viernes, 26 de agosto de 2011

Placeres

El placer es un alimento básico para el espíritu. Por eso conviene reservar, cada día, un momento para encontrarlo. El placer es parte esencial de la civilización. Sin él seríamos bárbaros. Las épocas más fecundas de la humanidad han llegado de su mano: la Grecia epicúrea, el alegre París de la “Belle Epoque”…
¿Existirían la pintura, la escultura, la literatura… en un mundo triste que huyera del placer? Seguramente no. Periodos oscuros de decadencia cultural y baja producción artística como la Edad Media ejemplifican la respuesta. La ignorancia, el aislamiento, el miedo, son enemigos del placer. Y por tanto, del ser humano en plenitud.
En nuestro país hubo tiempos, aún recientes, en los que el placer estaba prohibido: era pecado. A los que pasamos de los cincuenta tacos, nos tocó buscarlo a tientas en una infancia lastrada por las tinieblas de la culpa. Hasta que el viento fresco de la historia se llevó por delante al dios castrador de los confesionarios y a la vil dictadura que, en él, justificaba su vigilancia represora. Así llegó la creativa libertad de los ochenta, y el placer secuestrado de los años perdidos se hizo carne, música, cine...
Después, poco a poco, sin hacer ruido, el mundo global nos ha traído la era de los orgasmos rápidos que se pierden los prolegómenos, los momentos intermedios y el regusto de la memoria. Es esta una época de placeres de fácil consumo, instantáneos como el café soluble. El beso robado tras la aventura de la seducción y la aproximación a fuego lento, ha dado paso al “aquí te pillo, aquí te mato” de las noches de alcohol a granel y ruido insoportable en locales subterráneos y brumosos.
Todo está hoy demasiado a mano. Demasiado cerca. La industria del entretenimiento y sus productos de consumo masivo se encargan de ofrecernos el placer ya masticado. Sin el valor añadido de la elaboración reposada del deseo. Sin la complejidad que multiplica el disfrute. Sin la esencia del placer: su carácter personal e irreproducible.
Y es que hasta para el placer se necesita esfuerzo y paciencia. Como en el trabajo, otro de los indispensables alimentos del espíritu. Nada más redondo y satisfactorio para una vida bien aprovechada que disfrutar en la ocupación habitual del “trabajo gustoso”, tan bien definido por Juan Ramón Jiménez ya hace casi un siglo.
Porque el placer es, sobre todo, cultura. Necesita maestros que transmitan sus códigos, de generación en generación, en la esperanza de que sean continuamente mejorados. La ceremonia japonesa del té, la hondura en la muleta del buen torero, la cata del vino en la bodega…, requieren de un cierto conocimiento previo para poder alcanzar el máximo placer al experimentar las sensaciones que transmiten. Para disfrutar de verdad de una buena lectura es necesario haber leído mucho. Es difícil vibrar con una ópera si no has aprendido previamente a conocer sus entresijos.
El placer vive pegado a los sentidos. No cuesta dinero. Está tan cerca de nosotros que, con frecuencia, no somos capaces de descubrirlo. El placer es olor en el perfume del mar de las rías, sabor en los tomates frescos del verano, oído en la música que escuchas mientras el sol se esconde en el horizonte rojo, vista en los ojos azules que tantas veces pasan a tu lado, tacto en la frescura del agua que arrastra el sudor de las tardes de agosto... No es fácil diferenciar la felicidad del placer verdadero. Son las dos caras de una misma moneda. Que siempre llevamos en el bolsillo sin reparar demasiado en ella.
Una amiga mía, en la cabecera de su blog, anima a recuperar los placeres olvidados. Un buen consejo, sin duda.

