viernes, 30 de diciembre de 2011

Menos recortes, más reformas

El sistema público de salud español es uno de los mejores del mundo y sus indicadores objetivos así lo confirman. También es de los más baratos: un 6.5% del PIB frente al 7.3 de la UE15. Pero tiene un serio problema de financiación por insuficiencia presupuestaria crónica y una contumaz tendencia, imparable en los últimos años, al incremento estructural del gasto.
La sanidad es valorada por los ciudadanos como la joya de la corona del estado del bienestar. Por tanto, los recortes sólo se entenderán si antes se ha apurado al máximo el ahorro en el resto de partidas gestionadas por las administraciones públicas. Y si, además, se han exprimido por completo todas las fuentes impositivas de recaudación: lucha contra el fraude, progresividad fiscal…
No hay duda de que son necesarias reformas profundas en el sistema para que éste continúe siendo de calidad y económicamente viable. Pero cunde la sensación de que los gobiernos autonómicos no tienen el valor y/o el conocimiento para afrontarlas y prefieren la vía fácil de los mal llamados ajustes. Que además de tener un más que limitado potencial de ahorro, se centran en los más enfermos, más débiles y menos informados. Injustos e inútiles, por tanto. Generalmente con marcha atrás a los pocos días. Llega con observar el errático asunto del bloqueo en las cartillas de los parados de larga duración, los etéreos conceptos de uso irresponsable del servicio, la ilegal discriminación a inmigrantes y no empadronados…, para concluir que a día de hoy las ocurrencias puntuales sustituyen al análisis, al diagnóstico real de los problemas y a su correcto tratamiento.
En España vamos mucho más al médico y recibimos muchas más recetas que la media europea, sin que ello suponga beneficio adicional en términos de salud y bienestar. He aquí un buen asunto para empezar a pensar. Como bien decía en un reciente artículo un ex alto cargo sanitario, frente a cierto estado de opinión que culpabiliza al usuario de esa sobreutilización de los servicios -argumento que lleva de cabeza al copago en sus versiones disuasoria y recaudatoria-, algunos pensamos que esa demanda es en gran parte inducida por el propio sistema, cuya hoja de ruta seguimos todos sin la más mínima duda, convencidos de su incontestable idoneidad.
Muchas consultas y derivaciones de un médico a otro... Tantas que algunos pacientes ancianos parecen no salir nunca del hospital en los últimos años de su vida. ¿Cuántas de ellas son realmente útiles? De todo hay, por supuesto. Pero, en todo caso, no es fácil trascender ese esquema bien intencionado, sustentado en la abundancia y el bajo coste de los especialistas. Un formato en apariencia intachable que, sin embargo, amenaza con morir de éxito, convertido en rutina ineficiente y obsoleta para un contexto demográfico nuevo. Con la cronicidad y la dependencia como invitados ya mayoritarios.
Y cuando hay demasiadas consultas, hay demasiadas recetas. Por eso, medidas tan razonables como la prescripción por principio activo tomadas para reducir el enorme gasto farmacéutico, sólo abordan la consecuencia del problema, no su causa. Así que necesitamos ir más allá, afrontando las reformas estructurales que conduzcan a un verdadero cambio de modelo. Y hacerlo dejando la política y el corporativismo a un lado. Huyendo de medidas de despacho, forzadas para dar apariencia de respuesta a la coyuntura y que más que ayudar a la sostenibilidad, conducen al deterioro y a la pérdida de confianza en la sanidad pública.
Hay que identificar bien las bolsas de ineficiencia asistencial, muchas de ellas basadas en viejas decisiones políticas, corporativas o localistas sin valor añadido. Su reconversión sería mucho más eficaz en términos de ahorro y racionalidad que los copagos –siempre injustos e ineficaces-, las privatizaciones –ruinosas a medio plazo- y los recortes de corto vuelo.
Debemos consolidar, también, una agencia de evaluación del uso de las tecnologías y los fármacos –tipo NICE inglesa-, cuyas conclusiones sean vinculantes para todo el sistema y sirvan para definir y mantener una cartera estatal de servicios única, con financiación garantizada. Y, sobre todo, cambiar el modelo retributivo de los profesionales, primando de verdad –no como hasta ahora- el compromiso con la organización y la obtención de resultados de calidad. Con nóminas más vinculadas a la productividad que las actuales. Saliendo del habitual y desmotivador café para todos que caracteriza nuestra función pública.
Nada de esto puede hacerse sin un gran acuerdo político, profesional y ciudadano para blindar a la sanidad pública española durante estos años de crisis. Los recortes sólo traerán debilidad; las reformas, fortaleza.

sábado, 24 de diciembre de 2011

Navidad

Mejor que ninguna otra epoca del año, la Navidad marca los tiempos de la vida, las edades del hombre. Así que para la mayoria, la Navidad es, sobre todo, la casa familiar en la que de niño se está, de joven se vuelve y de mayor se espera la llegada de los que un día se fueron para vivir en plenitud en otro lugar. Por Navidad se extraña más aún a los que nos han dejado para siempre. En algunas aldeas y ciudades de Galicia se guarda siempre un lugar en la mesa de Nochebuena para tenerlos más cerca. Dicen que la memoria pervive mientras alguien que nos conoció intenta recordarnos. Después llega el olvido.
Pero todos -seguro que también los ausentes- sentimos la Navidad como un período gozoso del año en el que los hogares se adornan con árboles, belenes, luces y con las coronas de adviento verdes y rojas que se cuelgan en las puertas.
La Navidad tiene nieve en el hemisferio norte y calor de verano en el sur. Pero es, en esencia, la misma. Un tiempo de fogones, olores y sabores de infancia. Irrepetibles en su excelencia por otras manos cocineras que no sean las de la madre o la abuela: el pavo asado, el cordero, el besugo, la lombarda, el cardo, la pularda, la escudella, los canelones de San Esteban, la coliflor, el capón de Villalba, la zurrucutuna, la lechona rellena de Baleares, el bacalao en sus mil preparaciones, el cochinillo, el pollo del caserío, las pepitorias de Andalucia, el marrano colombiano, los romeritos de México, las picanas bolivianas, las hayacas, el arroz con gandules de Puerto Rico… Distintos en cada continente, en cada país, en cada casa... Con ese particular toque de distinción que los caracteriza. Y que reconocemos al instante aunque hayan pasado años.
Y con las mesas llenas, a todas horas, de dulces pecaminosos, de peladillos, turrones, polvorones, mazapanes, ponches, coquitos, almendras, tembleques, galletas de gengibre, alfajores, majaretes, rusos, feos, Panettones, Panfortes, mielarros, Christmas pudding...
Todos estos y muchos más -seguro que cualquiera de vosotros puede añadir alguno a la lista- son platos, guisos y postres típicos de las comidas y las cenas navideñas. Aunque no podemos olvidar que, no hace mucho tiempo, la Nochebuena era fecha de vigilia. De las muchas que el año tenía.
Pero de esos misterios dolorosos que tanto nos costó memorizar en su día, gracias a la modernidad y al sentido comun de las gentes, ya poco queda en la Navidad de hoy. Que, sin embargo, conserva tradiciones más paganas, como el divertido “caganer” de los belenes catalanes, el evocador “tizón de Nadal” de Otero Pedrayo, las piñatas de barro de América en las que los niños rompen con palos los siete pecados capitales, o el muérdago britanico que se coloca en lo alto para que las parejas que se detengan debajo puedan besarse “sin pecado” una y otra vez… Y tantas otras historias y costumbres navideñas que nos hacen sonreir cuando, apagadas las luces de la Pascua, vuelve la normalidad a nuestras vidas.
Porque la Navidad, antes de llamarse así, fue durante siglos nada más que el solsticio de invierno, el periodo del año con los días más cortos, el Yule de los celtas, el momento en el que la rueda del mundo está en su punto más bajo preparada para subir de nuevo. La Navidad, también un tiempo de esperanza. Que ustedes la disfruten.




FELIZ NAVIDAD A TODOS LOS AMIGOS DEL BLOG




En la foto, una preciosa piñata de barro mexicana para que los niños la rompan en Navidad y sobre sus cabezas caigan los regalos y la alegria.

