viernes, 31 de diciembre de 2010

Futuro

Estamos en los días que habitualmente se llenan de buenos propósitos para el nuevo año: dejar de fumar, aprender inglés, leer más, practicar deporte regularmente, adelgazar… Fallidos casi siempre. Colocar los cambios de vida en una aleatoria raya del calendario es tan artificial, tan forzado, que está abocado al fracaso. Suena a repetida cantinela que alivia las carencias que más nos desagradan, a mantra que reaparece cada doce meses para ahuyentar la mala conciencia. En general, esos buenos propósitos no son verdaderas y comprometidas decisiones personales.
Por eso creo que éste es un buen momento para hablar del presente. Un conocido psiquiatra afirmaba que atender al presente concede más paz de espíritu que deambular por las ramas del futuro. Sobre todo cuando las cábalas sobre lo que vendrá, se nutren de mentiras piadosas o, mucho peor, de la obscena y apenas disimulada alegría de los que creen que contra peor, mejor para ellos. Y más corto el recorrido para heredar la catástrofe que hace tiempo vienen pronosticando y deseando.
No hay, desde mi punto de vista, otro futuro que merezca la pena considerar que el que señala el final del trabajo que tenemos entre manos o del proyecto que nos está ilusionando. Nada más útil que centrarnos en lo concreto, en lo de cada día. En nuestro oficio. En lo que sabemos hacer como nadie o en lo que estamos aprendiendo para poder hacerlo después. Insiste Godard en su última película “Film socialisme” –más discurso que cine, por cierto-, en su persecución contra el ser y el estar y en su reivindicación del hacer. No le falta razón, sobre todo en estos tiempos de permanente espectáculo. De sofisticada ocultación entre la aparente transparencia globalizada.
Sólo recuerdo una campaña electoral en la que se trazaron caminos con fundamento para construir un país mejor y crear una ilusión de verdadero cambio. Fue la de Felipe González en el año 1982. Con la idea fuerza del “valor del trabajo bien hecho”. De absoluta vigencia a día de hoy, el último del 2010.
El trabajo bien hecho. El que se afronta con toda el alma. Con la pasión del que disfruta con lo que hace, del que ama el oficio que ha elegido o le ha tocado desarrollar. En suma, aquello que, descrito así para andar por casa, podríamos llamar productividad. Tan reclamada últimamente por los que dicen entender mucho de economía y poco saben de liderazgo social y político.
Todos conocemos gente a la que vemos disfrutar con su trabajo. Que hace las cosas como si fueran para él mismo y las entrega orgulloso a quién las recibe. Que se esmera en mejorar el producto de su labor, en explicarlo, presentarlo, venderlo… Hay gente de este tipo en cualquier ocupación: camareros, médicos, albañiles, oficinistas… Admirables por el amor propio que ponen en todo lo que tocan.
Por desgracia también hay otros, a veces a nuestro lado, que transmiten desgana y aburrimiento. Relojes que sólo esperan la campana de salida. Malhumorados, infelices, anclados en la protesta permanente. Para esos no hay futuro. Y para el país, lo habrá si los primeros se convierten en mayoría. Si son capaces de contagiar su entusiasmo y su generosidad. Sobre todo a los jóvenes que buscan modelos de vida que les permitan crecer con una base sólida bajo sus pies.
Así que, para el próximo año, a los dirigentes debemos pedirles valentía y cooperación, en vez de continuo enfrentamiento. Y a nosotros mismos, los ciudadanos, trabajar mejor, más y con todo el interés del que seamos capaces. Aunque cobremos algo menos. Emulando a los que se entusiasman con lo que hacen e ignorando a los vagos o ventajistas que puedan rodearnos. Con menos propósitos en el aire y más entrega en el quehacer del día a día. No hay otro modo de hacer futuro del presente. Ni otro camino que nos aleje de la decadencia y nos acerque al renacimiento. ¡Feliz año nuevo!

