lunes, 28 de marzo de 2011

Caminos

El lunes pasado se abrieron las compuertas de la primavera. Y con ella, la posibilidad de disfrutar más de la naturaleza. Hace un año, por estas fechas, al terminar una de esas estupendas “andainas” que de forma desinteresada y animosa se organizan en nuestra ciudad, una persona hasta entonces desconocida para mí y con la que había compartido la jornada, me preguntó: ¿ya sabes la enfermedad que tengo, verdad? Con sinceridad, le contesté que no. Mi respuesta creo que le resultó grata.

Su actitud, la forma en la que se había comportado durante todo el día, fue normal. Incluso habíamos coincidido en algunos tramos de la marcha y hablado de la importancia de mantener durante toda la vida algún tipo de actividad física, de practicar deporte de forma regular, de no dejarse caer en la monotonía. Mientras subíamos al autobús de vuelta a Ourense me confesó que padecía Alzheimer. Me lo dijo sin perder la sonrisa.

Hace unas semanas, en La Rioja, comunidad autónoma que lidera en España la gestión de la Dependencia, pude ver “Poesía”, una película del director coreano Chandong Lee, ex ministro de cultura de ese país asiático. El personaje principal es una abuelita deliciosa, frágil, coqueta y elegante que cuida su vestuario con extremo cuidado. Lleva una vida dura. Vive con su nieto adolescente, aquejado del endémico autismo social que se ceba en ese grupo de edad de los países “pudientes”. Colgados siempre de alguna pantalla. Mija, la abuela, se responsabiliza de él, ya que la hija, soltera, trabaja en otra ciudad. La economía del peculiar núcleo familiar, se basa en su pequeña pensión de viudedad complementada con el dinero extra que obtiene del cuidado de un anciano discapacitado. Aún así, disfruta de las pequeñas cosas y cada día florece con sus vestidos estampados. Ha decidido aprender poesía. Para ello recibe clases en el taller literario de un centro cívico de Seúl, ilusionada con escribir pronto su primer poema. Y mientras se instruye para enhebrar las palabras, las palabras se le van olvidando.

La demencia llega sin avisar, oculta en los pequeños olvidos. Hasta que un día se descubre en el espejo o en alguna conversación. Y alguien luego le pone la etiqueta. Pero nada detiene el camino de Mija. Su determinación para disfrutar de la libertad, mientras dure, es firme. El tiempo deja, para ella, de ser el elemento que todo lo enmarca en el transcurrir de los días. Y comienza a mirar la vida como lo hacen los poetas y el buen cine:”viendo bien las cosas, de verdad, sin prisa”. La película finaliza con su espléndido primer poema, todo un canto a la vida en plenitud. A la belleza recién descubierta.

El Alzheimer no es el final. Se presenta con diferentes ritmos para cada uno. Con distintos modos y matices. Con posibilidades, en muchos casos, para seguir aprendiendo, amando, disfrutando... Con un camino por delante que requiere nuestra compañía. Desde la naturalidad. Con el compromiso social que sea necesario. No es buen índice de nuestro nivel de desarrollo como Comunidad, que Galicia esté por debajo de la media estatal en el gasto por habitante dedicado a la financiación de la Dependencia.

El martes, la Asociación de Mujeres Empresarias y AFAOR proyectaron en Ourense el admirable documental “Bicicleta, cuchara, manzana” en el que la familia Maragall muestra los diferentes ángulos del Alzheimer de una forma desdramatizada, cercana y no exenta de buen humor. Sin buscar la lágrima fácil, muestra lo esencial de esta enfermedad: la superación del drama, las brechas anímicas, la enorme carga física y mental de la familia, la importancia de las manifestaciones físicas de cariño…

Mija, Pascual, el amigo de la “andaina”… Y tantos seres anónimos recorriendo el camino de vuelta de la memoria. A veces, a nuestro lado. Otras, demasiado solos.