sábado, 17 de diciembre de 2011

El silencio del cambio

Todos los datos, todas las noticias, orientan a que el nuevo gobierno continuará, en lo esencial, con la misma política económica que el anterior: la reducción del déficit público a toda costa hasta el 3% del PIB en 2013. Aunque en ello, como con toda probabilidad ocurrirá, nos dejemos otros cientos de miles de puestos de trabajo. A día de hoy, no se contempla otra opción, a juzgar por la unanimidad europea -por no llamarle pensamiento único- del pasado fin de semana.
Ningún cambio, por tanto, más allá del discurso. Lo que antes era una España intervenida ahora se vende como nuestra aportación a la salvación de Europa, donde, como Arenas afirmó hace unos días, ya se nota la resolutiva presencia de Rajoy. De igual modo, en los programas de la TDT en los que hasta hace poco se anunciaba la catástrofe, se deslizan eslóganes, antes de cada corte publicitario, en los que se convoca a la ciudadanía a trabajar para levantar a la nación. Eso es lo único que cambia: el mensaje y el tono de la comunicación política.
O sea, un cambio pírrico. Y también, un flagrante insulto a la inteligencia. Sólo la estrategia de permanente desgaste electoral efectuada por el PP en las dos anteriores legislaturas, burda pero eficaz, explica que la concertación de los dos grandes partidos estatales ante los grandes temas de estado no haya sido posible antes, cuando era, al menos, tan necesaria como ahora. Y que sea tan fácil cambiar de táctica en tan poco tiempo. Sin coste alguno.
Y conviene ponerlo ahora sobre la mesa, aunque parezca baladí, para evitar que ese modelo se convierta en moneda común en la política española para siempre jamás. Antes de que la frágil memoria colectiva del país lo disuelva en su pozo sin fondo, con los ciudadanos tragando con todo si se les presenta de forma conveniente, como Pedro Arriola y su taller de nueva cocina de partido bien saben hacer.
Todo esto con independencia de los errores e insuficiencias del PSOE, sobre las que ya han corrido ríos de tinta y que, sin duda, han favorecido y potenciado este tipo de estrategias tan poco edificantes. Carencias que, por otra parte, son hoy motivo de reflexión prioritaria en los círculos de la izquierda, siempre atentos a la crítica “constructiva”, aunque menos aficionados a la construcción propiamente dicha.
Vendrán medidas contradictorias, obligadas por la volatilidad y profundidad de la crisis económica global, pero ya no se llamarán improvisaciones y ocurrencias, serán agilidad en la toma de decisiones ante las cambiantes circunstancias. Subirá el paro, pero durante largo tiempo se explicará por la terrible herencia recibida. Llegará una nueva reforma laboral, pero ya no se medirá por la creación de empleo, sino por su intrínseca necesidad en los tiempos que corren.
Todo esto está muy bien, pero alguien tendrá que preguntar alguna vez al nuevo gobierno por lo que hará para incentivar la actividad económica. Será necesario conocer cúal es el modelo productivo que propone, cuáles son las prioridades reales en el recorte del gasto y si estarán basadas en el interés de la gente o en los equilibrios políticos locales y territoriales… Rajoy y su partido disponen para gestionar de 7 de cada 10 euros que los españoles aportamos al erario público. Entre otras cosas por eso, están obligados a responder en tiempo y forma a las preguntas que se les formulen. Esperemos que lo hagan.
Mientras tanto, Feijóo pasa sus últimas mañanas con ZP. Sin él al otro lado, se hará más visible su falta de enfoque económico global y de proyecto de futuro para Galicia, escondidos hasta ahora en el enemigo exterior y en el simple rigor presupuestario. Puede que alguien, desde la colaboración y la exigencia, le pregunte algún día por sus promesas, compromisos y resultados. Y ese alguien, si llega, será una buena noticia en el pesado silencio que se avecina.

viernes, 9 de diciembre de 2011

Llevar la razón

Gran parte de los grupos humanos, más o menos articulados, se constituyen para compartir ideas y razones, no tanto por ellas mismas sino por su capacidad de aglutinar conciencias, de alejar al hombre de la insoldable sensación de soledad que le acompaña. Así son, en esencia, los militantes de los partidos políticos, los seguidores de los equipos de fútbol, el 15M, las asociaciones de lo que sea... Así es, para bien y para mal, la civilización.
Lo malo es que ocupamos excesivo tiempo y energia en llevar la razón. Y en que nos la reconozcan. Con admirables excepciones, todos buscamos cada día en los titulares de los periódicos, en las noticias de los medios audiovisuales, en las conversaciones del bar…, opiniones que coincidan con la nuestra y conforten la avidez de razón conquistada en la que vivimos.
Demasiadas veces hablamos con los demás poco más que para avalar nuestras tesis preconcebidas, evitando en lo posible la “molesta” confrontación de ideas. Con frecuencia, utilizamos el clásico “llevas razón” esperando que el otro nos devuelva presto la coincidencia argumental, aunque sea ocupada sólo de lugares comunes, para así alcanzar juntos la nutritiva hermandad de las razones que se encuentran.
Algunos van todavía más allá y enferman sobrecargados de razón, haciendo de su reconocimiento el objetivo más importante de la vida. Y recorren juzgados –incluso se crucifican delante de ellos-, sindicatos, abogados, libros de reclamaciones, cartas al director, defensores del pueblo… para alimentar a ese extraño monstruo de la razón que se ha incorporado, sin avisar, a su disco duro.
Pero, peor aún que los que la buscan obsesivamente, son los que la encuentran. Y no se bajan de ella caiga quien caiga. Abanderados, iluminados, salvadores del pueblo, teóricos del bien absoluto, tertulianos ungidos por el conocimiento universal… Tipos que sientan cátedra a su paso. Especialmente peligrosos en los momentos de zozobra.
Decía Valente que “lo peor es pensar que tenemos razón por haberla tenido”. La cara soleada de la razón mira siempre hacia delante. Hay que llamarla cada nuevo día, no para poseerla sino para compartir la luz que nos presta. La razón bien entendida no sirve para defender viejos castillos, sino para construir otros nuevos. Escuchando más que hablando, debatiendo más que adoctrinando, libando de los unos y los otros…
Ese sería el mejor camino para la sociedad y la política de nuestro país en estos dificiles momentos. En los que no conviene volver a los viejos agravios ni arrojar “sine die” la culpa a la cara del oponente. Ni embarrar, con relatos y discursos emponzoñados de razón excluyente, el duro recorrido que nos queda para salir del abismo. Cuando las bases aparentemente sólidas, sobre las que hemos vivido tanto tiempo, se resquebrajan, es cuando toca, como Willy Brandt decía, “atreverse a abandonar las razones cautivas y llenarse de democracia sin prejuicios…” Aunque la historia de España no nos ofrezca mucha esperanza en ese sentido.
“Sólo soy un español que razona”, respondía el poeta y ensayista alicantino Juan Gil-Albert a los que le acusaban de afrancesado, por sus matizadas opiniones, en el doble exilio -primero exterior y luego interior- que vivió. Quizás precisamente por razonar y no cargarse de razones, sus obras son menos conocidas que las de otros de sus coetáneos, a mi juicio con menos méritos literarios. Tal vez por eso mismo, cada vez me gustan más los escritores e intelectuales que no pretenden con su obra convencer de nada ni dar lecciones a nadie. Y es un placer compartir con algunos de ellos un rato de tertulia, dos miércoles al mes, en un cercano lugar de Ourense.

sábado, 3 de diciembre de 2011

El pájaro de Minerva

Sólo levanta el vuelo al atardecer. La conciencia y la sabiduría llegan, en este mundo, demasiado tarde para hacerlo más justo y habitable. La verdadera luz suele aparecer cuando ya vale de poco. Quizás por eso el hombre no ha dejado de ser nunca un lobo para el hombre. Y la civilización sigue siendo, a día de hoy, un tesoro más frágil de lo que parece.
El pajaro de Minerva es el conocimiento. El fruto más preciado. Al que sólo se accede por medio del lenguaje, del conjunto de palabras aprendidas, llenas siempre de significado y significante, como Lacan nos descubrió. Corren tiempos en los que nadie se hace responsable de lo que dice. Y nadie le exige que lo haga. Puede decirse una cosa y, en pocos días, la contraria, sin temor a ser rechazado o castigado. La palabra está perdiendo su papel de soporte básico de la memoria, la experiencia y el conocimiento. Degradada con su utilización masiva para retorcer la realidad y hacerla viscosa y resbaladiza.
La palabra es también una herramienta al servicio de quien la domina. De quien es capaz de elegir, en su propio interés, el momento y el contexto para colocar lo que Manquiña definió como “el concepto”. De quien cuenta con los medios de comunicación para hacerlo. Cada vez más numerosos y versátiles en sus soportes, pero también más parecidos entre sí, por muy diferentes que aparenten ser.
Y la batalla por la palabra, por la verdad, es hoy, más que nunca, la batalla por la libertad. Creo honestamente que la política, en los próximos años, difícilmente va a parecerse en nuestro país a la que hasta ahora conocimos. El oligopolio del poder institucional y económico del que la nueva mayoria política va a disponer, es un feraz caldo de cultivo para el control unívoco de la información y sus contenidos, para la generación de un relato de pensamiento único en el que instalarse cómodamente durante años.
Ya están en marcha múltiples síntomas de ello: la trayectoria de algunas televisiones autonómicas como Telemadrid y Canal 9, la tolerancia periodística a las ruedas de prensa sin preguntas, a que la señal audiovisual de los actos públicos sea enviada a los medios, envuelta en celofán, por el propio partido político que los protagoniza…
A nadie se le oculta que la reforma de RTVE, auspiciada por el gobierno saliente, que ha posibilitado el periodo de mayor independencia y profesionalidad que el ente público ha tenido en toda su historia, corre peligro de estrellarse en la interminable renovación de su consejo de administración.
Está en juego la calidad de la democracia. Su defensa es la tarea más trascendente que la sociedad civil, la prensa y la oposición deben realizar en su labor de control del poder establecido. Las condiciones de las que se parte no son favorables. El lector mayoritario confía ciegamente en las posiciones de su medio afín y ve la realidad bajo su sesgado prisma. No hay suficiente masa crítica como para contrastar titulares simplistas e interesados. La crisis económica y la precariedad en material humano de los medios de comunicación, no favorecen el análisis independiente y matizado de las noticias y los temas. La voz de los intelectuales se ha estado apagando en las últimas décadas, sepultada por la sociedad del espectáculo en la que vivimos. La opinión de los técnicos en las diversas materias suele ser lo suficientemente compleja como para tener escasa influencia en un país que apenas lee cosas que vayan más allá de los 140 caracteres del Twitter...
Un panorama sombrío que predispone al sueño de la conciencia colectiva, para regocijo de un poder capaz de envolverlo en su acogedor manto de pan y circo. Ahora bien, decía Stefan Zweig que “toda sombra es hija de la luz y sólo quien ha conocido la claridad y las tinieblas, el ascenso y la caída…, conoce la verdad. Y puede dar fe de ella”. Por eso los pájaros de Minerva, las viejas lechuzas que miran con ojos penetrantes cuanto les rodea, son ahora más necesarias que nunca. ¡Larga vida a una de ellas, José Luis Sampedro, Premio Nacional de las Letras Españolas 2011!