viernes, 24 de diciembre de 2010

Historias para las noches de invierno

De pequeños, a la hora de dormir, mis hijos siempre me pedían historias inventadas. Las preferían a los cuentos clásicos. Eran implacables si notaban que el relato se repetía: “esa ya me la has contado”, decían. Así que, aguzando el ingenio, tomé la decisión de buscar, en las cosas sencillas, personajes capaces de cobrar vida cada noche para enhebrar su propio relato. De ese modo, los fideos de la cocina llegaron a convertirse en señores muy delgados que necesitaban comer mejor para no ponerse enfermos. Y en el tarro de los garbanzos, aparecieron un par de niños gorditos que debían tener cuidado con las golosinas. Incluso los lapiceros de colores decidieron, en alguna ocasión, salir de su estuche para dar un paseo por la ciudad. Nada mejor para alcanzar un sueño reparador que sumergirse en las historias que alguien nos cuenta.
Vargas Llosa afirma en “La verdad de las mentiras” que las novelas no se escriben para contar la vida, sino para “añadirle algo y dotarla de lo que creemos nos falta o con lo que no estamos conformes”. Y añade: “no hay nada más revolucionario que la ficción”.
Lo cierto es que todo puede relatarse de diferentes maneras, describirse desde distintos ángulos, destacar unos matices, ocultar otros... Por eso en las historias, la realidad, para el que las lee o las escucha, es sólo un espejo que nunca repite su reflejo de igual modo. Un aforismo medieval sostiene que “no te conocerás aunque te mires al espejo”. Cierto. Fíjense ustedes lo que hacen cuando se acercan a él en su cuarto de baño: las muecas que siempre repiten y el sempiterno intento de forzar el gesto para tolerar mejor la imagen que nos devuelve. Nadie está conforme en “como sale en la foto” o “le enfocan en la televisión”. Unos menos y otros más, pero ninguno lo suficiente. Por eso los fotógrafos y los cámaras también se alían con la ficción, utilizando los benignos ayudantes que su oficio les otorga: maquillaje, photoshop, retoques…
Todo vale si nos hace ser más felices. Y hay noches que están pensadas para eso. Como la de hoy. Noches para disfrutar contándonos historias al calor del hogar y de la cena. Historias para confirmar lo que juntos hemos vivido y edificar un relato compartido. Dice Borges en “El Aleph” que “todo lenguaje es un alfabeto de símbolos cuyo ejercicio presupone un pasado que los interlocutores comparten”. Construido con la argamasa de los recuerdos, los sabores, los olores y los pequeños cuentos de familia que, aunque muchas veces repetidos, son siempre distintos porque se cuentan distinto. Como distintos nos hace el paso de los años.
Así que, al menos esta noche conviene llenarla de conversaciones hermosas que no pretendan convencer al otro de nada, ni siquiera aportarle nueva información o sorprenderle con nuestro gran conocimiento sobre el tema. Algo distinto a lo que hacemos habitualmente. Sin confrontar. Sin jactarse. Sin llenarse de razón. Charlas sin más objetivo que esconder el tiempo para que pase sin molestarnos.
Hoy es un día para contar dulces historias que nos dejen la boca dulce. Como la de la pequeña Hapiness que, adelantándose a la Nochebuena, nació de una patera en el Mar de Alborán hace un par de semanas. Historias inventadas o reales, ¿qué más da?

¡Que la navidad os sea propicia!

