las lealtades y los instintos, evitando que nos superen y esclavicen. Así debe entenderse este juego irracional y a la vez sumamente razonable. En el que, durante el campeonato de Liga, resulta difícil entender que tipos juiciosos y sensatos como Rubalcaba, Javier Marías o algún buen compañero de trabajo -de cuyo nombre no quiero acordarme-, sean del Madrid.
Pero, ahora, todos somos de La Roja y con la que está cayendo nos merecemos al menos dos grandes alegrías: cargarnos a Italia en cuartos de final y ganar el Mundial. El comienzo no ha sido favorable. Contra Suiza nos pudo la ansiedad y el molesto zumbido de las “vuvucelas”. No pasa nada. Seguro que vendrán días mejores para poder disfrutar de este buen grupo de jugadores a los que une un estilo amable, vistoso e irrenunciable.

viernes, 11 de junio de 2010

No es país para viejos

Estamos en plena Semana de los Mayores. Con ese motivo, me gustaría compartir con vosotros algunas reflexiones sobre lo que, en mi opinión, significa ser mayor a día de hoy. Tomando prestado el título de la película de los hermanos Coen y Javier Bardem.
Vivimos tiempos en que ser mayor es un concepto negativo, identificado con la pasividad. La marca joven es la que vende. Se buscan ministros, ministras, directivos, ejecutivos… cada vez más jóvenes. Los mayores se dan, por definición, amortizados para las labores “importantes”. La experiencia ya no se considera un valor añadido, sino todo lo contrario.
Porque a partir de un día definido en el calendario, toca pasar de la plena actividad a la jubilación innegociable. De ser uno más a convertirse en un sujeto al que se puede respetar, admirar o agradecer los servicios prestados, pero que ya está fuera del mercado laboral y por tanto del ámbito público. Objeto, además, de prejuicios sociales: “cosas de abuelos”, “los viejos no pueden enamorarse…”. Persona a la que a partir de la nueva etiqueta, sólo se le escucha desde la anécdota. Como si el conocimiento adquirido a lo largo de los años se hubiera, de golpe, evaporado.
Enorme error social que de nuevo no repara en los cambios demográficos a los que nos estamos enfrentando, con el aumento de la expectativa de vida en los países occidentales. A día de hoy, los mayores de 65 años suponen el 18% de la población española. Y si hablamos de Ourense, bastante más. Demasiada gente como para desaprovechar su potencialidad social. Sobre todo por que se trata de un conjunto muy heterogéneo: algunos con una situación de salud limitante, pero otros muchos con plena capacidad intelectual e incluso física. Nadie duda de la diferencia cualitativa entre un niño de 14 años o un joven de 25. Pero sí de la de un mayor de 65 o un anciano de 86. Y es que la jubilación, que a principios del pasado siglo, era buscada como un derecho se ha convertido en una obligación que iguala a seres humanos en muy distintas condiciones personales.
Hoy en día, en el mejor de los casos, el mayor es alguien al que debemos cuidar y prestar servicios. Aunque muchos estarían encantados por seguir siendo útiles desde nuevos perfiles. Un 30% de los jubilados están dispuestos a realizar labores de voluntariado y sólo a un 10% se les da la oportunidad de realizarlas.
El todo o nada, de un día a otro, es una absoluta irracionalidad. La tercera edad ha cambiado y va a cambiar más. Han cambiado los gustos, las aficiones, las preferencias, los deseos… El mayor nivel socioeconómico y cultural ha generado una nueva forma de entender esta fase de la vida.
No sólo eso, sino que en estos momentos, cuando la edad de jubilación pretende alargarse, también pueden escucharse avisos sorprendentes. Como los de un amplio estudio científico realizado por la Universidad de Michigan, donde se demuestra el efecto protector para el desarrollo de demencias de una más prolongada actividad laboral frente al retiro anticipado. Y, de paso, confirma el nulo valor que para ello tienen los crucigramas y los sudokus. ¡Además va a resultar que jubilarse es “tóxico”!
Bueno, el caso es que tenemos que darle una vuelta al tema de los mayores. Y modificar ideas, prejuicios y comportamientos. Dicho esto, no puedo dejar pasar esta Semana sin destacar la enorme labor que, en este ámbito, están desarrollando Marga Martín y su equipo en el Concello de Ourense. Consiguiendo grandes mejoras en la vida cotidiana de nuestros ancianos. Incansable trabajo, con el que la ciudad intenta ser un lugar habitable para ellos.