sábado, 26 de noviembre de 2011

De balcones y pecados capitales

Quizás por casualidad o como una premonición de lo que ocurriría al día siguiente, de paso por Madrid y en plena jornada de reflexión, me dio por ir al cine y ver “Habemus Papam”, del italiano Nanni Moretti. La escena principal de la satírica película transcurre en el balcón del Vaticano, donde una multitud de fieles espera la salida del recién proclamado Papa, elegido de forma inesperada después de una complicada votación del Colegio Cardenalicio, encerrado para ello hasta la “fumata blanca” en la Capilla Sixtina.
Y como siempre ocurre en ese tipo de momentos-balcón, rodeado de lo más granado de la Curia, el ya sumo pontífice parece disponerse a pronunciar sus primeras palabras que, sin duda, recibirán todos los elogios, sean cuales sean. Así ha sido siempre y así debe ser, seguramente.
Pero a diferencia de lo ocurrido horas más tarde en la calle Génova, el Papa, para sorpresa y estupor de propios y extraños, lanza un grito estremecedor y se niega a comparecer ante el gentío que le espera, abrumado y sobrepasado por la enorme responsabilidad que acaba de caer sobre sus hombros.
Nada más convincente y conmovedor que el permanente gesto de horror y perplejidad del genial y veterano actor Michel Piccoli, de espantada por las calles de Roma buscando algo de tiempo para pensar qué hacer. Rodeado de gente normal que disfruta y sufre, alejada de la representación y el boato. De millones de espectadores del Gran Teatro del Mundo que a él, por un extraño capricho del destino, le toca protagonizar. Y cuyo papel finalmente rechaza no por un problema de fe, sino por simple honestidad personal.
Una interpretación, la de Michel Piccoli, que recuerda al “Paris-Tombuctú” de Berlanga, en la que el cirujano francés que en ese caso interpreta, coge una mañana su bicicleta y comienza el gran viaje que le alejará de un pasado de impotencia lujosa para detenerse en las voluptuosas curvas de Fedra Llorente. Y vivir, en un pueblo de Valencia, un presente sencillo y dichoso.
Una película, el “Habemus...” de Moretti, que muestra en su ingenuo alegato sobre las contradicciones del poder, los rasgos esenciales de la condición humana, siempre en la frontera del miedo y el valor, de la locura y la lucidez... Y lo hace en la figura de un Papa, demasiado normal para creérselo, que escapa de un balcón antes de que éste le atrape para siempre.
Después, antes de volver a Ourense en tren para ejercer el derecho al voto, tuve tiempo de dar un paseo por El Prado. Por la imprescindible exposición de “El Hermitage”, el mejor legado de los zares, la cosecha más brillante de aquellos tiempos de “despotismo ilustrado” que algunos, aún hoy, practican en silencio. Y pasar después por alguna de mis salas favoritas de la colección permanente. En concreto por la 56A, donde en los cuadros de “El Bosco” siempre aparecen detalles e historias nuevas que, con un poco de imaginación, pueden venir al pelo. Como la que en esta ocasión encuentro en la “Mesa de los pecados capitales” y en las citas del Deuteronomio que aparecen en sus filacterias: “porque esa gente ha perdido el juicio, si fueran sensatos entenderían estas cosas, comprenderían la suerte que les espera…”
Balcones, escenarios abiertos donde también habitan la soberbia, la pereza y la avaricia. Teatros abarrotados de público que observa el espectáculo y siempre aplaude al triunfador haga lo que haga, diga lo que diga. Para, más pronto que tarde, dudar de él, como en su día hizo Don Pío Cabanillas cuando brillantemente afirmó: “yo ya no sé si soy de los nuestros”.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Olas

Como era de prever, la ola que detectaban las encuestas ha seguido creciendo hasta llegar a la playa. Es lo que tienen las crisis y los cambios de ciclo. Los ciudadanos han optado por la alternancia democrática como la forma más natural de reducir, en estos tiempos de zozobra, la incertidumbre, el miedo y la falta de expectativas de mejora. Para ello han prestado masivamente su apoyo al PP. El pueblo es soberano y siempre –repito siempre- tiene toda la razón.
El pueblo ha otorgado a la formación que preside Mariano Rajoy, el mayor poder político que un partido ha tenido en la corta historia de la democracia en nuestro país. El PP tiene todo el poder en el Estado, las CCAA, gran parte de los Ayuntamientos, el resto de las instituciones y dispone de la máxima capacidad de influencia en los ámbitos mediático y económico. Se acabaron, por tanto, los eufemismos (“depende”, “como Dios manda”…) y la propaganda que hasta ahora llenaba los amplios vacíos de su oferta política. Se acabó hacer oposición a la oposición. Toca enfrentar la gestión de la crisis en España, Galicia y Europa y contar, cuanto antes, cuáles son las recetas.
Y también evitar la tentación de patrimonializar el gran poder público que ostenta, creando tramas de redes clientelares, tal como ha ocurrido al menos en Valencia, Galicia y Madrid. Rajoy debería prevenirlas y rechazarlas explícitamente -hasta ahora no lo ha hecho-. Y no darse por aludido ante las muchas voces que reclamarán lo que creen “les corresponde”, en base a la gran ayuda prestada durante estos 8 años para sacar a los socialistas del poder.
El PSOE ha perdido votos, por la derecha, entre los que han entendido que no ha sabido gestionar la crisis económica y, sobre todo, por la abstención y la izquierda, entre los que han creído que su política en la última legislatura no fue muy diferente a la que pudiera haber aplicado el PP. Estos últimos tendrán ahora la oportunidad de comprobar si estaban o no en lo cierto.
Pero, por muy dura que parezca la derrota, el partido socialista no debe caer en el error de la catarsis meramente nominal. En cambiar sólo los nombres y los equipos. El análisis de la realidad que Rubalcaba ha realizado en campaña es, a mi juicio, el correcto. Las propuestas en cuanto a política europea, progresividad fiscal, priorización del gasto en los servicios públicos esenciales… hubieran sido bien entendidas por la ciudadanía sin el lastre de la gestión de la crisis que éstas arrastraban. Toca cambiar el modelo, en la línea del partido socialista francés. Los ciudadanos que son su base real, que comparten en sentido amplio sus valores de progreso y justicia social, deben ser convocados y estar presentes desde el principio en la necesaria renovación de la socialdemocracia en España, en el debate sobre los problemas sociales, las propuestas y la elección de candidatos a los siguientes procesos electorales. Deben sentirse protagonistas de la política para que ésta se impregne de las necesidades de la gente y pueda ser comunicada con eficacia y credibilidad. La llamada “vida orgánica” conviene que deje paso a la máxima apertura a la sociedad.
El PSOE debe ser leal en la oposición como siempre lo ha sido. Dispuesto a pactar las cuestiones de estado, cada vez más numerosas: Europa, política antiterrorista, sostenibilidad de los servicios públicos… A pesar de la legitimidad que tiene para hacerlo después de sufrir durante casi 8 años una oposición cainita e irresponsable, no es momento de huidas hacia delante por la vía fácil de la indignación sistemática. Pero sí de responder con contundencia a la falsedad, a la desigualdad, al abandono de los más desfavorecidos y a los intentos de reducir la calidad de la democracia tanto en las instituciones como en los medios públicos de comunicación.
Es hora, en todo caso, de arrimar el hombro todos desde nuestra personal ocupación. Cualquier esfuerzo será poco para que el país resista el empuje de la gran ola que sigue amenazando con inundarnos después de la jornada electoral.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Penúltimas reflexiones

Vivimos días decisivos para nuestro futuro inmediato y el de nuestros hijos. Las condiciones financieras que el país soporta son tan extremas que no podemos continuar así durante mucho tiempo. Es una absoluta falacia que un cambio de gobierno y una eventual mayoría absoluta sean las claves para recuperar la confianza internacional en nuestra economía. La gran ola que nos empuja es de tal magnitud que es capaz de llevarse por delante no sólo al gobierno saliente, sino también al entrante.
Es hora, sin olvidar los muchos y profundos cambios que debemos hacer en España, de concentrarse en Europa. A ella hemos unido nuestro destino desde hace años. Y en los últimos días, cunde la sensación de que las fuerzas dominantes en la UE no tienen intención de arriesgar lo más mínimo para mantenerla unida. Ni siquiera, como hasta ahora había ocurrido cuando los movimientos especulativos contra el euro y las deudas soberanas arreciaban, Merkel y compañia se han molestado en escenificar reuniones al más alto nivel. Puede que hayan decidido dejarnos caer, soltar lastre, en la falsa idea de que hacerlo facilitara su propia salvación.
Por eso creo que necesitamos un presidente con un planteamiento público, claro y decidido, sobre la política europea. Un presidente que exija cuanto antes al Banco Central Europeo (nuestro banco central, no lo olvidemos) la compra de toda la deuda pública necesaria para impedir que la prima de riesgo suba de los 200 puntos básicos, haciendo para ello uso de su poder ilimitado en emisión de dinero. Como lo hace la Reserva Federal en EEUU. Ese es el único modo, a día de hoy, de disuadir a los mercados, frenar la espiral especulativa que nos está llevando a la ruina y comenzar a corregir el errático rumbo de la Unión.
Un presidente que, también, renueve en Bruselas los compromisos de estabilidad presupuestaria y asuma las sanciones (iguales para todos, por supuesto) que su incumplimiento debe conllevar. Pero que a la vez pelee por alargar los tiempos de reducción de los déficits públicos. De los que, tal como están ahora, sólo podemos esperar más paro y una larga recesión.
En este país y en este momento, se precisa un presidente que no mienta a los ciudadanos con demagógicas cuadraturas del circuito: bajar los impuestos, mantener intactas las prestaciones sociales y ahorrar 25.000 millones de euros en un solo año es materialmente imposible.
Nos merecemos un presidente que entienda que en un estado como el nuestro, sin apenas recursos naturales estratégicos, el capital humano es el único activo. Y que la educación, la sanidad y la investigación son esenciales para conservarlo. Sin ellas no podremos cambiar nunca el modelo productivo ni avanzar por los caminos de la sociedad del conocimiento. Ningún recorte en estos ámbitos es, por tanto, aceptable.
Necesitamos un presidente con el coraje necesario para recortar –ahí, sí- todo lo “prescindible” en la administración pública, diputaciones y Senado incluidos. Manteniendo, con esos recursos, la protección a los más desfavorecidos, a los dependientes, a los excluidos, a los inmigrantes… Un presidente que no restrinja los derechos del diferente, que se sienta ciudadano del mundo global y propugne el valor del encuentro cultural en un mundo solidario y abierto.
Pienso, además, en un presidente que se atreva a decirle a la gente que tiene que trabajar más para remontar esta crisis. Y a los sindicatos, que los salarios, en un mercado internacional cada vez más competitivo, deben vincularse a la productividad. Que es tiempo de generosidad, de compromiso ciudadano, de esfuerzo y de riesgo.
Un verdadero líder, en suma, que transmita al país esperanza y valores a compartir. Ya se que es mucho pedir, que la política vive horas bajas... Pero el discurso de Felipe González, el martes en el Pabellón, tuvo ese aroma de modernidad. Aunque peine las canas de la experiencia y la memoria. Ingredientes muy útiles, por otra parte, para reflexionar sobre el sentido de nuestro voto.

