sábado, 28 de mayo de 2011

Las Plazas de Mayo

El viento más fresco que ha llegado a nosotros en los últimos años. Un grito de esperanza frente al medievo del pensamiento único que amputa las ideas del mundo. El primer cuestionamiento serio en el siglo XXI a la dictadura del espectáculo convertido en dogma. La reflexión crítica y libre, por fin. La Red, único foro capaz de escapar al dictado de los todopoderosos formadores de opinión globalizada, se ha hecho carne y habita entre nosotros. ¡Ojalá que la revuelta no acabe diluida en las cenizas de algún volcán o en la dura pena de desaparición de los telediarios!
Abierto, diverso y complejo como parece, estoy seguro que el movimiento de las Plazas de Mayo reconocerá sus carencias para seguir creciendo y no morir de éxito, atiborrado de lugares comunes. Para ayudar en lo que pueda, desde el convencimiento de que las riendas del proceso deben llevarlas los jóvenes que han dado el primer paso, yo les preguntaría por ejemplo: ¿dónde estabais cuando el trabajo sobraba en España y vuestro status personal era más confortable que el actual?
Se echa en falta una mirada crítica al propio ombligo de los indignados. Ya hace muchos años que la degradación de los valores asola las sociedades del mundo rico. ¿Son los políticos, como parecen apuntar los manifiestos, los únicos culpables del desastre? También los rebelados deben ponerse en la diana del análisis. Las responsabilidades están muy repartidas. Todos nos hemos dormido en los laureles de la complaciente y rica decadencia.
Por otro lado, me parece excelente el concepto de Democracia Real porque denuncia la existencia de una democracia virtual y ficticia, que no responde a la función para la que está concebida, que se ha degradado. Y eso es lo que está ocurriendo. Ahora bien, no comparto la acusación indiscriminada a la clase política. La diferencia es notable entre los que no han sabido responder a un orden injusto y los que propugnan ese orden.
Espero que los primeros entiendan que en las Plazas de Mayo están las fuentes que un día abandonaron y, cuanto antes, deben recuperar. No será fácil en un mundo globalizado, pero es necesario. Alguien tiene que ser el vehículo de la indignación y sólo la representación democrática puede hacerlo. Por eso el movimiento tiene que exigírselo. Con las armas de la reflexión ciudadana y la consolidación de su función crítica, responsable y participativa.
Pero ya resulta necesario avanzar en un análisis compartido del origen de los problemas. No es suficiente con cuatro frases que todos puedan aplaudir. Falta un nuevo discurso, más allá de meras proclamas. Quizás por eso, Stéphane Hessel el autor del pequeño libro que inspira la revuelta, pide a los indignados que no se queden en sus 30 páginas, que busquen en textos más elaborados. Y recomienda expresamente el ensayo de Susan George, “Sus crisis, nuestras soluciones”. Aunque sólo sea para leer más, para profundizar más en los temas. Uno de los grandes déficits de la juventud ahora rebelada.
Magnífica y muy útil para entender los asuntos que nos ocupan, es la lección que imparte “Inside job”, el oscarizado documental sobre la caída de Lehman Brothers y sus causas. ¡Qué triste es comprobar que Obama tampoco gobierna, que Wall Street sigue siendo el poder real que ata las manos y las mentes de los políticos de EEUU, de España y del mundo! Una crisis global sólo tiene soluciones globales: el G20, la tasa Tobin, los bonus de la industria financiera, los paraísos fiscales…
Y aquí, listas electorales abiertas sin imputados, el referéndum como práctica democrática en asuntos importantes… Tanto por hablar, tanto por cambiar... Viento fresco en la Plaza Mayor.


Este artículo fue escrito el miercoles 24/5 y publicado hoy viernes en La Región. Hoy, el día en que la Generalitat de Cataluña, regida por CiU, ha demostrado su brutalidad y su prepotencia. ¡Malditos sean! Y ha confirmado con ello la necesidad de mantener el método escogido por los "indignados" y la presencia de la sociedad civil transformadora en el escenario público. En el nuevo ágora de España y Europa. ¡Ánimo a los jóvenes y menos jóvenes que defienden en la Plaza de Cataluña la paz y la civilización!