domingo, 6 de junio de 2010

El culpable

En este país cuando surge un problema, lo primero que hacemos es buscar un culpable en vez de afrontar de forma colectiva las pertinentes soluciones. Entre otras cosas, para no reparar en la parte de responsabilidad que pudiera correspondernos. Parece que el hecho de encontrar una cabeza de turco y ofrecerla al grupo en bandeja de plata, fuera la única tarea importante. En ella gastamos demasiadas energías, muy necesarias luego para encarar las acciones que nos saquen del atolladero en cuestión. Ocurre a todos los niveles: doméstico, laboral, deportivo… Se cambia de entrenador o de presidente y problema resuelto. Fácil y rápido. Además siempre hay candidatos al acecho, dispuestos a florecer en las aguas revueltas. Algunos muy experimentados. Es la tradición cainita de España, uno de sus más peculiares rasgos de identidad.
Ahora, con la crisis, le toca a Zapatero. Puede que se lo haya ganado a pulso, personalizando demasiado la política del gobierno. En su figura se condensan hoy todos los pecados y con esa imagen multiplicada por los feroces altavoces de la opinión publicada, el país se evita profundizar en los orígenes de nuestra particular debilidad económica.
Para qué buscar más. No hay duda que fue él quien nos introdujo el virus de los nuevos ricos. El que por las noches nos recomendaba pedir créditos y endeudarnos mucho más allá de nuestras posibilidades reales. También fue el que convenció a comunidades autónomas, ayuntamientos y diputaciones para que engordaran su propio déficit. Y el que ordenó a Esperanza Aguirre gastar más de un millón de euros en la primera piedra de la madrileña Ciudad de la Justicia. Y el que, a pesar de que todos se lo pedimos con insistencia, se empeñó en no explotar a tiempo la burbuja inmobiliaria. Para él todas las responsabilidades. Para el resto, ninguna.
Y mientras tanto, ¿alguien se para a pensar que los caminos que nos tocará transitar serán muy parecidos, con independencia de quien sea el que marque el paso? ¿No sería mejor remar juntos, ya que en lo esencial se está de acuerdo, proyectando una imagen exterior que infunda confianza a los agentes económicos internacionales?
¿Saldremos algún día de la espiral del resentimiento? ¿De disentir por sistema hasta tumbar al adversario? Desde hace demasiado tiempo, a esto se reduce nuestra estructura política. Mucho más endeble aún que la económica. Ni en tiempos de crisis hay resortes en los aparatos de los partidos para comportarse de otra forma. Citando de nuevo a Borges, ni siquiera el espanto es capaz de unirnos.
Con todo por hacer, seguimos pensando poco más que en la madera con la que quemar a Zapatero. Conviene completar cuanto antes la reestructuración del sistema financiero español para que fluya el crédito y la actividad económica. La reforma laboral con fórmulas de contratación indefinida más flexibles, ya no tiene vuelta de hoja. Una huelga general es inútil y sólo podría estar dirigida no contra el gobierno de España, sino contra la misma Unión Europea. O directamente contra Wall Street. Es esencial reducir el fraude fiscal con una apuesta decidida por reforzar la inspección. Es necesario un consenso para adelgazar las administraciones públicas eliminando ineficiencias y duplicidades. Después de 30 años, el estado autonómico precisa una buena auditoría de expertos para mantener lo positivo y cambiar lo que no funciona. Son cuestiones en las que la mayoría de los ciudadanos estaríamos de acuerdo. Aunque sólo sea para empezar.
Pues adelante. Con menos política de tertulia. Con un discurso de país: unos gobernando y otros desde una oposición constructiva. Trabajando todos. Sin mirar al de al lado para averiguar si hace o paga menos que nosotros. Sin actitudes estériles. Aportando y exigiendo a partes iguales. Formándonos con interés para ser más sólidos y competitivos. No es hora de buscar culpables. Toca madurar. Y eso duele.