sábado, 12 de noviembre de 2011

¿Maquiavelo o Rousseau?

¿A quién de los dos se encomendó Papandreu –hijo y nieto de primeros ministros, miembro de una ilustre familia que en Grecia se compara con los Kennedy- cuando la semana pasada decidió convocar su fallido referéndum? ¿Cuáles eran sus “verdaderas” intenciones? ¿Ganar apoyo político interno y reducir la presión de los socios europeos? ¿Ser el nuevo campeón de la democracia directa?
Algunos piensan que jugó a ser “El príncipe” de Maquiavelo, aquel que “cuando sus habilidades no eran suficientes para solucionar un problema, exclamaba que no era su culpa, sino la de una extraordinaria e imprevista fatalidad”.
Otros, sin embargo, creen que el todavía presidente del PASOK, exhausto tras cinco huelgas generales, con la gente concentrada todos los días en la plaza Sintagma, con movimientos de insumisión ciudadana –“Del Plinoro” (no voy a pagar)- cada vez más fuertes, decidió “compartir” con su pueblo el camino de la ruina inevitable, en una catarsis que le liberara, al menos en parte, de la pesada carga que, hasta ese momento, sostenía casi en solitario. Y para ello, nada mejor que volver a los orígenes. A Rousseau: “toda ley que el pueblo no ratifica, es nula y no es ley”.
De uno u otro modo, el tiro, al final, le salió por la culata. Pero, en todo caso, ¿estaban los griegos en condiciones de responder, con criterio fundado, a ese tipo de preguntas, tras un largo periodo de bienestar nacional decretado, de corrupción mutuamente consentida?
En “El contrato social”, Rousseau afirma que “el hombre es bueno por naturaleza”. Y si el hombre es bueno, el pueblo también. Con esa sencilla idea comenzó la exitosa historia de la Europa democrática. Por la que tantos han luchado. De Rousseau se nutren los fundamentos teóricos que han hecho posible la libertad, la justicia, la igualdad y la fraternidad que hemos disfrutado durante tantas décadas.
Lo malo es que nada dura para siempre y el hombre no debe ser tan bueno como el filósofo francés aseguraba. El hecho es que una vez alcanzados y consolidados los objetivos más importantes de esa gran revolución ética, la nueva burguesía del bienestar insaciable y el paternalismo de las élites dominantes nos han llevado a la decadencia. La figura de Papandreu, como un nuevo Perseo cubriéndose la cabeza con un yelmo de niebla para perseguir a los monstruos del mercado, es hoy la patética imagen de las desnortadas democracias occidentales.
Un médico colombiano, Héctor Abad, progresista librepensador asesinado por la “contra” ultraderechista de su país, dejó, hace ya unas décadas, esta sencilla corrección del pensamiento de Rousseau que su hijo recoge en un hermoso libro: “no es que uno nazca bueno, pero si alguien dirige nuestra innata mezquindad es posible reconducirla y cambiarle el sentido”.
Ese “alguien” debe ser un nuevo contrato social para este mundo “viejuno” –Grecia, Italia, España, Europa…- que se desploma, inconsistente y blando. Un nuevo contrato social basado no sólo en los derechos, sino también en los valores compartidos, en el compromiso, el riesgo, el esfuerzo, la responsabilidad individual...
Rousseau, Maquiavelo… Antiguas ideas, viejas frases que una y otra vez reaparecen en alguna de las figuras políticas de nuestro tiempo. Fíjense, por ejemplo, en esta carta del siglo XVI, con la que el escritor y diplomático italiano se confiesa a uno de sus mejores amigos: “de un tiempo a esta parte, ya no digo nunca lo que creo, ni creo nunca lo que digo y, si se me escapa alguna verdad de vez en cuando, la escondo entre tantas mentiras que es difícil reconocerla”. Tan actual como las nuevas tecnologías. ¿Quién dijo que la historia de las ideas es siempre un bucle interminable? ¿Maquiavelo o Rousseau?

domingo, 6 de noviembre de 2011

La dama

Birmania es uno de los países más pobres y aislados del mundo. Una de las muchas naciones “paria” de la tierra. Sojuzgada desde 1962 por una férrea dictadura militar, ha sufrido la represión más continuada y sangrienta de los estados descolonizados a mediados del siglo XX en el sureste asiático. En las últimas semanas parecen correr, por fin, vientos de cambio y libertad, fruto del bloqueo internacional y de la pacífica resistencia de la maltratada oposición interna, representada y liderada por Aung San Suu Kyi, conocida como “La Dama” y Premio Nobel de la Paz en 1991.
Unos 200 presos políticos han salido estos días a la calle y el petrificado régimen ha anunciando reformas esperanzadoras: libertad sindical y de prensa, desarrollo económico y social del país... Aunque estos anuncios, conociendo el carácter despótico de sus corruptos dirigentes, deben tomarse con precaución y escepticismo, conviene que la comunidad internacional aproveche esa brecha para blindar e impulsar esta tímida apertura.
Birmania lo merece, después de tantos años olvidada, abandonada a su suerte. También lo merecen los cientos de miles de refugiados birmanos en Tailandia y sus hijos apátridas, no registrados nunca como nacidos, despojados por tanto de los derechos humanos más elementales. No cuantificados siquiera entre los 7.000 millones de oficiales habitantes del planeta. “Inexistentes” vidas de las que nadie se responsabiliza.
Las bases en las que se sustentan las dictaduras son el miedo y la ignorancia. Cuando desaparecen, la libertad se abre paso con firmeza y rapidez. Bien lo sabemos en España. En Birmania, avanzado el siglo XXI, aún se palpa el miedo que hace perder la dignidad y la autoestima. Algunos intentan vanamente recuperarlas en el refugio enajenado de la superstición, que videntes e “iluminados” varios venden en los montes sagrados, donde habitan los espíritus protectores, los coloristas “nats”.
Los birmanos, como una buena amiga escribió en la crónica de su viaje, hablan poco del régimen y, si lo hacen, “susurran más que hablan”. También callan y humildemente pagan cuando los militares corruptos colocan un peaje sin sentido alguno en medio de las carreteras polvorientas, exigiéndoles para el paso el poco dinero que tienen y tanto necesitan.
La Dama simboliza lo contrario a la ignorancia y el miedo. Suu Kyi es culta y valiente. Habla correctamente francés, inglés y japonés. En su exilio interior ha escrito varios libros, en los que reflexiona sobre la cultura birmana y la historia reciente del país, desde la independencia, en la que su padre jugó un papel fundamental, hasta nuestros días.
Digna y solemne en su austera expresión, La Dama es para Birmania “la mujer morena resuelta en luna” de la “Nana de la cebolla” de Miguel Hernández. Una madre y un referente para el pueblo, que los sucesivos dictadores no han podido destruir ni comprar, a pesar de su interminable arresto domiciliario y de la inmisericorde denegación del visado para asistir en Londres al entierro de su marido, el escritor y académico inglés Michael Aris. A quien tanto quería. Una historia de amor para con su país y su compañero, llevada al cine este mismo año por el francés Luc Bresson en “The Lady”.
La Dama confía en la solidez ética del milenario budismo theravada, mayoritario en Birmania, y entiende que la liberación debe partir del respeto a la particular forma de entender la vida de los birmanos, sin el automatismo de la mera transposición de valores y modelos occidentales.
La bien ganada credibilidad de Suu Kyi, debe ser suficiente para que la comunidad internacional se implique de una vez por todas en el proceso de apertura que hoy se vislumbra en la luminosa y martirizada Birmania. Si así ocurre, La Dama habrá ganado su admirable batalla. Ojalá que así sea.