domingo, 20 de marzo de 2011

Conservar o transformar

Hubo tiempos –no demasiado lejanos- en que la política era el vehículo natural para cambiar el mundo. Para hacerlo más justo e igualitario. Para forjar países de ciudadanos libres, solidarios y razonablemente felices. La diferencia entre conservadores y progresistas era entonces nítida y clara.
Pero las cosas han cambiado. Ahora, la política en su conjunto se ha profesionalizado y se nos ha hecho repetitiva y conservadora. Miedosa y envejecida, como la vieja Europa. Gobierne la derecha o gobierne la izquierda. Con matices importantes, desde luego, pero que pasan desapercibidos en la vertiginosa vorágine de la postmodernidad. En la que el envoltorio importa mucho más que el contenido.
Ahora, los objetivos y los formatos de comunicación política son casi siempre conservadores. En los discursos prolifera la promesa, la victoria, el crecimiento económico, la confrontación, la descalificación del contrario, el argumentario, la venta del producto… Apenas se descubre en ellos la ilusión, la pedagogía, el afán de transformación, las convicciones, los valores… Ese es el motivo del desprestigio de la política que las encuestas muestran una y otra vez. En todos los paises del mundo rico.
Antes la política era joven. Ahora parece cosa de señores mayores que “rayan” sin parar, siempre con el mismo rollo. Este fin de semana tuve ocasión de escuchar en Ourense a Carmen Calvo, exministra de Cultura. Su discurso fue distinto, nuevo, valiente y sorprendente. No recordó los logros de su partido. No desgranó el habitual muestrario de promesas. No descalificó al oponente. Habló simplemente de la vida misma. De lo que hacemos y por qué lo hacemos. De si somos felices o esclavos de una dinámica que nos engulle y despersonaliza. De los demenciales horarios laborales que aún dominan en nuestro país. De recuperar el tiempo necesario para educar a nuestros hijos. De las razones por las que España es líder mundial en consumo de ansiolíticos y antidepresivos.
También afirmó que hablar de esos temas es hacer política para implicar a los ciudadanos en los asuntos que les conciernen, para proponer cambios sobre las cosas más cercanas, las que más nos importan. Las que podemos tocar o mirar. Ese debería ser el ámbito más importante donde desarrollar la política. Del día a día a la macroeconomía. No al revés.
Esta crisis económica, en la que todo es oscuro y brumoso, en la que la certeza de hoy es un tremendo fracaso del día siguiente, ha demostrado el escaso poder de la política sobre los grandes números. El dinero parece haber cobrado vida propia y trasciende a los gobernantes sean del color ideológico que sean. Los problemas son globales y sólo desde la globalidad pueden encararse. Poco parece influir en estos temas el voto a una u otra opción partidaria.
Por eso conviene recuperar el debate que reflexiona sobre el modelo de sociedad y cuestiona lo que parece incuestionable. ¿Cúales son nuestras prioridades: el crecimiento del poder adquisitivo o la calidad de vida? ¿El segundo coche o la conciliación de la vida laboral y familiar? ¿La apariencia o el conocimiento? ¿El espíritu crítico o el papanatismo de la masa? ¿Son casuales el proverbial éxito de la última versión de Torrente o la millonaria audiencia de Belén Esteban? ¿O que seamos uno de los paises con mayor consumo de drogas de nuestro entorno? ¿O que Berlusconi se vaya haciendo el dueño de la televisión en España? ¿O el bajo índice de lectura de nuestros jovenes? ¿O la creciente demanda de manipulaciones estéticas para cambiar la imagen corporal?
Todo esto también es política. La más importante, la que permite distinguir a los transformadores de los que no lo son. Más allá de las apariencias y las militancias.