Una extraordinaria explicación de lo que está pasando. Un análisis honesto y generoso: José Luis Sampedro, el más jóven de los jóvenes de Mayo.

martes, 24 de mayo de 2011

El amo

En el año 2007, Mourinho, entrenador del Chelsea, acusó a los árbitros ingleses de favorecer reiteradamente al Manchester United. “No creo que se me pueda castigar por decir la verdad…”, era su argumento preferido en las comparecencias ante los periodistas. Cristiano Ronaldo, a la sazón jugador del equipo rival, le contestó así en una ocasión: “Mourinho siempre tiene algo que decir para desviar la atención cuando las cosas le salen mal; cuando se equivoca nunca lo reconoce”. La réplica no se hizo esperar: “a CR le falta madurez, quizás se deba a la difícil infancia que tuvo, a su pobre educación”.
Este es el tipo de personaje tóxico para el que todo vale si logra salvarse a sí mismo. Al que el respeto al oponente poco le importa si consigue convertir “su verdad” en la verdad oficial del club que le paga. Aunque sea a costa de arrastrar a directivos y afición a territorios de victimismo y confrontación desconocidos hasta este momento en el Real Madrid.
Con la narrativa de la conspiración, Mourinho proporciona a los seguidores un discurso sencillo, muy útil para afrontar las frustraciones. Bastan unas palabras de fingido abatimiento moral –todo un monumento a la demagogia su rueda de prensa después del primer clásico-, para que los medios afines comulguen con la idea, y la afición, en vez de criticarle como sería lo normal, sienta ganas de ampararle ante la persecución que supuestamente padece. Una estrategia burda pero muy eficaz. Repárese en los resultados obtenidos tras su aplicación por el señor Camps en Valencia. Similares a los de Mourinho.
Un club de la categoría del Madrid no debería consentir el discurso sollozante e insidioso de un entrenador al que paga una millonada y ha fracasado a pesar de contar con un equipo de ensueño. Su condición de víctima le permite ocultar su propia responsabilidad y evitar las preguntas realmente pertinentes. ¿Por qué en vez de de luchar por una Liga todavía alcanzable, sale a jugar en el Bernabéu contra el Barça, como un equipo pequeño que da por sentada de antemano la superioridad del rival? ¿Por qué un entrenador “tan bueno” como él, no busca imponer un estilo de juego acorde con los jugadores que tiene, capaces, cuando se ven liberados de sus ataduras tácticas, de demostrar jornada tras jornada su enorme capacidad goleadora?
Es para evitar las respuestas que quizá le pondrían de patitas en la calle, por lo que Mourinho se apunta a la irracionalidad y al resentimiento, embarrando el terreno y enfangando el ambiente. En un modelo parecido a los políticos que no admiten preguntas en las ruedas de prensa o acusan al periodista incómodo e insistente, de parcialidad contra su partido. Todo vale antes de reconocer la derrota, los errores propios o la falta de un verdadero proyecto colectivo.
De ese tipo de discursos tóxicos que tergiversan los hechos y niegan la evidencia, no es fácil escapar. Sobre todo si se vinculan a tu equipo de siempre. Ya decía Vázquez Montalbán que no hay fidelidad como la del fútbol. Hace falta mucho sentido común, cuando el corazón está de por medio, para rechazar la realidad distorsionada que se nos ofrece. Pero siempre hay quién lo tiene. Javier Marías, madridista de toda la vida, escribió unos meses antes de las derrotas en Liga y Champions, un artículo sobre el entrenador portugués titulado: “El triste lo contamina todo”. Después fue Di Stefano, santo y seña del madridismo, quién dijo: “Mourinho hace jugar al Madrid como un ratón, mientras el Barça juega como un león”.
Un gran club, capaz de jugar el miércoles en Murcia con todos sus titulares a beneficio de los damnificados por el terremoto de Lorca, no se merece a este tipo. Por muy amo del cotarro que pretenda ser.