lunes, 31 de octubre de 2011

El hombre de la mano izquierda y el cerebro derecho

Nunca había leído nada de Tomas Tranströmer hasta que le dieron el Premio Nobel de Literatura. Con ese motivo, en la prensa reprodujeron algunos de sus versos, recientemente traducidos al castellano. Aunque los poemas cuelgan siempre de la lengua en la que son escritos y sólo en ella pueden disfrutarse en plenitud, este fragmento, en concreto, me pareció fascinante, quizás por simple deformación profesional: “Soñé que visitaba un hospital. No tenía funcionarios. Todos eran pacientes.” Al leerlo pensé en la inmensa desolación del escenario que propone. Y me quedé un rato divagando en las múltiples ramificaciones posibles de esa extraña historia. No recuerdo cuanto tiempo.
Ortega decía que el pensamiento humano es como el gorjeo en la garganta de los pájaros. Una experiencia gozosa en la que a veces apetece recrearse, contemplando paisajes que bordean el sueño. Vivimos tiempos, inundados de información, en los que todos fotografiamos todo lo que llega a la retina. Por eso estamos perdiendo la capacidad de pensar en imágenes. La poesía es una excelente herramienta para recuperar esa capacidad. Sobre todo cuando decide adentrarse entre las rendijas de la realidad aparente.
También, el sonido mismo de las palabras puede convertir la poesía en un divertido juego de ritmos y evocaciones. Más placentero aún que el que proporcionan las nuevas tecnologías. Para Tranströmer, la sonoridad es un elemento esencial de los poemas. No en vano el último Nobel de Literatura es también un músico que ejerce como tal: “La música es una casa de cristal en la ladera, donde vuelan las piedras, donde las piedras ruedan".
Hay quien sostiene que los buenos poetas son siempre zurdos, escriban con la mano que escriban, porque su cerebro dominante es el derecho. Particularidad que les dota de una visión distinta del mundo, menos previsible, más contemplativa... Tomas Tranströmer sufrió hace veinte años un ictus que le dejó paralizado el lado derecho del cuerpo e imposibilitado para el habla. Desde entonces, su único modo de expresión es la escritura en el ordenador y las obras de piano para la mano izquierda. Nunca imaginé que éstas últimas existieran, pero, al parecer, las hay en número suficiente para componer excelentes programas de conciertos.
A pesar de la precariedad de su estado físico, Tranströmer ha sido capaz de seguir ofreciendo “a través de sus imágenes condensadas y translúcidas, un acceso fresco a la realidad”. Por eso, la Academia le ha premiado con el Nobel y nos ha presentado sus antologías. En ellas, su pensamiento transita por los parajes más insospechados y también se complace en rememorar los momentos cruciales de la vida: “El recuerdo más temprano que puedo registrar es un sentimiento. Un sentimiento de orgullo. Acabo de cumplir tres años y alguien dice que ya soy grande…”
Memoria y poesía. Dicen que Internet, al ofrecerse como una enorme memoria externa, está reduciendo nuestra capacidad de construir estructuras estables de pensamiento. O sea, que cabe la posibilidad de que, en un futuro próximo, cuanto más listos sean los ordenadores, más tontos seamos nosotros. Por eso, como alternativa al lenguaje raquítico y al “mariposeo cognitivo” de Facebook y Twitter conviene leer, entre otras cosas, poesía. Para disfrutar con el cerebro derecho. El que tan bien exprime, con su virtuosa mano izquierda, Tomas Tranströmer.

lunes, 24 de octubre de 2011

Aire

No hay ningún interés por el debate político en una gran parte de la ciudadanía. Se ha perdido la confianza en los partidos. Ni siquiera se escuchan sus ofertas programáticas. Poca gente cree que lo prometido en las campañas electorales se cumplirá al alcanzar el poder. La mejor demostración de esta negativa predisposición es el resultado de las últimas encuestas. Rubalcaba, el único candidato que se esfuerza en presentar medidas nuevas para afrontar la crisis, no sólo no mejora sus perspectivas, sino que estas parecen empeorar semana tras semana.
No es ésta una campaña propicia para debates, ideologías o propuestas diferenciadas sobre los asuntos públicos. El estado de ánimo de los electores predispone al voto poco reflexivo, basado en sensaciones epidérmicas, castigos más o menos merecidos o simples percepciones identitarias. Al final, parece que se votará sin ilusión alguna, sin pararse a pensar en las probables consecuencias que conlleva la opción elegida. Muchos se apuntarán sin más al cambio, como una respuesta automática y paradójica al descrédito de la política. Movidos, diría Borges, más por el espanto que por la esperanza.
En todo caso, el desinterés por la política viene ya de lejos en España. Desde hace años, en la Encuesta Social Europea, los españoles somos los de menor nivel en competencia política del continente. Y los que menos esperan que su opinión influya o determine las decisiones de los gobernantes de turno.
Nada nuevo por tanto, aunque es seguro que la actual crisis ha empeorado todavía más los datos de ese estudio sociológico, con la evidencia de que, en el mundo de hoy, el poder financiero y los agentes económicos ajenos a los procesos democráticos, son los que realmente marcan nuestro presente y nuestro futuro.
Sin embargo, no es este el único motivo de la creciente desafección política de la ciudadanía. Los partidos, elementos centrales en la democracia representativa, no han afrontado la transformación que las sociedades modernas les demandan. Son aún estructuras rígidas, lastradas por la endogamia de la militancia, demasiado dependientes de los cargos electos y de la “vida orgánica”. Con un peso excesivo del componente territorial (local, regional...). Encerrados con un solo juguete, como titularía Juan Marsé. Sin el suficiente feedback para con la gente que pretenden representar. Temerosos ante la entrada de savia nueva que pueda romper la baraja que tanto ha costado reunir.
Un diseño éste mucho más negativo para la izquierda que para la derecha. Los partidos conservadores adoptan con naturalidad formatos organizativos parecidos a la empresa clásica, con objetivos sencillos para compartir sin dificultad: éxito, crecimiento... Las ideas y los valores pasan, en su caso, a un segundo plano cuando no conviene sacarlos a relucir. Para la izquierda eso es imposible. El debate y la renovación permanente son sus señas de identidad. Y si el aire no circula dentro, vendrá de fuera.
El 15M es aire democrático de izquierda, aunque a corto plazo pueda ser electoralmente perjudicial para ella. Ha nacido sin una táctica o estrategia claras, pero con dos bases conceptuales firmes: arrebatar al poder financiero global la llave del futuro que ahora monopoliza y alentar la presencia y la influencia de los ciudadanos en los asuntos públicos, rompiendo el monopolio de estructuras arcaicas como son los partidos políticos actuales.
También las primarias del Partido Socialista Francés han sido aire nuevo. Abriendo sus puertas de par en par para la elección del candidato a la presidencia, el PSF ha conseguido en pocas semanas pasar de ser una organización decadente de 200.000 afiliados, a otra de tres millones de franceses que ya consideran al partido como propio, se sienten protagonistas de su devenir y recuperan además el gusto por la opinión libremente expresada, por la participación en la política. Que cunda el aire.

sábado, 15 de octubre de 2011

Las delgadas líneas rojas

Dice Felipe González que no estamos al borde del abismo, sino ya en él. Estoy de acuerdo. Estar en el abismo es experimentar la caída libre hacia un fondo que no puede vislumbrarse con claridad hasta el final del trayecto. En ello estamos, con el plomo en las alas de un estilo de vida y una escala de valores que no volverán jamás: ni en la economía, ni en el modelo productivo, ni en las expectativas de los ciudadanos, ni en las pautas de relación de las personas entre sí, ni en el papel de la familia, la empresa, la ciudad, la política...
La vieja y civilizada Europa es además –quién nos lo iba a decir hace unos pocos años- el epicentro de la decadencia que nos toca transitar, la sima que tanto preocupa ahora al resto del mundo globalizado. El pánico se extiende más cada día. También los mercados están asustados con esta dinámica que, incluso a ellos, les supera. De otro modo no se entiende que George Soros, un tiburón de las finanzas –un aventurero sin escrúpulos, dijo de él Paul Krugman-, firme junto a reputados socialdemócratas como Solchaga, Solana o Solbes, una “Carta abierta a los líderes de la eurozona”, pidiendo eurobonos y una estrategia que estimule el crecimiento y la convergencia de los estados europeos.
No hay duda de que el relato político y económico, compartido durante más de tres generaciones, se desmorona. Y es urgente construir uno nuevo, sin el habitual paternalismo de la izquierda ni el interesado electoralismo de la derecha. Trascendiendo lo inmediato para abrir ventanas al futuro. Con la verdad como el gran faro de la renovación. Es necesario que alguien nos explique donde estamos a día de hoy y, a renglón seguido, nos proponga una estrategia de cambio que otorgue herramientas de esperanza a los jóvenes, a los parados, a los padres, a los ancianos… En suma, un camino creíble por el que merezca la pena progresar.
Ese discurso nuevo debe contener deberes, derechos y líneas rojas. Deberes, porque es hora de decir que nadie puede esperar a que las soluciones le lleguen siempre de los poderes públicos, que toca trabajar más y mejor, cada uno donde se encuentre. Siempre hay algo que aportar, que aprender, que mejorar, que innovar…, para ser más productivos y útiles. Más preparados para lo que está por llegar. Poco avanzaremos si no hacemos otra cosa que rasgarnos las vestiduras ante los escándalos que nos rodean. La indignación es justa y necesaria, pero desde el ejemplo es más fuerte y consistente. Ofrecerse, por ejemplo, para operar de forma gratuita a los pacientes en lista de espera, es la mejor forma de oponerse a los recortes en los hospitales catalanes.
Las líneas rojas. Es necesario un nuevo modelo productivo, basado en el conocimiento en vez del enriquecimiento individual rápido. Sin una educación de calidad al alcance de todos, sin igualdad de oportunidades, no es posible alcanzarlo. Recortar en educación es cargarse el futuro. Desmantelar la sanidad pública más exitosa y barata del mundo, es atentar contra la cohesión social necesaria para un progreso sostenible. Olvidar la atención a los mayores y reducir la protección a los más desfavorecidos, es traicionar el espíritu solidario que nos ha hecho fuertes como país.
Pagar las deudas, reducir el déficit es imprescindible. Pero sin tocar las líneas rojas. Fuera de ellas hay otras telas que cortar, mucho fraude que combatir, reformas fiscales que emprender, políticas de estímulo e inversión pública que desarrollar, mucho gasto superfluo del que prescindir... Todo un gran reto colectivo. Materia abundante para líderes que entiendan la crisis como una oportunidad de progreso y renovación.
Delgadas líneas rojas. Y a quien las traspase –vuelvo a Felipe-, que lo saquen por la ventana del pasado. mucho de esto –no todo- se lo escuché a Rubalcaba el domingo en ExpoOurense. A Rajoy poco le he oído decir al respecto.