sábado, 19 de marzo de 2011

Más cine

“Cisne negro” de Darren Aranosfky. Una película enormemente física. Donde se filma el dolor, la extenuación, la búsqueda de la perfección a través del cuerpo. Maravillosa Natalie Portman, consiguiendo en pocos meses, con enorme esfuerzo y disciplina, su personal transformación en bailarina profesional. Magnífico Aranofsky, manteniendo en un “in crescendo” continuo la máxima expresividad en cada imagen y en cada sonido (extraordinario efecto el batir de alas del cisne). Sobre todo en los impactantes primeros planos. Es fácil encontrar similitudes con otras películas en este thriller psicológico sobre la perfección, la metamorfosis, la dualidad, el bien y el mal, Eros y Tanatos, la autodestrucción, la locura, el ángel, el demonio… Recuerda en su carácter perturbador al joven Polanski de “Repulsión” o “El quimérico inquilino”. También a “La pianista” de Haneke, por su tono enfermizo y obsesivo. En la terrorífica transformación del personaje principal puede parecerse a “La mosca” de Cronenberg. En la disputa entre bailarinas que se disputan el éxito, a “Showgirls”… Semejanzas de temas universales tratados en el cine y que buscan en la corporalidad el escenario para desarrollarse.
Es "Cisne negro" una película de riesgo, dura, que explora el dolor, la locura, la anorexia y el sexo con un punto de obscenidad. En los límites del valor y el exceso. Por tanto, que alguien puede interpretar como un delirio de “enfant terrible” o el simple afán de “epatar” de un director especial. Y sobre esa apuesta, a mi juicio, alcanza la brillantez de una obra distinta, personal e impactante. Dice Natalie Portman que “la danza consiste precisamente en esconder el dolor”. La impresionante entrega de su interpretación nada esconde y además proporciona credibilidad a un film que sin ella quizás la hubiera perdido al tercer fotograma. Un 8.
“Más allá de la vida” de Clint Eastwood. Otro trabajo menor del director estadounidense, muy lejano a "Mistic river" o "Los puentes de Madison". Menos grandilocuente, más reposado, mejor en suma que la fallida "Invictus", pero bastante prescindible en mi opinión. Consecuencia directa de la busqueda por encontrar algo nuevo que contar, de un director que ya lo ha dicho casi todo. Y del interés en encontrar espacios para que Matt Damond, su actor fetiche, se exprese. Nada de lo que ha hecho con él ha resultado brillante. La película se abre con una escena muy bien conseguida, y de desgraciada actualidad en estos días, sobre el tsunami del Índico en el 2004. Y continua con una deslavazada mezcla de aproximaciones a la vida después de la muerte y a las personas que han quedado marcadas después de una experiencia en esos límites. Que, en todo caso, no acaba de cuajar ni adquirir consistencia. En el personaje central, el de Matt Damond, aparecen destellos de esos antihéroes que tanto gustan en el cine americano. De esos tipos que no quieren ser protagonistas, pero acaban siéndolo a su pesar. Poco más que señales de un maestro que se ha equivocado de nuevo de “librillo”. Un 6.

“Valor de ley” de Joel y Ethan Coen. Tenía ganas de ver a los Coen en un western. Nunca lo habían hecho, pero algunas de sus películas olían a ese género que sin duda es la mejor de sus fuentes como cineastas ya clásicos. “No es país para viejos” o “El hombre que nunca estuvo allí” tenían ya la textura del western. Pues en "Valor de ley” lo han bordado. Han adaptado tan magníficamente al cine la novela homónima de Charles Portis, que no tiene sentido compararla con la película de los sesenta, también basada en ese texto, de Henry Hathaway.
Una historia con una atmosfera creíble, llena de humor ácido más inteligente aún que el de Tarantino. Diálogos redondos y rotundos, alejados de retóricas inútiles. Sentimientos sencillos, y al mismo tiempo profundos, entre personajes que representan dos diferentes visiones del mundo que convergen en lo esencial: la vida, la muerte, la lealtad… Acción que no se pierde en derivadas de relleno, que va directa al grano pero, al mismo tiempo, permite una aproximación honesta a los personajes, a sus miedos, a sus fantasmas, a sus luces y a sus sombras. Apoyada en la mirada limpia y enérgica de una muchacha que representa la justicia en estado puro –a mi me recuerda por su natural precocidad a Alicia en el País de las Maravillas-. Magnífica la interpretación de Haile Steinfeld, su caracterización y su vestuario.
También sobresaliente Jeff Bridges, un veterano “cazarecompensas” de vuelta de todo. Al que la convicción de la muchacha consigue hacer rejuvenecer. Un poderoso encuentro que, por sí solo, llena la película. Y que mantiene la sonrisa complice del espectador durante los 110 minutos que dura. Para mí, lo mejor del año. Un 9.

“Poesía” de Changdong Lee. El exministro de cultura de Corea del Sur consigue una notable película con un excelente guión, merecedor del primer premio en el Festival de Cannes 2010. "¿Qué significa hacer cine cuando el cine se muere? ¿En qué se parecen el cine y la poesía?", se pregunta el director cuando explica su propuesta cinematográfica. La respuesta llega pronto en una de las frases del poeta que enseña a escribir poesía a la protagonista: “ver las cosas de verdad, ver bien las cosas”. Y eso es lo que intenta a lo largo del film. Una abuela deliciosa, llena de elegancia y delicadeza, se enfrenta a una historia terrible. El nieto que vive a su lado, del que se siente responsable, está aquejado del autismo endémico que asola a una parte importante de la adolescencia en los países ricos. Ella busca reencontrarse consigo misma, escribiendo su primer poema. Y mientras aprende, empieza a olvidar las palabras. Demencia, crimen y poesía sin ninguna estridencia. Un metraje de 139 minutos al que no le falta ni le sobra nada. Sutilmente calculado para que la tragedia aparezca siempre en segundo plano. Para que la belleza serena de Mija –la abuela protagonista- marque los tiempos y los matices. Con hermosas elipsis. Magnífico el poema que cierra la película. Sólo un “pero”: demasiada paz al lado del dolor y la violencia. Un justo 8.5.