sábado, 18 de diciembre de 2010

Me parece

Después de los últimos sobresaltos en la vida política y económica del país, parece extenderse entre analistas y ciudadanos una falsa sensación de tranquilidad. Como si el monstruo de los mercados hubiera dejado de mirarnos. Pues no. La rentabilidad de la deuda soberana española sigue creciendo y, en todo caso, se mantiene en niveles inaceptables para nuestras cuentas públicas. Y para completar el panorama, aparecen en el cercano horizonte nubarrones aún más negros. El precio del petróleo está subiendo. Lo que posiblemente traerá tensiones inflacionistas y quizás una subida de los tipos de interés por el BCE. Si eso ocurre, el cable de esa institución europea –la única que está respondiendo a los problemas de los países periféricos- dejará de ofrecerse a los bancos que necesitan liquidez -como los españoles- y la compra a bajo precio de la deuda emitida por los estados en dificultades, finalizará.
A perro flaco todo son pulgas. Por eso me parece que en este país no deberíamos pensar ya en clave interna. El dilema Zapatero- Rajoy no existe. Los dos ofrecen ahora la misma alternativa. Es más, ambos harían bien en analizar conjuntamente y, si aún es posible, responder de forma común a las políticas que el nucleo duro europeo (básicamente Alemania) están desarrollando frente a la interminable crisis del euro. De ellas depende que los “recortes” ya decididos y los que van a llegar en los próximos meses, sirvan para algo. O, lamentablemente, no sean más que un sacrificio estéril de los ciudadanos.
La impresión es que Angela Merkel piensa más a corto plazo que a medio. Y que la prioridad está en su electorado y en mantener a toda costa el crecimiento alemán. Su negativa a emitir eurobonos –lo que atajaría las inacabables tensiones especulativas sobre las deudas soberanas de los países más endeudados- excusándose en la necesidad previa de una política fiscal europea común –que tampoco tiene ningún interés en promover-, delata su intención. “Nada de socializar riesgos, aunque el euro peligre”. Al menos hasta que el peligro no sea más cercano. Corta mirada que puede hacernos un daño irreparable. ¡Tan distinta a la de Helmut Kohl! Para los actuales conservadores alemanes, sin el “castigo” de los mercados a los “derrochadores” perífericos, éstos no se van a disciplinar. ¡Como si nuestro endeudamiento no hubiera sido el que durante años engordó su balanza comercial! En esas coordenadas está nuestro futuro y no en las trifulcas menores de nuestros políticos domésticos.
Pero dicho esto, y convencido de que la influencia de nuestros gobernantes en las decisiones que más nos van a influir es escasa, creo que también toca hacer una reflexión profunda como país y modificar nuestra “forma de ser” para ser capaces de responder a las graves dificultades que nos esperan.
Me parece, por ejemplo, que ya no podemos tolerar que nuestra baja productividad siga siendo socialmente tan bien aceptada. Que no es de recibo que demasiados funcionarios se marchen siempre una hora antes del final de su horario laboral. Que el compromiso del trabajador con la empresa no vaya más allá de cobrar a fin de mes. Que banqueros y empresarios huyan de sus obligaciones fiscales en paraisos más o menos lejanos, en vez de reinvertir los beneficios en nuevas ideas. Que se cobre el paro mientras se trabaja en la economía sumergida. Que permitamos a los estudiantes vivir sin estudiar y encima les financiemos los gastos. Que leamos tan poco y veamos tanto la tele. Que el innovador aquí no sea famoso y sí lo sean los ignorantes. Que el máximo riesgo que asumamos sea la elección del número de la lotería o el signo de la quiniela. Que no viajemos lo suficiente para abrir más el cerebro. Que no sepamos nada de inglés. Que critiquemos siempre al jefe o al gobernante, pero nunca veamos nuestra propia indolencia y pasividad. Que los corruptos nos sigan pareciendo “ingeniosos”. Que pocos opten por trabajar más y mejor como su aportación personal para salir de estos momentos difíciles. Cada cual a lo suyo. Sin preocuparse de lo que hace "el otro"...
Todo esto debemos empezar a verlo de otra manera. Me parece.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Tres películas en cartelera