domingo, 21 de agosto de 2011

Los berberechos rabiosos

El verano avanza a dentelladas de calor y fuego. Más convulso que nunca. Con miles de niños muriendo de hambre en el cuerno de África, mientras las gráficas de las Bolsas de los ricos se retuercen presas de un moderno baile de San Vito que nadie parece capaz de detener.
El mundo se ha vuelto loco y los humanos ya no sabemos ni mirar alrededor. El campo visual se nos ha llenado de espejos, señuelos, falsos becerros dorados que esconden la realidad. La terrible muerte en directo de los niños de Somalia sólo nos produce un segundo de sobresalto, un respingo de impotencia culpable. Y a otra cosa, mariposa. Siguiente noticia del telediario. Por muy mala que sea, siempre será más tolerable. Citando a Baudelaire, pareciera que, en estos tiempos, la gente decente es blanda y cobarde y sólo los bandidos conservan las convicciones. O al menos, son los que lo tienen más claro.
Un reportaje del pasado domingo en el New York Times cuenta que todos los primeros miércoles de mes, la verdadera élite de Walt Street se reúne de forma secreta en uno de los rascacielos del Midtown de Manhatan. Lo hacen para proteger el “pequeño” mercado de derivados financieros que entre ellos dominan. Doce veces el PIB mundial: unos 700 billones de dólares.
Los miembros de esa llamada “Secretive Banking Elite Rules Trading in Derivates”, son los que mandan en todas las “trucadas” ruletas del casino global. También en la de los alimentos. Según el rotativo neoyorkino son nueve las personas que representan a nueve gigantes de la banca: Goldman Sachs, Morgan Stanley, JP Morgan, UPS, Deutsche Bank, Credit Suisse, Bank of America, Barclays y Citigroup. Nueve manos que mecen la cuna de los famosos mercados.
El mundo produce hoy comida para 12.000 millones de personas. Sólo somos 7.000 millones. Entonces, ¿por qué tantos seres humanos pasan hambre?, se pregunta Esther Vivas en su libro “Del campo al plato. Los circuitos de producción y distribución de alimentos”. Y se responde con rotundidad: la explicación está en la política.
De un tiempo a esta parte el precio de las materias primas está predeterminado en las Bolsas con muchos años de antelación. No corresponde, como siempre ha sido, a intercambios reales de mercancías. La especulación domina el mercado y determina las políticas agrícolas de los estados, subvenciona productos para venderlos a bajo coste cuando es conveniente para sus intereses, compra masivamente suelo fértil para promocionar monocultivos… Modifica, en suma, el equilibrio ecológico del planeta y el orden natural de las cosas. Anula la capacidad de decidir de los pueblos sobre lo que producen y comen. En los ojos de los niños hambrientos de Somalia se esconden demasiadas preguntas. Por eso nos duele tanto mirarlos.
Quizás para relativizar lo intolerable, mientras leía el artículo de los nueve jinetes de la hambruna, se cruzó en mi pensamiento un estudio, publicado estos días en la prensa, sobre los miles de berberechos rabiosos de una especie distinta a la habitual que, colorados y desconocidos para la mayoría, viven tranquilos en los fondos arenosos de la entrada de la Ría de Arousa. Como en una sala secreta de reuniones. Sin que nadie les moleste. Sin que ninguna cofradía trabaje el producto, a falta de conserveras y depuradoras que lo demanden. A salvo, por tanto, de ciudadanos justamente indignados.

viernes, 12 de agosto de 2011

Algo estamos haciendo mal

Cuando ocurre lo que está pasando en las ciudades de Inglaterra. Y podría ocurrir en Madrid, Barcelona, Roma o cualquier otra ciudad de Occidente. Aunque el detonante fue la muerte de un ciudadano negro a disparos de la policía, no se trata de una rebelión juvenil contra la política de inmigración o los recortes sociales. Es un simple saqueo para divertirse en grupo y tomar por la fuerza aquello que entienden se les ha prometido desde niños: el consumo a voluntad de productos de última generación. “Es un asunto de jóvenes haciendo de jóvenes; es la mentalidad que hay ahora”, dice Joe, un muchacho que trabaja en Brixton, uno de los barrios londinenses afectados.
No están atracando bancos –supuestos culpables de la crisis-, ni protestan ante las instituciones. No asaltan supermercados para llevarse comida. Saquean tiendas de teléfonos móviles, de informática, de ropa deportiva… Hoy en día no se es nadie sin el mejor smartphone para estar bien “conectado”. No es una batalla ideológica ni política la que estos jóvenes están librando, les da lo mismo una multinacional que un establecimiento de comercio justo. Tampoco es una revuelta étnica: caribeños, negros e ingleses de toda la vida comparten ante los escaparates los palos y los cocteles molotov.
Tremendas las imágenes de un grupo de revoltosos atendiendo tras un golpe a uno de ellos, mientras hurgan en su mochila y le roban lo que quieren sin oposición alguna, tirando al suelo a los pocos metros aquello que les parece de poco interés. Es el paradigma de la decadente sociedad de la opulencia en la que vivimos. Desnuda de valores y llena de pretensiones. Y de jóvenes educados para tenerlo todo sólo con desearlo.
Y en medio de la interminable crisis económica, los adultos anhelamos volver a los niveles de consumo privado que tuvimos como la única forma que se nos ocurre de retomar la senda de crecimiento en nuestros países y en nuestras comunidades. Es la receta más repetida. En cambio, nadie habla de valores para salir de la crisis. Nadie invoca en serio el cambio cultural. Son pocos los que educan a sus hijos en saber vivir sólo con lo verdaderamente necesario. Que es mucho menos de lo que podemos imaginar. La mejor herencia para los convulsos tiempos que se avecinan.
Y en las calles de Londres está el resultado. La solidaridad, el respeto, la superación, el compromiso social y político son sólo viejas palabras obsoletas. Lo de ahora es pedir, comprar y exigir. Vivir del crédito ilimitado, de la hipoteca basura interminable. Estirar al máximo la virtual y engañosa “capacidad de deuda” para aparentar que el cuento de hadas puede continuar. Un nefasto ejemplo para los jóvenes que seguro desemboca en violencia. Ahí reside el moderno huevo de la serpiente, con las redes sociales -tantas veces invocadas como el nuevo faro de la libertad y la democracia “avanzada”-, oficiando de heraldos que convocan a masas desnortadas.
Algo estamos haciendo mal cuando los indignados de la Puerta del Sol juegan con la policía al gato y al ratón por un “quítame a mí esa plaza”, en vez de protestar contra las Bolsas de Futuros en materias primas que están en la base del desastre alimentario del cuerno de África y de la hambruna en Somalia. Ni una palabra les hemos oído sobre ello. ¿Es más importante entonces el lugar para acampar con el estomago lleno, que preguntarse por qué hay hambre en un mundo de abundancia en el que incluso los alimentos han perdido su función, la de alimentarnos, para ser otra mercancía especulativa más?
Algo estamos haciendo mal cuando el gerifalte de S&P, al que nadie ha votado ni a nadie representa, se permite el lujo de retar
al presidente de los EEUU y provocar, para exclusivo beneficio de unos pocos, un nuevo quebranto al bienestar de los ciudadanos del mundo. No es tiempo de buscar culpables. Es hora de cambiar los objetivos personales, las ideas y las costumbres. Todos.