domingo, 9 de octubre de 2011

La lentitud de un instante

Del veloz Correcaminos siempre me llamó la atención la elegancia de su zancada y la indiferencia con la que trata al desdichado Coyote, el mejor prototipo que conozco de malo desgraciado. En cambio, del vaquero Lucky Luke sólo recuerdo ese mágico poder para disparar más rápido que su sombra, más deprisa que la luz. Un verdadero precursor de los ahora famosos neutrinos, que en su última carrera meteórica han conseguido saltarse la teoría de la relatividad.
Coincidiendo con la publicación de este nuevo descubrimiento de la física, aún provisional por lo visto, estuve en la exposición en el Thyssen de Antonio López, un lento legendario. Y descubrí que su lentitud no es el producto de un perfeccionismo obsesivo, de un pincel caligráfico, sino un admirable afán por atrapar el tiempo. Tarea que sabe condenada de antemano al fracaso, pero que para él es una manera honesta y fecunda de ocupar la existencia. El universo de un creador sin escuela. De un hombre hecho a sí mismo. Tan personal, a mi modo de ver, como Francis Bacon o Van Gogh.
Antonio López dice “que las cosas nunca se terminan; sólo se abandonan o se dejan de lado por una decisión aleatoria del autor”. Por eso cada vez que pasa delante de una obra suya, se le ocurre cambiar un detalle, borrar algo, rehacerla incluso. Muchas de sus pinturas están inacabadas, son sólo fragmentos de una realidad cambiante en la que cada instante es radicalmente diferente al anterior. Para el creador manchego, como para Heráclito de Éfeso, no hay otra fe que la que captan los sentidos. Nadie puede bañarse dos veces en el mismo río, porque cuando repite, ni el río ni el bañista son ya los mismos. Nada es eterno e inmutable. Ni siquiera el arte.
El realismo de Antonio López no sólo pretende reflejar fielmente determinada imagen. Es, sobre todo, el producto de su firme decisión para enfrentarse al tiempo sin trucos, con las únicas armas de su extraordinario dominio de la técnica en escultura y pintura. Librando una batalla que sólo puede afrontarse desde la humildad y la perseverancia.
Así se me antoja este lúcido artista: como un profesional de gran personalidad que a nadie pretende convencer porque él no está seguro de nada. Que parece feliz no por lo que tiene, sino por lo poco que necesita. En una entrevista con motivo de la exposición, realizada unos días antes en su casa, la que Víctor Erice -otro gran maestro de la lentitud- inmortalizó en su película “El sol del membrillo”, Antonio López dice frases como estas: “hay que hacer una llamada a la gente para encontrar el placer en las cosas básicas y renunciar a lo innecesario, es un acto de justicia que de no hacerse afectará también a los poderosos, o nos salvamos todos o ninguno…”
A esas elocuentes conclusiones ha llegado después de pintar, durante años, cuartos de baño inacabados, ensayos sobre ensayos, innumerables paisajes de la Gran Vía desde distintos ángulos, edificios en construcción, carreteras sin aparente interés… Anotando a lápiz en una esquina de cada lienzo, el día y la hora en la que intentó atrapar un irrepetible instante de luz. Trabajando infatigablemente con un método y una disciplina irrenunciables. Apartándose de los cantos de sirena que tantas veces le han tentado. Un buen ejemplo para los tiempos que corren, en los que lo esencial debería sustituir a lo superfluo.
Y en la última sala de la exposición, innumerables cabezas de bebés: las de sus nietos. Pequeños Budas dormidos que aparecen al final del camino de la obra de Antonio López. Solemnes y serenos en su sueño profundo. Figuras redondas y apacibles que transmiten a la mirada de quien las observa sin prisa, instantes de asombrosa lentitud. Mientras los neutrinos, más rápidos que su sombra, corren y corren por el espacio sideral.

lunes, 3 de octubre de 2011

El país de Nunu

Birmania es luminosa e ingenua. Como Nunu, la mujer que nos la enseñó. Las sensaciones que en un país tan distinto como éste llegan al viajero, dependen tanto de la propia mirada como del acierto y el cariño de quien guía sus pasos y le muestra los lugares y las gentes. Desde ese momento indisolublemente unidos en el recuerdo, al contexto en el que fueron visitados. Y a las historias, los olores y los sabores que los acompañaron.
Por eso, ella es tan importante al rememorar el viaje. Ella y los caramelos de pulpa de tamarindo que compraba en el mercado para nosotros, envueltos en su sonrisa perpetua y en un delicado papel transparente. La familia de Nunu procede del campo, de los inmensos arrozales que dan de comer a los birmanos y de los bosques de bambú que les proporcionan el material para construir sus casas. Nunu es, como Birmania, auténtica. Elegante en la armoniosa sencillez de una camisa blanca y una falda granate, el tradicional longyi de Indochina. Siempre contenta. Con la única concesión en su figura menuda, de un pequeño reloj en la muñeca y una flor, distinta cada día, en el moño. Impecable en todo momento, fiel a las tradiciones de un país milenario que aún no ha perdido el respeto por los mayores, por los extranjeros, por los padres y profesores que son la fuente de la experiencia y el conocimiento.
Birmania nos llena los ojos de colores, de estremecedora belleza en sus atardeceres, de enormes ríos y lagos llenos de vida en sus orillas que transmiten la serenidad del silencio laborioso... De orquídeas salvajes y verdes colinas salpicadas de pequeñas pagodas doradas que los campesinos visitan cada día para hacer sus ofrendas y tener un rato de meditación en medio del trabajo. El budismo en su máximo esplendor. Budismo theravada (linaje de los antiguos), que entiende el nirvana sólo como la consecuencia final de una vida dedicada al recogimiento y la reflexión.
Por eso Birmania es, también, una inmensa fila, al amanecer, de monjes con su túnica y su cuenco entre las manos, recibiendo de sus vecinos la imprescindible ración de arroz y curry. Para las humildes familias donantes no se trata de una limosna, es un honor. En el país hay medio millón de monjes. El día más importante para un padre o una madre es la ceremonia de ordenación de su hijo.
Viajar a este lugar del sureste asiático es dar un salto, de muchos años atrás, en el tiempo. Con todo lo que esto tiene de malo y de bueno. Los birmanos son, en su mayoría, campesinos o artesanos. No hay plástico en Birmania, ni apenas uralita. La madera de teca, el bambú, la seda, el hilo de loto, los bueyes… componen el ajuar con el que nacen, crecen, labran la tierra, se visten y se mueren. Todo se hace aún con las manos. Por eso las cosas, los objetos, son tan hermosos.
Tampoco hay demasiado interés por emigrar, en busca de una vida más cómoda y mejor, a los barrios periféricos de las grandes ciudades, tal como ocurre en la mayor parte del tercer mundo. Por el momento, los sueños de riqueza o la política son mucho menos importantes que las estaciones, la cosecha, Buda, o el nivel de los ríos. El becerro de oro del consumo incesante aún no ha llegado por esas tierras.
Birmania vive sojuzgada por una dictadura militar y aislada por un bloqueo comercial con el resto del mundo salvo China. Una parte de su territorio, en la que persisten enfrentamientos y guerras con las etnias que no aceptan al poder central, está vedado a los visitantes. El cultivo del opio y la desolación de los refugiados se esconden en esas áreas fronterizas. Es la cara oculta de un país luminoso.
Todo esto lo supimos por Nunu, que una tarde además nos contó, con la mayor naturalidad del mundo, su deliciosa historia de amor. Con sabor a chirimoya y manzana. A fruta fresca de Birmania.

Birmania: historia y belleza



Los antiguos griegos ya sabían de Birmania. Con los siglos llegaron reinos enfrentados, reyes devotos que construyeron en Bagan más de 4.000 templos, que surgen de la hierba como orgullosas flores de todos los tamaños, formas y colores. Como si todas las catedrales medievales de Europa se reunieran en un espacio menor que la isla de Manhattan. Ya Marco Polo escribió sobre la belleza que atesoraba esta curva del río de la vida, el Ayeyarwady, que recorre el país de norte a sur con pagodas blancas o doradas asomando en sus orillas. Vida lacustre e inmensa serenidad en el Lago Inle, un lugar de ensueño. El mejor colofón para un viaje fantástico.



Budismo: una forma de entender la vida



El budismo therevada sostiene que para alcanzar el nirvana, la verdadera felicidad, es precisa la completa sabiduría y el abandono de todo deseo. Esto sólo es posible mirando hacia dentro y aprendiendo a dominar la mente a través de la meditación. Por eso en Birmania hay más de medio millón de monjes, dedicados a ello por completo. Para el birmano medio, darles de comer, hacer donaciones en los omnipresentes templos, meditar y rendir diario homenaje a Buda, los padres y los profesores... es el mejor modo de ganar y acumular méritos (kutho) para un futuro mejor. En Birmania la vida y las calles contienen budismo. Las pagodas forman parte de la vida cotidiana y también de un paisaje lleno de color. Como las espectaculares escaleras que en medio del monte llevan a las Cuevas de Pindaya que contienen entre estalactitas y estalagmitas, ocho mil imágenes de Buda de alabastro, teca, mármol, ladrillo... colocadas en cualquier rincón por los devotos.


