viernes, 26 de noviembre de 2010

Decadencia

El comunismo cayó con el muro de Berlin. El capitalismo, entonces triunfante, ya está siendo cuestionado en esta interminable crisis económica. La omnipotencia de los mercados y la ausencia de alternativas o estrategias que les pongan coto, amenaza con desprestigiar la política aún más de lo que ya está. ¿Y qué pasa con la democracia? Nadie la discute desde el punto de vista teórico. Salvo funestas excepciones, todo el mundo la considera como el mejor o el menos malo de los sistemas de gobierno de los estados. Pero si analizamos con algo más de profundidad la calidad de nuestras relucientes democracias, encontraremos evidentes signos de su progresiva decadencia.
En democracia se entiende que los ciudadanos, como los clientes, siempren tienen la razón. Por tanto, nada les puede ser imputado. Así que la sociedad asume comodamente el papel de consumidor político y se ahorra los costes de la implicación en las decisiones. Puede criticar lo que quiera sin responsabilidad alguna. En España, por ejemplo, si el conjunto del país ha vivido por encima de sus posibilidades, si ha construido el futuro sobre bases endebles, si su población activa ha evitado el riesgo de la innovación para buscar el dinero fácil y rápido…, no importa. La culpa nunca será del llamado tejido social, siempre habrá presidentes para imputársela. Que caerán uno detrás del otro, devorados como los hijos de Saturno.
Esa es la causa de que, en general, las elecciones no suele ganarlas la oposición, las pierden los gobiernos en aras de la imprescindible alternancia. Una forma benigna de mirarlo. Pero también la explicación por la que, en la política de hoy, cuantas menos ideas nuevas, más insultos y enfrentamientos rituales de los políticos de cara a la galería. Y más sectarismo, menos responsabilidad y sentido de estado. Una democracia de espectadores, pensada para el consumo masivo en vez de para plantear soluciones reales a los asuntos reales. De ahí también que Rajoy, por ejemplo, pueda alcanzar el poder en España con una confianza popular mínima y sin verse obligado a confrontar sus propuestas.
Con el paso del tiempo la democracia se ha convertido en un sistema que funciona desde la pasividad. Los ciudadanos delegan los asuntos en la clase política, se desentienden y protestan como niños malcriados cuando no se les provee de los derechos absolutos que creen les corresponden por ley natural. Pueblo bueno, políticos malos: decadente maniqueismo democrático.
La Encuesta Social Europea sitúa a los ciudadanos españoles como los de mayor nivel de desinterés e incompetencia política de todo el continente. Pero también como los que más reclaman a los gobiernos intervenciones para ampliar su bienestar. ¡Gasten ustedes lo necesario para tener buenas carreteras, sanidad y educación, pero a mi no me pidan nada, pidánselo a los demás!
La otra cara de la moneda es que en nuestro país la capacidad de influencia y control de los ciudadanos sobre los políticos es de las menores de Europa. Representamos, por tanto, el circulo democrático infernal: “poco puedo influir, así que me inhibo y pongo a parir al gobernante de turno, ¡para eso le pagan!” Actitud que jalean sin cesar algunos medios de comunicación, sobre todo televisivos. Para acabar en la entronización del populismo ramplón de cualquier Belén Esteban que pase por ahí.
Baja calidad democrática que deja irse de rositas a los corruptos, iguala por abajo todas las opciones políticas y dificulta la percepción de las diferentes sensibilidades. La Xunta de Galicia, por ejemplo, reduce este año los fondos de cooperación para el desarrollo en un 20%, dejándolos en un 0.08% de las cuentas públicas. Muy por debajo del 0.11% del bipartito, del 0.3% de Asturias y de la media estatal del 0.25%. ¿Alguien ha dicho algo sobre esto? Sin asociacionismo, sin pensamiento crítico y autocrítico de la sociedad civil, con la clase política enfrentada y estéril, por muy democráticos que seamos vamos camino de la decadencia. Más grave aún que la bancarrota.

martes, 23 de noviembre de 2010

Noviembre

Se nos ha muerto el mar

que es nuestro padre.

Crueles cuchillos negros se han clavado

en su cuello de espuma.


Se nos ha muerto el mar

entre el silencio

de los pájaros muertos,

nacidos en el mar, hermanos nuestros.


Se nos ha muerto el mar

y el grito de nunca más

no es suficiente

para vengar su muerte.


Se nos ha muerto el mar

y el asesino

huye y se oculta ;

pero sabemos quien es,

ya lo sabemos.