“Biutiful” de Alejandro González Iñárritu. Una versión cinematográfica de la Pintura Negra de Goya. Situada en la Barcelona más sórdida que puedas imaginar. Ocultando a propósito la hermosa ciudad que sólo se vislumbra entre las rendijas de la durísima trama. Al revés que en la mediocre Vicky, Cristina... Iñárritu vuelve a golpearnos con infiernos insoldables que nunca parecen acabar. A cada golpe en la butaca le sucede otro aún más doloroso. Sin concesiones siquiera de humor -más o menos ácido- o ironía que den tregua al espectador. No estoy de acuerdo con Boyero en que sea impostada e inverosímil. Todo lo que se cuenta ocurre en los sotanos de la humanidad global -y escasamente humana- en la que vivimos. Iñárritu, sus nuevos guionistas y Bardem se han asomado y demuestran suficiente conocimiento de las condiciones de vida de los inmigrantes chinos y africanos en España y Europa. Así que la única diferencia de la película con la realidad es que, en esta última, no todo se presenta con tanta claridad ante nuestros ojos. Se esconde en las alcantarillas de los barrios periféricos y en la intimidad de los hogares rotos. Esa es la apuesta de Iñárritu: escarbar en los bajos fondos para hacer una tragedia clásica de los tiempos modernos. Con materiales universales: la culpa y la redención de los pecados.
A diferencia de “Babel” y “Amores perros”, aquí sólo hay una mirada: la de Uxbal (Javier Bardem). Sobre ella se desarrolla un recorrido por los intolerables territorios del desgarro y el desamparo. Bardem borda (puede que sea la mejor interpretación que le he visto) un personaje complejo que por un lado es parte del círculo de explotación y responsable, en parte, de las desdichas que le van rodeando. Y por el otro, el referente ético de un mundo que se desploma a su alrededor. Con la metáfora de la muerte como hilo conductor.
Con varios personajes de múltiples registros, en absoluto maniqueos, que alcanzan su máxima expresión en la bipolar mujer de Bardem (todo un descubrimiento, Maricel Álvarez) cuando dice en la desnudez de su adulterio: “quiero ser buena madre, pero también... gozar…”.
En suma, una expedición a los infiernos que pisamos sin darnos cuenta cada día, a la que sólo el cine de grandes y honestos directores (Haneke, Hillcoat, Iñárritu..) puede conducirnos con respeto y honestidad. Golpe a golpe, verso a verso… como el poeta escribió. Dura, pero magnífica película que Boyero no ha sabido ver. Nadie es perfecto. Un 9.
“Entrelobos” de Gerardo Olivares. A mayor gloria de Felix Rodríguez de la Fuente. No es cine. Es un buen documental sobre la fauna ibérica. Excelente el trabajo de Joaquín Gutiérrez Acha con los animales. Y magníficas las imágenes de Sierra Morena. Buena la producción. Pero esta nueva recreación del “buen salvaje” en la persona de Marcos Pantoja, el niño abandonado por su padre allá por los años cincuenta -ahora casualmente vive en Ourense-, no tiene nada más. Poco que ver con la aproximación al individuo en soledad de “El enigma de Kaspar Hauser” o a la marginalidad y la pedagogía de “El pequeño salvaje”. Ni tampoco con el cine de aventura de "Tarzán".
Entrelobos no va más allá de un producto familiar de sobremesa. Con algún mensaje rousseauniano -de agradecer en estos tiempos convulsos- y buenas interpretaciones del niño Manuel Camacho, un chaval de la zona, y del veterano Sancho Gracia. Pero con demasiadas concesiones a la galería para levantar un guión plano: cámara lenta e intensificación de la música en los momentos cumbre... Maniqueísmo convencional con malos, malos (pobre Carlos Bardem, siempre le tocan este tipo de papeles) y buenos, buenos. Arrítmica en el desarrollo: del intimismo en algunos pasajes con el niño pequeño a la explosión de testosterona del joven Juanjo Ballesta. Película innecesaria y fácilmente sustituible por un viaje con amigos a la serranía de Cordoba (con o sin bici de montaña). Como documental naturalista, notable. Como cine, un 4.