sábado, 12 de marzo de 2011

Escuchando al juez

Somos muchos los que esperamos ver, en cuanto sea posible, el documental de Isabel Coixet, “Escuchando al juez Garzón”. Por el momento, la web que lo emitirá aún no lo tiene disponible. Pero a través de los comentarios suscitados después de su estreno en la Berlinale y de algún adelanto en prensa escrita, podemos afirmar que se trata de un importante documento para analizar, con perspectiva histórica, las maniobras efectuadas por el entorno de la derecha política española en sus años de travesía del desierto tras la derrota electoral del 2004.
“A partir del Caso Gürtel comienzan un acoso y una persecución implacables”, afirma el juez en el análisis de los últimos años de su vida profesional. Algunos estamos seguros de que sin su trabajo de investigación en la trama de blanqueo de dinero público en varias Comunidades Autónomas gobernadas por el PP, y la implicación de altos cargos de ese partido en el asunto, no habría “Caso Garzón”. La acusación sobre cobros “irregulares” en las conferencias de Nueva York y prevaricación en el proceso por los crímenes del franquismo, sólo fueron colusiones de interés con algunos jueces resentidos y con la ultraderecha recuperada en los nuevos canales de la TDT. Es probable que le condenen, pero su voz no será silenciada y el tiempo le dará la razón.
A las preguntas de Manuel Rivas en el referido documental, el juez responde con frases como estas: “Aquí lo que ha pasado es que ya no da miedo ser corrupto porque te siguen eligiendo”. “Cuando lo que se transmite al ciudadano es que todo vale, salvo que demuestren judicialmente que has metido la mano en la caja, entramos en un terreno peligrosísimo”. “Esta ha sido la cultura de muchos años en España”.
Un reciente estudio sobre “Las consecuencias electorales de los casos de corrupción municipal 2003-2007”, basado en los datos obtenidos en Valencia y Andalucía, demuestra que los partidos políticos cuyos alcaldes se vieron envueltos, durante ese periodo, en ese tipo de asuntos, no tienen penalización en las urnas. Razón por la que se les mantiene como candidatos para seguir dirigiendo el cortijo. Por muchos códigos éticos que se hayan proclamado. Triste conclusión que ya suponíamos y que señala la baja calidad de nuestra democracia.
La presunción de inocencia es un concepto jurídico, no político. La sospecha fundada y, por supuesto, la mentira probada, deberían ser suficientes para dar un paso atrás en la representación pública. Otros habrá para coger el relevo. La confianza es la base del contrato democrático entre elegidos y electores.
Tampoco es tolerable el ataque gratuito a jueces, fiscales, policías y gobiernos como herramienta de defensa política. Lo de Cospedal, en el chiringuito de la playa, acusando sin pruebas a las instituciones policiales y jurídicas de este país para tapar las evidentes responsabilidades del conjunto de su partido en el caso Gürtel, parece que salió gratis. Por eso lo ha seguido repitiendo en cuanto ha tenido ocasión.
En todo caso, en nuestra mano está denunciarlo, opinando con la contundencia que sea necesaria. Y penalizando en las urnas a los corruptos y a quienes les amparan y utilizan. Ciudadanos de países sin “tradición” democrática como los del norte de África ya lo están haciendo. Jugándose la vida en las plazas y en las calles por un futuro con gobernantes honestos.
En España, rescatar a Garzón -con cualquier pretexto- del olvido que inexorablemente depara la vertiginosa actualidad del tiempo que nos toca vivir, es una obligación democrática. Y un acto de gratitud para quien ha intentado defendernos de la impunidad, la violencia y la corrupción. Escuchemos, por tanto, al juez. Todo un referente para la mayoría de los españoles de bien.
Juro que es una coincidencia. El artículo se publicó en prensa escrita ayer, al tiempo que se iniciaba una campaña llamada Solidarios con Garzón con una conferencia -en la que participó Concha Carretero, Madame Cibeles, compañera de celda de las Trece Rosas- en la Universidad de Ginebra. A la que seguirá un acto hoy en Barcelona y una fiesta la semana que viene en Madrid. "Intelectuales y artistas salen en apoyo de Garzón". "Información en El País"