lunes, 16 de mayo de 2011

Ciencia

A estas alturas, a nadie le quedan dudas de que la recuperación, a medio plazo, de nuestra actividad económica sólo puede basarse en el cambio de modelo productivo. La excelente formación de muchos de nuestros jóvenes puede hacerlo posible. Si conseguimos entre todos generar dinámicas públicas y privadas que faciliten esa ingente tarea. También contamos con un nutrido grupo de investigadores que, tras su paso por países punteros en ciencia y tecnología, han vuelto a España en los últimos años y están en condiciones de liderar proyectos innovadores.
Sólo nos falta financiación y un marco normativo que facilite las cosas. Es difícil que en la actual coyuntura el gobierno central o los autonómicos puedan incrementar más los presupuestos dedicados a I+D+i. Por eso es fundamental contar con la iniciativa privada. Para que el conocimiento no se quede en mera acumulación de saberes y pueda trasladarse a la vida real en forma de riqueza económica y mejora de las condiciones de vida de los ciudadanos.
Pero en España, dónde en las pasadas décadas surgieron nuevos emprendedores que están permitiendo a este país resistir a la crisis financiera y al estallido de la burbuja inmobiliaria, falta tradición inversora en ciencia y tecnología. El tejido económico no repara todavía en la potencialidad de este sector estratégico. Su contribución es ínfima comparada con los países de nuestro entorno. No todo es culpa de los gobiernos. La llamada sociedad civil también es responsable de las actuales dificultades económicas.
Dos noticias sobre el tema, se han conocido en la última semana. La primera muy positiva: la aprobación por el Parlamento del Estado de la nueva Ley de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación. Una norma surgida del consenso de todas las fuerzas políticas, que busca facilitar la cooperación de las administraciones central y autonómica, la Universidad y las empresas para la promoción de la investigación, el desarrollo experimental y la innovación, bases de una economía sostenible. La ruptura de algunas de las rigideces actuales del sistema, la creación de una Agencia Estatal y la incorporación de nuevas modalidades de contratación para los jóvenes investigadores, son noticias largo tiempo esperadas por la comunidad científica española.
La segunda, en cambio, muestra nuestra secular tendencia a buscar problemas en vez de soluciones. El laboratorio de Mariano Barbacid, del Centro de Investigaciones Oncológicas (CNIO), ha identificado una proteína en las células del cáncer de pulmón que puede posibilitar el desarrollo de nuevos fármacos para su tratamiento. Dos inversores privados están dispuestos a aportar el dinero necesario para ello, unos 50 millones de euros. Y resulta que los responsables ministeriales sacan a relucir determinadas trabas legales en vez de poner los medios para resolverlas. En un reciente artículo, el conocido investigador ponía como ejemplo varias experiencias similares en EEUU -país con muchos defectos pero lleno de virtudes en materia de innovación- que finalizaron con gran éxito económico y científico.
Esta semana, aquí en nuestra ciudad, y de nuevo por iniciativa de la AME (Asociación de Mujeres Empresarias) de Ourense, pudimos escuchar a María Soledad Soengas, bióloga gallega que lidera, en el CNIO, el grupo de melanoma. Después de publicar, en la prestigiosa revista Cancer Cell, importantes avances sobre el comportamiento de este tumor, le toca buscar financiación privada para afrontar el enorme coste del desarrollo de terapias que apliquen el conocimiento alcanzado. Sólo podemos desearle toda la fortuna del mundo en esa gestión tan aparentemente alejada de la tradicional actividad científica.
Ya es hora de que en este país acabemos con la vieja frase que Miguel de Unamuno utilizó para denunciar a quienes castraron a España durante décadas de piedra y miedo: “¡qué inventen ellos!”. Ahora, con el potencial formativo que poco a poco hemos ido acumulando y un mínimo de sentido común, si nos lo creemos, podemos.