"18 comidas" de Javier Coira. La sorpresa del año. Magnífico cine gallego. Una película coral sobre el ritmo de los días. Al menos diez historias entrelazadas y acompasadas al devenir cotidiano que marcan el desayuno, la comida y la cena. 25 hombres y mujeres que nos hablan con naturalidad de sus vidas, del amor y el desamor, la duda, de su paso por el mundo buscando un lugar para ser felices... Intérpretes tan cercanos que aproximan la ficción a su objetivo: convertirse en real al menos mientras se despliega. Sin artificios, con la espontaneidad de un rodaje en que los actores pudieron improvisar y desarrollar con libertad controlada sus propios personajes. Un dulce sabor de boca durante los 107 minutos que la película dura y en el recuerdo de los días siguientes. Con momentos muy divertidos, de buena retranca gallega. Y con otros emotivos y profundos en los que el humor ácido no desaparece, incluso en escenas de alto riesgo llenas de honestidad narrativa. Prescindibles la introducción "en off" y los tres fotogramas finales. Pero con sobrada inteligencia para sacar petróleo de lo que parece poco para una película mayor y demuestra ser más que suficiente: la vida al descubierto con el ritmo cordial de los platos, las mesas y los días. Un 8.5.

La red

Les propongo una idea. Un simple click en el ordenador. La convocatoria, como ocurre últimamente, salió de las redes sociales. Esta mañana, los medios de comunicación ya están haciendose eco. Cientos de parados de larga duración, que en Febrero dejarán de percibir los famosos cuatrocientos euros, y una multitud de demandantes de primer empleo, se arremolinan en las puertas de las oficinas de AENA.
Al parecer todos llevan un curriculum actualizado, en el que demuestran poseer alguna de las titulaciones que se exigen como condición previa para llegar a ser controladores aéreos. Todos argumentan lo mismo: tal como están las cosas, se impone una rotación de los puestos de trabajo. Sobre todo para quienes han hecho un uso abusivo del suyo. La demanda es sencilla: de ellos deben salir los nuevos controladores de los aeropuertos españoles. A los actuales les corresponde sustituirles en el paro. Al menos hasta que vuelvan a convocarse vacantes.
Todo muy razonable y justo. Pero improbable. Un sueño más de la razón virtual. La esclerosis del mercado de trabajo español devolverá a los ciberconvocados a sus puestos en la Red a la espera de otra buena idea, surgida de la imaginación calenturienta de algunos y de la desesperación de todos. Mientras les dure la paciencia.
A la misma hora, más de 600.000 personas emplazadas a través de Facebook por el exfutbolista Éric Cantona, se disponían a retirar simultaneamente su dinero de los bancos. La iniciativa StopBanque pretende colapsar el sistema financiero que ha causado la crisis, ha sido rescatado después con el dinero de los contribuyentes y ahora nos exige cada vez mayores sacrificios para mantener su cuenta de resultados.
Pocos auguran éxito al bueno de Éric en su particular “corralito” autoinducido. Pero su protesta virtual es un reflejo más de la desconfianza ciudadana ante el errático rumbo que marcan los que nos dirigen en Europa. Capaces de mostrar en Bruselas un obsceno entusiasmo con las medidas tomadas por el gobierno español, entre las que se incluye la retirada de la ayuda a miles de parados. Decisiones quizá necesarias, pero en modo alguno merecedoras de calificativos elogiosos, que al menos por pudor deberían evitarse. Y que demuestran que su preocupación no es la misma de la mayoría.
Sobre todo cuando después rechazan crear una Agencia Europea de Bonos de Deuda para compartir riesgos y soluciones dentro de una verdadera Unión Económica Europea. Nuestro mayor problema a día de hoy. Y al mismo tiempo, la única solución que tenemos. O sea que ni bonoloto ni proyecto común: toca seguir con el agónico devenir de gráficas y parámetros que bajan, se recuperan un poco y vuelven a bajar ante nuestros impotentes y cada vez más deprimidos ojos.
Y de nuestros castigados oidos que cada día tienen que oir nuevas barbaridades, a poco que zapeen en la TDT y tropiecen en los territorios donde habita el “periodismo de garita”, tan bien definido por Antón Bahamonde. En ellos, ayer mismo, un ínclito representante del odio irredento acusó, cargado de razón, a Rubalcaba de haber montado el lío de los controladores, tal como hizo en el 11M. Afirmación coincidente, en los rótulos de los mensajes de texto, con la de otro energúmeno sugiriendo que la caida de un avión en estos militarizados días, sería la mejor forma de cargarse de una vez a Zapatero. Con aplausos desde la grada.
Un desastre. No se ve la luz al final del tunel. Sólo la Red, libre aún de barreras y prejuicios, aporta de vez en cuando motivos para la esperanza.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Un buen final