Se nos ha muerto el mar,

que es como el cielo,

como la tierra, como el aire,

como la sangre azul de marineros.


Y debe haber venganza,

debe haberla,

para los huérfanos del mar,

el padre nuestro.


Fue en Noviembre del 2002. Hoy se cumplen 8 años de la catastrofe del Prestige.

En recuerdo de aquella Galicia que recuperó su dignidad y se enfrentó en las calles a los que creyeron que manipular la información y ocultar las decisiones erróneas, les saldría gratis.

Los perros que, esos tristes días, ladramos nuestro dolor por las esquinas -molestando a aquel gobierno de prepotentes- y limpiamos las playas y las rocas, están en este poema.
Acompañados de la solidaridad de tantos amigos de España y del mundo que se acercaron a nuestras costas para defenderlas del negro chapapote.

Con el desprecio aún intacto por Alvarez Cascos ("asesino" del mar de Galicia), Aznar y sus acólitos -residuos sociopolíticos de la dictadura franquista, aún tristemente presentes en nuestra vida política-, hago esta entrada en el blog de todos los Noviembres que desde entonces fueron y serán.

sábado, 20 de noviembre de 2010

¿Por qué no se callan?

Ocurre que por primera vez desde la restauración democrática, hay en Euskadi un amplio acuerdo en política antiterrorista entre la inmensa mayoría de la sociedad civil y los tres partidos fundamentales: PNV, PSE y PP. Un acuerdo que se reproduce, aunque con demasiados enemigos y frecuentes tormentas, a nivel estatal. El discurso es sencillo: o ETA deja las armas o Batasuna deja a ETA. Sin ello, no será posible la presencia de Otegi y sus muchachos en los próximos procesos electorales.
Pues bien, esta unanimidad alcanzada tras mucho esfuerzo no debe ponerse en peligro por nada del mundo. Y mucho menos por declaraciones inoportunas o extemporáneas que puedan agitar la inefable caverna política y mediática del nacionalismo español excluyente.
Se equivoca Felipe González sacando a pastar viejas historias de abuelo cebolleta y sórdidos relatos de espías y bombardeos imposibles. Debería haber calculado que a cambio del crecimiento de su aureola ética, renacerían los fantasmas del GAL entre los de siempre: los que temen que se les acabe el negocio político del antiterrorismo como consigna interminable. Aquellos que tantas veces han puesto minas en los caminos que pudieran conducir al final de la violencia en el País Vasco. O sea los Mayor Oreja y compañía.
También se equivoca Jesús Eguiguren, cuando predice en un programa de televisión que la tregua definitiva de ETA se producirá antes de Navidad y airea su relación personal con Josu Ternera. Con ello nada consigue y, por el contrario, da alas a los que aprovechan esas declaraciones para acusarle de ser amigo de los terroristas. A los que tergiversan su obligatoria participación como testigo de la defensa en el juicio contra el líder de Batasuna. Ninguno de esos constitucionalistas de salón y tertulia lleva escolta como él, ni ha asistido con la corbata negra a los funerales de sus mejores amigos (Isaías Carrasco, Enrique Casas…) asesinados por ETA..
Pero quien merece mayor censura es el que sigue atizando las cenizas de la vieja guerra sucia sólo para debilitar a Zapatero y Rubalcaba, sin preocuparse de las gratuitas ventajas que ello pueda deparar a los violentos. Y es que el Partido Popular tiene un doble discurso en Euskadi y en Madrid. Pacto en el primero y bronca en el segundo. De Borja Sémper, presidente del PP en Guipuzcoa -“miro a la espalda de Eguiguren y no veo etarras, solo escoltas como en la mía”- a Cospedal y González Pons -de nuevo con el señor X, el caso Faisán o el contubernio del 11-M- hay un buen trecho. Es sabido que el partido tiene una clientela que alimentar periodicamente con estos mensajes. Pero esos votos de ultraderecha cautiva, que cada día comulgan en los nuevos canales de TDT con un triste periodismo de rebato y trinchera, no merecen dificultar la labor de su compañero Basagoiti.
Ningún enredo táctico, electoral o personalista debe poner en peligro un escenario tan delicado y esperanzador como el que estamos viviendo en Euskadi. Y que tan bien encaminado está. Es necesario asumir que el final de ETA será una conquista de todos. Nadie puede patrimonizarlo habiendo tanto dolor por el medio. Tanto que para el auténtico final aún queda mucho tiempo. Javier Vitoria, teólogo del seminario de Bilbao, afirma que se necesitarán cien años para completar la reconciliación entre los vascos.
Es, por tanto, tiempo de silencio y espera. Cuando las armas se vayan para siempre, tocará reconocer al otro como diferente, acercarse sin prejuicios a su personal sufrimiento y reconstruir algunos valores esenciales que, durante estos largos años de plomo, se han difuminado en la sociedad vasca. Y mientras tanto, ¡todos a callar!