martes, 8 de marzo de 2011

Escuchar

Veo los tejados de Barcelona desde la ventana de mi habitación. Al frente, los nobles edificios modernistas de la Rambla de Cataluña. Más allá, la Sagrada Familia. A la derecha, la torre Agbar. Al fondo, las humildes laderas del Carmel. Abro la ventana e intento escuchar la ciudad. Seguro que tiene algo que contarme, pero sólo soy capaz de oír el lejano murmullo de las conversaciones en la calle y el sonsonete del tráfico que acelera y se detiene por escasos segundos. No es fácil escuchar. Y es difícil encontrar maestros que nos enseñen a hacerlo.
Hace una semana, el periodista Fernando Argenta, dentro de las actividades programadas por el -cada año mejor- Pórtico del Paraíso, nos regaló una conferencia sobre la música y los silencios. Con la gran capacidad que le caracteriza para transmitir su pasión por los clásicos, leyó con brillantez ante nuestros expectantes oídos, algunos movimientos de Mozart y Beethoven. Nos enseñó en directo a escuchar las emociones que laten en las notas musicales. Y el valor de las pausas para preparar los sentidos del público ante lo que está por llegar. Con esa sencilla idea, convirtió los silencios de la Patética de Tchaikovsky en la parte más importante de su obra póstuma. Juro que llegué a escucharlos, aunque ahora en Barcelona no me resulte posible repetir la experiencia, en la soledad de mi habitación del hotel.
Nadie en España hizo tanto por la música como el añorado “Clásicos populares” de RNE y Fernando Argenta. Lástima que la escuela española haya olvidado durante décadas, y siga olvidando hoy en día, la enseñanza de la música, la fotografía, la poesía, el cine o la misma televisión. Para la formación de la sensibilidad, la curiosidad y la comprensión crítica de los niños. Trascendiendo la absurda memorización de nombres y fechas.
El silencio también debe ser escuchado. Vivimos rodeados de ruido y contaminación acústica, de charlatanes, de gente que habla por hablar. Por boca de ganso. Y que escribe sólo para llenar páginas o pantallas. O metros de decorativas librerías. Sin más. Nunca se ha escrito y hablado tanto para comprender tan poco.
Escuchamos al otro como una forma de esperar turno para colocar nuestro discurso, para certificar que nosotros más y mejor, para convencerlo de nuestras tesis. Para conquistar en vez de aportar o compartir. O sea no escuchamos. Hacemos lo contrario a la armonía de la Patética, donde el fagot da paso al silencio que hará más comprensible el violín que vendrá. Dice el filósofo ministro Ángel Gabilondo que no es lo mismo callar que silenciar. Silenciar es mucho más, es escuchar de otra manera.
Oscurece en Barcelona. Hace frío y he cerrado la ventana. Me viene a la memoria un verso de Quevedo: “Vivo en conversación con los difuntos/ y escucho con mis ojos a los muertos”. Y enseguida pienso en una frase que le escuche a Chesi el otro día: “un solo verso es suficiente”. Escuchar y leer requieren de nosotros una actitud parecida. La poesía y la música sirven para tomar conciencia de los sentimientos que escapan a la verborrea, para acercarnos a lo inexplicable. Por ejemplo a la inmensidad de la vida que bulle bajo los tejados de una gran ciudad. También la poesía escucha el silencio. Pronto llegará a Ourense, de la mano de Linteo, “Arte Menor” con 45 poemas inéditos de Juan Ramón Jiménez. Todo un lujo, como el de Argenta. Nunca es tarde para aprender a escuchar y nunca se sabe lo suficiente. Por eso no conviene desaprovechar a los maestros que nos visitan. Anatole France, mostrando la radicalidad de su pensamiento libre, decía: “vivimos en la oscuridad, pero mientras el sabio tropieza con una pared, el ignorante permanece quieto en el centro de la habitación”. Ya es de noche aquí. En Galicia quedarán algunas horas de luz, seguramente. Si están solos cuando lean estas líneas, deténgase a escuchar por un momento. Oirán el silencio. Merece la pena.