domingo, 7 de agosto de 2011

Fantasmas en los mercados

Cuando escribo esto, la prima de riesgo española sobrepasa los 400 puntos en el diferencial con Alemania. Con ello, al encarecerse el crédito, la actividad económica en nuestro país va a disminuir aún más. El paro aumentará y es probable que lleguen nuevos recortes en el gasto público (sanidad, educación, desempleo…). Italia, Bélgica y, por supuesto, Grecia, Irlanda y Portugal, se encuentran en una situación parecida.
Ante el desastre que parece no tener fin por más acuerdos políticos que se tomen en la UE o en EEUU, la pregunta que surge es: ¿por qué? ¿Qué ha ocurrido en estas últimas semanas para que todo empeore a tanta velocidad? ¿Es muy distinta la situación económica de los Estados que están recibiendo este castigo hoy que hace un mes, por ejemplo? Objetivamente, no.
Es la respuesta de los mercados, que no se fían de nuestra capacidad para devolver los préstamos, se dice. Yo creo que es una ofensiva más de los especuladores globales para ganar mucho dinero amplificando la debilidad de determinadas economías. A las que hoy les toca, por unas razones o por las contrarias. Mañana serán otras las que tomen el relevo, por muy fuertes que se sientan en este momento.
Es cierto que la decisión de la UE para dotar al Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FEEF) de mayor capacidad para socorrer, comprando sus bonos, a las deudas soberanas en apuros, puede ser un factor disuasorio para los especuladores. Pero este mecanismo no estará disponible hasta Septiembre, cuando los parlamentos nacionales den el visto bueno a la medida acordada. Así que el mes de Agosto es, este año, muy bueno para hacer caja. Una muestra más de la lentitud de Europa que tan bien saben aprovechar los fantasmas del mercado. A día de hoy sólo el conservador y timorato BCE o un interesado capotazo de los inversores chinos, pueden salvarnos de la quema del rescate y de las garras del FMI.
Pero, ¿quién es el que dicta la señal para modificar las cosas al unísono en las bolsas y los mercados de deuda? Esta semana hemos comprobado inflexiones bruscas de la tendencia a mitad de una misma mañana. No es posible que todos los agentes financieros del mundo cambien de opinión a la vez. Es alguien con nombre y apellidos quien lo hace y transmite la orden al resto. Y a ese fantasma del mercado que está poniendo en jaque el bienestar de millones de personas, es a quien tenemos que dirigir nuestra indignación. Hacerlo frente a los políticos nacionales no sirve de nada. Ni siquiera el “todopoderoso” presidente de los EEUU es capaz de ponerles coto, como estas semanas hemos comprobado.
Hay que decirlo claro. Son fundamentalmente Goldman Sachs y JP Morgan los que dirigen, en conexión con las tres Agencias de Calificación, el cotarro de la insaciable avidez financiera que asola el planeta. Es necesario sacarlos cuanto antes de su posición de omnipotencia con una regulación internacional renovada. A todos nos están atacando: ciudadanos, gobiernos, economía productiva, grandes y pequeñas empresas…
¿Por qué no hay un movimiento de reacción? ¿Qué esperamos para dirigirnos a ellos directamente y exigir a nuestros políticos que también lo hagan? ¿Qué extrañas fuerzas atenazan la política haciéndola insignificante, para regocijo del Tea Party y otros grupos de ultraderecha liberal fundamentalista? ¿Por qué Europa tarda tanto en crear los eurobonos, única medida que puede frenar definitivamente la especulación contra las deudas soberanas periféricas y, por tanto, contra el propio euro?
Sólo los electoralismos de corta mirada, la falta de liderazgos fuertes en Occidente y el mal entendido liberalismo económico de algunos gobiernos europeos pueden explicarlo. Es hora de gritar fuerte y no parar hasta acabar con los fantasmas del mercado. Que tienen nombre y apellidos. Que no habitan en desiertos y montañas lejanas.



La foto es de Giulio Tremonti, ministro italiano de Economía, que nos ha obsequiado con una serie de expresivas fotos (llevándose las manos a la cabeza, abrumado, enfadado...) que simbolizan muy bien el desespero del sur de Europa por la falta de una respuesta contundente de la UE ante la crisis de la deudas soberanas.