Birmania laboriosa y auténtica



En Birmania (Myanmar) más del 60% de la población es campesina. El trabajo manual es visible por todas partes, en el campo, en las casas, en las calles... Y el mimo con el que tratan y presentan las cosas. Por ejemplo las hojas de betel que envuelven la nuez de la misma planta, la cal roja y especias diversas y se mastican como "estimulante apacible". Así pueden verse en los mercados, generando preciosas formas circulares o geométricas. La familia es el centro que da sentido y equilibrio a la existencia. Dice el exiliado escritor birmano Khoo Thwe que en Birmania, "la Tierra es redonda en la escuela y plana en casa". Belleza y tradición en estado puro. Sin apenas contaminación occidental, por el momento.


domingo, 25 de septiembre de 2011

Cinismo democrático

Algunos pensarán que es lo normal, que todos lo hacen, que forma parte del espectáculo de la política. Otros creemos que es una burla, un insulto a la inteligencia de los ciudadanos. Escuchar de Pio García Escudero, en el último debate de Zapatero en el Senado, palabras de reconocimiento y alabanzas por su iniciativa de comparecencias mensuales en la cámara baja, después de los continuos y personales ataques que le ha dedicado a lo largo de las dos legislaturas, es de un cinismo y una impostura reseñables.
¿Qué ha cambiado? La sensación instalada en el partido de la oposición de que el campeonato ya está ganado y, en todo caso, que ZP ya no compite. ¿Eran teatro las desaforadas críticas anteriores al presidente o nada más que la estrategia dictada en los maitines de los lunes, seguida a rajatabla por todos los portavoces del PP, sabedores de que contra más leña dieran, más posibilidades tenían de colocarse en el futuro?
Con los ciudadanos oficiando de masa acrítica que todo se lo traga. A los que no es necesario dar cuenta de alternativas o compromisos. A los que no importa contar un día una cosa y al siguiente la contraria. Con tal de acertar en la dosis y en el momento. La incoherencia, la desvergüenza y la irresponsabilidad no tienen coste electoral. Salen gratis. Esa es la no política del asesor de cabecera de Rajoy, Pedro Arriola. La que las encuestas auguran va a ganar las próximas elecciones y cuyo desarrollo y seguimiento le ha procurado pingües beneficios económicos al marido de Celia Villalobos.
¿Cómo es posible que quepan en el mismo saco la campaña contra el Estatut y el cava catalán y las palabras de don Mariano hace una semana en Barcelona con los chicos de CiU presentes en el acto: “hay que incidir en lo que nos une, sería disparatado e irresponsable si apostásemos por la división”? ¿A quién quiere engañar? Las circunstancias, los clientes, los intereses, marcan la política vacía de contenidos y convicciones. La que sólo busca ganar desde el marketing, desde el simple cálculo electoral. Sin mojarse, sin destaparse en ningún asunto comprometedor.
¿Es éste el liderazgo que necesitamos como país en crisis? ¿El del que no responde a las preguntas en las ruedas de prensa? ¿El del que critica en la oposición las medidas del ejecutivo (impuesto de patrimonio, subida del IVA…), para no cambiarlas cuando gobierne? ¿El del que a punto estuvo de dejar caer al país en la quiebra en Mayo del 2010, votando en contra de los recortes para evitar compartir el coste político, erosionando aún más al presidente y, en cambio ahora, con las puertas de la Moncloa a la vista, sin peligro electoral aparente, cambia de perfil y se apresura a pactar con ZP cualquier medida de ajuste que le plantee? Alguien dirá, con razón, que más vale tarde que nunca. Es cierto. Ojalá que esa disposición al consenso hubiera llegado antes. Mejor nos hubiera ido a todos. Pero, ya se sabe, los intereses particulares de algunos van antes.
A uno de los primeros cínicos, al griego Diógenes de Sinope, le preguntaron por qué la gente daba limosna a los pobres y no a los filósofos. A ello respondió: “porque piensan que pueden llegar a ser pobres, pero nunca filósofos.” Quizás ese pensamiento esté en el fondo de la táctica de los actuales partidos políticos. Pero en todo caso no podemos renunciar, como parece que estamos haciendo, a que nos expliquen lo que van a hacer antes de concederles el poder. Antes, no después. Esta es una de las bases con las que se ha consolidado la democracia en los países que tenemos la suerte de vivir en ella. No perdamos ese norte.
Y, si como parece, las soluciones a nuestros problemas no están del todo en las manos de los que van a ser elegidos en las urnas, exijamos al menos consideración y respeto a la mayoría de edad y al sentido común de los ciudadanos. Sin cinismos ni burdos juegos de manos de los modernos aprendices de brujo.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Una pregunta

Es normal que la propuesta para modificar la Constitución, introduciendo un límite de déficit público, haya sorprendido a muchos. También es lógico que se pida un referéndum para su aprobación, cuando cunde la opinión de que los ciudadanos cada vez contamos menos en la toma de decisiones políticas. Y la sensación de que nuestros representantes democráticos se han convertido en meros ejecutores de una dinámica económico-financiera que les supera y trasciende. Absolutamente cierto.
Pero ese bosque tenebroso en el que vivimos no nos debe impedir analizar, en su justa medida, el árbol concreto de esta última reforma que, en opinión de muchos expertos, no tiene la dimensión que algunos le están dando. Y que, en todo caso, está enmarcada en la lógica de la política económica adoptada en Europa en los últimos 3 años: la del rigor presupuestario y el recorte rápido de los déficits nacionales como axioma intocable. Frente a otras opciones, al menos tan válidas, que proponen retomar los estímulos públicos para reactivar el crecimiento y la lucha contra el paro, retrasando, hasta que la recuperación se consolide, el esfuerzo de austeridad que ahora se pone en primer y casi único plano. Defendidas además por varios premios Nobel de Economía –Stiglitz, Krugman, Maskin…-.
Voces bien documentadas como la de Santiago Lago, profesor de Economía en el Campus de Ourense de la Universidad de Vigo, entienden que esta modificación constitucional no supone un gran cambio con respecto a leyes hoy vigentes en los marcos nacional y comunitario: las de Estabilidad Presupuestaria aprobadas en el 2001 y reformadas en 2006. Personalmente entiendo que esta iniciativa del Gobierno de España, destinada sin duda a mejorar su posición negociadora ante el BCE -que en Agosto nos salvó de una probable intervención-, no es más que la consecuencia natural de un camino recorrido a empujones. Por eso yo estaría de acuerdo con un referéndum que cuestionara “la mayor” y no sólo el último y limitado movimiento.
La correlación de fuerzas políticas que hoy impera en Europa no es la misma que la de los años ochenta: ahora las posiciones conservadoras y neoliberales son hegemónicas. No hay líderes con la fuerza y personalidad necesarias para proponer un perfil más socialdemócrata e integrador. Es lo que los ciudadanos europeos han creído conveniente, por muy indignantes que nos resulten las políticas que se desarrollan. Democracia obliga.
Por tanto, la pregunta a realizar, desde mi punto de vista, a los ciudadanos españoles en un hipotético referéndum, debería ser de este tipo: "¿estamos dispuestos como país, a caminar en solitario y a contracorriente, con los sacrificios inmediatos que ello supondría –suspensión de pagos incluida-, rechazando la austeridad fiscal a la que Europa y la economía financiera global nos empujan y primando los estímulos al crecimiento frente al recorte rápido del déficit?"
Si la respuesta a esta pregunta es, como así creo, a priori negativa, la reforma de la constitución o medidas similares están cantadas. Sólo nos cabe minimizar los daños. Como entiendo ha conseguido Rubalcaba, eliminando cifras comprometedoras en el texto inicial y oponiéndose al disparatado déficit cero, con un más razonable 0.4%.
A mucho más no podemos aspirar, a día de hoy. Sólo una Europa realmente unida puede mejorar el panorama. En los próximos años van a cambiar muchos gobiernos en el viejo continente. Puede que también en Francia y Alemania. Quizás eso permita equilibrar las posiciones ideológicas. Permitiendo, con ello, que líderes con recorrido político y capacidad de elaborar un discurso distinto consigan, al menos, matizar a favor de los ciudadanos más desfavorecidos, los paradigmas actuales de la política económica europea. En todo caso, se trata de una reflexión importante para ir decidiendo el voto en las próximas generales.



El artículo se publicó en el periódico el 2 de Septiembre. Al irme de vacaciones no pude colgarlo en el blog hasta hoy. La semana pasada las elecciones en Dinamarca fueron ganadas por los socialdemócratas tras un largo periodo de gobiernos conservadores. Liderados por una mujer joven, Thorning-Schmidt. Quizás sea el comienzo del cambio en la correlación ideológica de fuerzas europeas gobernantes que permita una verdadera integración y priorice las politicas sociales y el estado del bienestar como alternativa al neoliberalismo, en un entorno de esfuerzo, trabajo, solidaridad y conocimiento.