lunes, 9 de mayo de 2011

Seda

Cuando la globalización hace que los mundos se parezcan cada vez más, que las calles de todas las ciudades tengan el mismo aspecto, los mismos carteles publicitarios, el mismo olor y hasta ofrezcan la misma comida, la curiosidad empuja a viajar en busca de otro tipo de sensaciones.
Ningún lugar hay en este planeta más fascinante y evocador que “los reinos de los confines de la tierra”, donde por los siglos de los siglos se han cruzado los caudillos más brutales de la historia –desde Gengis Khan a Stalin- con las civilizaciones más refinadas, poseedoras de conocimientos que fueron capaces de cambiar el rumbo de la humanidad. Países alejados de cualquier lugar conocido, de intrincada orografía y nomenclatura imposible, con desiertos intransitables y lujuriosos oasis. Los unen caminos que sólo los mercaderes fueron capaces de trazar. Son las rutas de la seda.
Nadie sabe quien fue el primero en traer a Occidente esa tela fina, ligera y sensual que al decir de Plinio permitía a las mujeres de Roma pasear por sus calles, “vestidas y a la par, desnudas”. Pero es Marco Polo quien en su “Libro de las maravillas” relata con sorprendente rigor para aquellos lejanos tiempos, cuánto era posible entonces saber sobre las rutas de la seda y los pueblos que las surcaban, sus creencias y sus costumbres.
Samarkanda, Bukhara, Jhiva, enclaves legendarios que simbolizan ese Oriente misterioso y voluptuoso de los cuentos de nuestro imaginario infantil. Ciudades milenarias del actual Uzbekistán. Mil guerras las destruyeron y mil pueblos las volvieron a reconstruir. Ahora lucen grandes y ordenadas avenidas, heredadas del clásico urbanismo soviético, el último imperio que las dominó. Entre ellas aparecen ante el visitante las cúpulas azules de los gigantescos edificios mongoles. A su alrededor viven gentes acogedoras, muy diversas en su apariencia física, producto del mosaico de razas que la historia allí ha hecho confluir: asiáticos, persas, árabes, eslavos...
Ciudadanos de un país laico, en el que predominan las costumbres islámicas pero los niños van al colegio impecablemente uniformados como si todos fueran al liceo británico y las jóvenes pasean su humilde ropa de domingo por las calles, con esa mezcla de picardía e ingenuidad que recuerda a nuestros años sesenta. En suma, una miscelánea de Oriente y la antigua URSS.
Y es que hace nada, apenas 20 años, el presidente de la República Socialista Soviética de Uzbekistán, Islam Karimov, anunció una mañana a su pueblo que el país adquiría una independencia que nadie había pedido. También les dijo que estuvieran tranquilos, que él seguiría siendo su presidente. De un día para otro, los retratos de Lenin se cambiaron por los de Karimov, convencido comunista que pasó a ser el líder nacionalista que la nueva situación requería. Y de los libros de texto de los colegios desaparecieron la revolución de Octubre y las lecturas de Marx para recuperar al gran Tamerlán.
Hasta hoy. Cambiando la Constitución las veces que hiciera falta y persiguiendo cualquier oposición a la que se le ocurriera aparecer. Llenando hasta reventar las corruptas arcas de la insaciable familia del dictador. Mientras Occidente miraba para otro lado, velando por sus intereses estratégicos y comerciales. El peor legado que un dirigente puede dejar a su pueblo es el del engaño y la ignorancia. El más difícil de superar.
Dicen que los viajes son verticales y permiten mirar muchas capas de tiempo y realidad que se nos escapan cuando no nos movemos. Y que mientras se enriquece el mundo, el yo se desnuda de prejuicios. También dicen que todos los caminos son de seda cuando se recorren con los ojos bien abiertos.