sábado, 13 de noviembre de 2010

Brasil

Los países jóvenes son como la gente joven. Están llenos de vida. La tienen toda por delante. Sin el freno de historias pasadas que condicionen sus pasos.
En las calles de las ciudades y los pueblos de Brasil, cuando uno se para y observa a su alrededor, apenas hay viejos. Niños y jóvenes llenan el escenario. Todo es dinamismo y vigor. Negros, mulatos, blancos, asiáticos, con traje y corbata, con bermudas y “rastas”… conviven con naturalidad en permanentes y cambiantes mosaicos. El respeto no necesita reivindicarse en la gran diversidad de un país cuyas raíces nacen de la confluencia de razas. Indígenas precolombinos, portugueses, esclavos africanos, exiliados europeos de las guerras mundiales, gentes llegadas de todos los lugares del mundo en busca de riqueza y fortuna… han poblado y pueblan los grandes espacios de este enorme estado federal dotado por la naturaleza como ninguno.
Stefan Zweig, el gran visionario del primer tercio del siglo XX, ya escribió “Brasil, país del futuro” en el año 1941, durante su exilio de la barbarie nazi. Y en Brasil se quedó hasta su muerte, disfrutando de un lugar donde el racismo, los nacionalismos agresivos y la lucha de clases no existían. En el paraíso tropical de los hombres cordiales.
Y así sigue siendo. Brasil es un lugar de cordialidad espontánea. Con grandes bolsas de delincuencia, violencia y pobreza, pero donde el devenir cotidiano no entiende de apariencias, creencias o procedencias. En Brasil se vive y se deja vivir. Nadie mira al otro con desprecio ni prejuicios. Tenga la pinta que tenga. La vida fluye cordialmente, con la fuerza de la capoeira africana, la delicadeza de la bossa nova y la inagotable energía de los niños jugando al fútbol en cualquier rincón. Por eso Brasil me recuerda a los jóvenes. De ellos, los mayores europeos –ahora venidos a menos- decimos que les falta disciplina, principios, trabajo… Pero no es así. Los jóvenes y los países emergentes tienen sus propios valores, sus ritmos propios, otro lenguaje -distinto al nuestro: ni peor ni mejor- y una gran capacidad de adaptación a un mundo inevitablemente global. El futuro es suyo y a los demás nos toca aprender de su vitalidad y adaptar nuestra veterana osamenta a los nuevos tiempos.
Hace pocos días, Dilma Rousseff ganó las elecciones. Lo hizo con la ciudadanía más confiada y contenta con su situación económica del mundo. Un 77% de los brasileños cree que su país es ya, o lo será pronto, una de las potencias mundiales. Y esto a pesar de que la mitad de ellos vive con menos de 500 euros al mes, de que la desigualdad allí sigue siendo obscena, de que la corrupción todavía es una lacra tan arraigada como la música o el fútbol... Y de las inmensas favelas que constituyen pequeños y violentos estados con leyes propias y mafias todopoderosas.
En el actual Brasil se demuestra que la esperanza fundada en un futuro mejor es más fuerte que la dura realidad. Y que permite seguir avanzando si los gobernantes piensan más en sus pueblos que en sus condicionantes políticos o ideológicos. Como Lula, que dejando de lado alguno de sus principios, consiguió mantener baja la endémica inflación del país, pagar la deuda externa que les asfixiaba y crear un fuerte mercado interno, germen de una emergente clase media. Todo ello sin olvidar la lucha contra la pobreza y el analfabetismo, a través de las Bolsas de Familia que condicionan las ayudas económicas a la asistencia de los niños al colegio.
Brasil, antiguo destino de “garimpeiros” y “bandeirantes”. Ahora, uno de los espacios más atractivos del planeta para los jóvenes que buscan su lugar en el mundo.

martes, 9 de noviembre de 2010

¿Qué hay de nuevo?


La paciencia del pescador novato tiene premio. Un sedal, un anzuelo, un pedazo de carne y el Amazonas infectado de pirañas. ¡Menuda dentadura la de la piraña!Más de uno ha hecho la gracia y se ha dejado el dedo. ¡Estupendos su sabor y consistencia para cocinar una buena sopa de pescado en el Rio Negro!