viernes, 26 de agosto de 2011

Placeres

El placer es un alimento básico para el espíritu. Por eso conviene reservar, cada día, un momento para encontrarlo. El placer es parte esencial de la civilización. Sin él seríamos bárbaros. Las épocas más fecundas de la humanidad han llegado de su mano: la Grecia epicúrea, el alegre París de la “Belle Epoque”…
¿Existirían la pintura, la escultura, la literatura… en un mundo triste que huyera del placer? Seguramente no. Periodos oscuros de decadencia cultural y baja producción artística como la Edad Media ejemplifican la respuesta. La ignorancia, el aislamiento, el miedo, son enemigos del placer. Y por tanto, del ser humano en plenitud.
En nuestro país hubo tiempos, aún recientes, en los que el placer estaba prohibido: era pecado. A los que pasamos de los cincuenta tacos, nos tocó buscarlo a tientas en una infancia lastrada por las tinieblas de la culpa. Hasta que el viento fresco de la historia se llevó por delante al dios castrador de los confesionarios y a la vil dictadura que, en él, justificaba su vigilancia represora. Así llegó la creativa libertad de los ochenta, y el placer secuestrado de los años perdidos se hizo carne, música, cine...
Después, poco a poco, sin hacer ruido, el mundo global nos ha traído la era de los orgasmos rápidos que se pierden los prolegómenos, los momentos intermedios y el regusto de la memoria. Es esta una época de placeres de fácil consumo, instantáneos como el café soluble. El beso robado tras la aventura de la seducción y la aproximación a fuego lento, ha dado paso al “aquí te pillo, aquí te mato” de las noches de alcohol a granel y ruido insoportable en locales subterráneos y brumosos.
Todo está hoy demasiado a mano. Demasiado cerca. La industria del entretenimiento y sus productos de consumo masivo se encargan de ofrecernos el placer ya masticado. Sin el valor añadido de la elaboración reposada del deseo. Sin la complejidad que multiplica el disfrute. Sin la esencia del placer: su carácter personal e irreproducible.
Y es que hasta para el placer se necesita esfuerzo y paciencia. Como en el trabajo, otro de los indispensables alimentos del espíritu. Nada más redondo y satisfactorio para una vida bien aprovechada que disfrutar en la ocupación habitual del “trabajo gustoso”, tan bien definido por Juan Ramón Jiménez ya hace casi un siglo.
Porque el placer es, sobre todo, cultura. Necesita maestros que transmitan sus códigos, de generación en generación, en la esperanza de que sean continuamente mejorados. La ceremonia japonesa del té, la hondura en la muleta del buen torero, la cata del vino en la bodega…, requieren de un cierto conocimiento previo para poder alcanzar el máximo placer al experimentar las sensaciones que transmiten. Para disfrutar de verdad de una buena lectura es necesario haber leído mucho. Es difícil vibrar con una ópera si no has aprendido previamente a conocer sus entresijos.
El placer vive pegado a los sentidos. No cuesta dinero. Está tan cerca de nosotros que, con frecuencia, no somos capaces de descubrirlo. El placer es olor en el perfume del mar de las rías, sabor en los tomates frescos del verano, oído en la música que escuchas mientras el sol se esconde en el horizonte rojo, vista en los ojos azules que tantas veces pasan a tu lado, tacto en la frescura del agua que arrastra el sudor de las tardes de agosto... No es fácil diferenciar la felicidad del placer verdadero. Son las dos caras de una misma moneda. Que siempre llevamos en el bolsillo sin reparar demasiado en ella.
Una amiga mía, en la cabecera de su blog, anima a recuperar los placeres olvidados. Un buen consejo, sin duda.

domingo, 21 de agosto de 2011

Los berberechos rabiosos

El verano avanza a dentelladas de calor y fuego. Más convulso que nunca. Con miles de niños muriendo de hambre en el cuerno de África, mientras las gráficas de las Bolsas de los ricos se retuercen presas de un moderno baile de San Vito que nadie parece capaz de detener.
El mundo se ha vuelto loco y los humanos ya no sabemos ni mirar alrededor. El campo visual se nos ha llenado de espejos, señuelos, falsos becerros dorados que esconden la realidad. La terrible muerte en directo de los niños de Somalia sólo nos produce un segundo de sobresalto, un respingo de impotencia culpable. Y a otra cosa, mariposa. Siguiente noticia del telediario. Por muy mala que sea, siempre será más tolerable. Citando a Baudelaire, pareciera que, en estos tiempos, la gente decente es blanda y cobarde y sólo los bandidos conservan las convicciones. O al menos, son los que lo tienen más claro.
Un reportaje del pasado domingo en el New York Times cuenta que todos los primeros miércoles de mes, la verdadera élite de Walt Street se reúne de forma secreta en uno de los rascacielos del Midtown de Manhatan. Lo hacen para proteger el “pequeño” mercado de derivados financieros que entre ellos dominan. Doce veces el PIB mundial: unos 700 billones de dólares.
Los miembros de esa llamada “Secretive Banking Elite Rules Trading in Derivates”, son los que mandan en todas las “trucadas” ruletas del casino global. También en la de los alimentos. Según el rotativo neoyorkino son nueve las personas que representan a nueve gigantes de la banca: Goldman Sachs, Morgan Stanley, JP Morgan, UPS, Deutsche Bank, Credit Suisse, Bank of America, Barclays y Citigroup. Nueve manos que mecen la cuna de los famosos mercados.
El mundo produce hoy comida para 12.000 millones de personas. Sólo somos 7.000 millones. Entonces, ¿por qué tantos seres humanos pasan hambre?, se pregunta Esther Vivas en su libro “Del campo al plato. Los circuitos de producción y distribución de alimentos”. Y se responde con rotundidad: la explicación está en la política.
De un tiempo a esta parte el precio de las materias primas está predeterminado en las Bolsas con muchos años de antelación. No corresponde, como siempre ha sido, a intercambios reales de mercancías. La especulación domina el mercado y determina las políticas agrícolas de los estados, subvenciona productos para venderlos a bajo coste cuando es conveniente para sus intereses, compra masivamente suelo fértil para promocionar monocultivos… Modifica, en suma, el equilibrio ecológico del planeta y el orden natural de las cosas. Anula la capacidad de decidir de los pueblos sobre lo que producen y comen. En los ojos de los niños hambrientos de Somalia se esconden demasiadas preguntas. Por eso nos duele tanto mirarlos.
Quizás para relativizar lo intolerable, mientras leía el artículo de los nueve jinetes de la hambruna, se cruzó en mi pensamiento un estudio, publicado estos días en la prensa, sobre los miles de berberechos rabiosos de una especie distinta a la habitual que, colorados y desconocidos para la mayoría, viven tranquilos en los fondos arenosos de la entrada de la Ría de Arousa. Como en una sala secreta de reuniones. Sin que nadie les moleste. Sin que ninguna cofradía trabaje el producto, a falta de conserveras y depuradoras que lo demanden. A salvo, por tanto, de ciudadanos justamente indignados.

viernes, 12 de agosto de 2011

Algo estamos haciendo mal

Cuando ocurre lo que está pasando en las ciudades de Inglaterra. Y podría ocurrir en Madrid, Barcelona, Roma o cualquier otra ciudad de Occidente. Aunque el detonante fue la muerte de un ciudadano negro a disparos de la policía, no se trata de una rebelión juvenil contra la política de inmigración o los recortes sociales. Es un simple saqueo para divertirse en grupo y tomar por la fuerza aquello que entienden se les ha prometido desde niños: el consumo a voluntad de productos de última generación. “Es un asunto de jóvenes haciendo de jóvenes; es la mentalidad que hay ahora”, dice Joe, un muchacho que trabaja en Brixton, uno de los barrios londinenses afectados.
No están atracando bancos –supuestos culpables de la crisis-, ni protestan ante las instituciones. No asaltan supermercados para llevarse comida. Saquean tiendas de teléfonos móviles, de informática, de ropa deportiva… Hoy en día no se es nadie sin el mejor smartphone para estar bien “conectado”. No es una batalla ideológica ni política la que estos jóvenes están librando, les da lo mismo una multinacional que un establecimiento de comercio justo. Tampoco es una revuelta étnica: caribeños, negros e ingleses de toda la vida comparten ante los escaparates los palos y los cocteles molotov.
Tremendas las imágenes de un grupo de revoltosos atendiendo tras un golpe a uno de ellos, mientras hurgan en su mochila y le roban lo que quieren sin oposición alguna, tirando al suelo a los pocos metros aquello que les parece de poco interés. Es el paradigma de la decadente sociedad de la opulencia en la que vivimos. Desnuda de valores y llena de pretensiones. Y de jóvenes educados para tenerlo todo sólo con desearlo.
Y en medio de la interminable crisis económica, los adultos anhelamos volver a los niveles de consumo privado que tuvimos como la única forma que se nos ocurre de retomar la senda de crecimiento en nuestros países y en nuestras comunidades. Es la receta más repetida. En cambio, nadie habla de valores para salir de la crisis. Nadie invoca en serio el cambio cultural. Son pocos los que educan a sus hijos en saber vivir sólo con lo verdaderamente necesario. Que es mucho menos de lo que podemos imaginar. La mejor herencia para los convulsos tiempos que se avecinan.
Y en las calles de Londres está el resultado. La solidaridad, el respeto, la superación, el compromiso social y político son sólo viejas palabras obsoletas. Lo de ahora es pedir, comprar y exigir. Vivir del crédito ilimitado, de la hipoteca basura interminable. Estirar al máximo la virtual y engañosa “capacidad de deuda” para aparentar que el cuento de hadas puede continuar. Un nefasto ejemplo para los jóvenes que seguro desemboca en violencia. Ahí reside el moderno huevo de la serpiente, con las redes sociales -tantas veces invocadas como el nuevo faro de la libertad y la democracia “avanzada”-, oficiando de heraldos que convocan a masas desnortadas.
Algo estamos haciendo mal cuando los indignados de la Puerta del Sol juegan con la policía al gato y al ratón por un “quítame a mí esa plaza”, en vez de protestar contra las Bolsas de Futuros en materias primas que están en la base del desastre alimentario del cuerno de África y de la hambruna en Somalia. Ni una palabra les hemos oído sobre ello. ¿Es más importante entonces el lugar para acampar con el estomago lleno, que preguntarse por qué hay hambre en un mundo de abundancia en el que incluso los alimentos han perdido su función, la de alimentarnos, para ser otra mercancía especulativa más?
Algo estamos haciendo mal cuando el gerifalte de S&P, al que nadie ha votado ni a nadie representa, se permite el lujo de retar
al presidente de los EEUU y provocar, para exclusivo beneficio de unos pocos, un nuevo quebranto al bienestar de los ciudadanos del mundo. No es tiempo de buscar culpables. Es hora de cambiar los objetivos personales, las ideas y las costumbres. Todos.