España es, desde hace tiempo, uno de los líderes mundiales en cuanto a la expectativa de vida de sus habitantes. Son muchos los factores que han hecho posible este buen logro colectivo: el crecimiento socioeconómico, la mejora de las comunicaciones, el gran desarrollo de la salud pública… Y, por supuesto, los avances médicos: cobertura universal y gratuita, nuevas tecnologías, nuevos fármacos… Vivimos más y, con ello, la muerte se ha hecho más compleja. Las potentes armas terapéuticas de las que disponemos consiguen alargar la vida de las personas. En muchos casos, para disfrutar los últimos años en buenas condiciones. Pero en otros, soportando una gran merma en la calidad de la existencia.
Por eso es importante debatir abiertamente sobre la dignidad de la muerte y plasmarlo en iniciativas legislativas que garanticen los derechos de pacientes, profesionales y familias. La Comunidad de Andalucía, estimulada por el impacto del caso de Inmaculada Echevarría -la mujer que sufrió un largo proceso para conseguir ser desconectada del respirador que la mantenía con vida a su pesar-, aprobó hace unos meses, con el máximo respaldo social y político, una ley al respecto. El gobierno español ha anunciado otra, de rango estatal y en la misma línea, para Marzo del próximo año.
Ninguna de las dos entra en cuestiones más espinosas, como la eutanasia o el suicidio asistido. Ninguna de las dos introduce novedades sustanciales. La sedación terminal y el derecho a rechazar tratamientos no deseados ya están recogidos en la Ley de Autonomía del Paciente, vigente desde el 2002, y no ofrecen discusión en la buena práctica médica. Ahora bien, ambas leyes pueden servir para aclarar y ordenar conceptos y procedimientos que a veces se confunden, dándoles cobertura jurídica y evitando conflictos como los vividos en el Hospital de Leganés. Bienvenidas sean, por tanto.
Pero la realidad es que la búsqueda de un buen final para una buena vida tiene lugar en escenarios más íntimos, con los matices y la complejidad del caso individual. Donde es básico escuchar y ser escuchado. Un reciente estudio de la Universidad de Granada sobre la forma de afrontar los cuidados paliativos por profesionales, familias y pacientes, muestra abundantes lagunas conceptuales en cuanto a su puesta en práctica. En general, no existen dudas sobre los enfermos con cáncer terminal en los que el objetivo fundamental está claro: evitar el sufrimiento, y, en su momento, acortar la agonía con sedación y analgesia. Pero no sólo se sufre por cáncer al final de la vida. Muchas condiciones crónicas, avanzadas e irreversibles convierten los últimos meses en un calvario sin aparente sentido. En una batalla condenada de antemano al fracaso. Y es precisamente en estos casos donde el estudio demuestra que demasiadas veces reina el silencio. Donde la aplicación del protocolo y la rutina terapéutica alivian de los compromisos éticos. Donde la tecnología en ocasiones retrasa la toma de decisiones compartidas sobre la buena muerte. Tal como cada persona la entiende. Incluyendo el inalienable derecho a delimitar las rayas rojas que no se quieren atravesar.
Y es en estos territorios, a día de hoy fronterizos, donde más importante es que pacientes, familias y médicos, hablen sin prisa ni prejuicios del beneficio real del esfuerzo terapéutico a desarrollar. Sobre todo, cuando no va a servir para recuperar la calidad de una vida en precario.
Por todo esto, para que los avances del conocimiento médico se complementen con la opción de no utilizarlos en determinadas situaciones, las leyes razonables, la palabra y la empatía deben vencer al silencio y al miedo.
El autor agradece la lectura complementaria al artículo del primer comentario a esta Entrada, que también es suyo. Para aclarar el contexto e introducir algún importante matiz