sábado, 26 de noviembre de 2011

De balcones y pecados capitales

Quizás por casualidad o como una premonición de lo que ocurriría al día siguiente, de paso por Madrid y en plena jornada de reflexión, me dio por ir al cine y ver “Habemus Papam”, del italiano Nanni Moretti. La escena principal de la satírica película transcurre en el balcón del Vaticano, donde una multitud de fieles espera la salida del recién proclamado Papa, elegido de forma inesperada después de una complicada votación del Colegio Cardenalicio, encerrado para ello hasta la “fumata blanca” en la Capilla Sixtina.
Y como siempre ocurre en ese tipo de momentos-balcón, rodeado de lo más granado de la Curia, el ya sumo pontífice parece disponerse a pronunciar sus primeras palabras que, sin duda, recibirán todos los elogios, sean cuales sean. Así ha sido siempre y así debe ser, seguramente.
Pero a diferencia de lo ocurrido horas más tarde en la calle Génova, el Papa, para sorpresa y estupor de propios y extraños, lanza un grito estremecedor y se niega a comparecer ante el gentío que le espera, abrumado y sobrepasado por la enorme responsabilidad que acaba de caer sobre sus hombros.
Nada más convincente y conmovedor que el permanente gesto de horror y perplejidad del genial y veterano actor Michel Piccoli, de espantada por las calles de Roma buscando algo de tiempo para pensar qué hacer. Rodeado de gente normal que disfruta y sufre, alejada de la representación y el boato. De millones de espectadores del Gran Teatro del Mundo que a él, por un extraño capricho del destino, le toca protagonizar. Y cuyo papel finalmente rechaza no por un problema de fe, sino por simple honestidad personal.
Una interpretación, la de Michel Piccoli, que recuerda al “Paris-Tombuctú” de Berlanga, en la que el cirujano francés que en ese caso interpreta, coge una mañana su bicicleta y comienza el gran viaje que le alejará de un pasado de impotencia lujosa para detenerse en las voluptuosas curvas de Fedra Llorente. Y vivir, en un pueblo de Valencia, un presente sencillo y dichoso.
Una película, el “Habemus...” de Moretti, que muestra en su ingenuo alegato sobre las contradicciones del poder, los rasgos esenciales de la condición humana, siempre en la frontera del miedo y el valor, de la locura y la lucidez... Y lo hace en la figura de un Papa, demasiado normal para creérselo, que escapa de un balcón antes de que éste le atrape para siempre.
Después, antes de volver a Ourense en tren para ejercer el derecho al voto, tuve tiempo de dar un paseo por El Prado. Por la imprescindible exposición de “El Hermitage”, el mejor legado de los zares, la cosecha más brillante de aquellos tiempos de “despotismo ilustrado” que algunos, aún hoy, practican en silencio. Y pasar después por alguna de mis salas favoritas de la colección permanente. En concreto por la 56A, donde en los cuadros de “El Bosco” siempre aparecen detalles e historias nuevas que, con un poco de imaginación, pueden venir al pelo. Como la que en esta ocasión encuentro en la “Mesa de los pecados capitales” y en las citas del Deuteronomio que aparecen en sus filacterias: “porque esa gente ha perdido el juicio, si fueran sensatos entenderían estas cosas, comprenderían la suerte que les espera…”
Balcones, escenarios abiertos donde también habitan la soberbia, la pereza y la avaricia. Teatros abarrotados de público que observa el espectáculo y siempre aplaude al triunfador haga lo que haga, diga lo que diga. Para, más pronto que tarde, dudar de él, como en su día hizo Don Pío Cabanillas cuando brillantemente afirmó: “yo ya no sé si soy de los nuestros”.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Olas

Como era de prever, la ola que detectaban las encuestas ha seguido creciendo hasta llegar a la playa. Es lo que tienen las crisis y los cambios de ciclo. Los ciudadanos han optado por la alternancia democrática como la forma más natural de reducir, en estos tiempos de zozobra, la incertidumbre, el miedo y la falta de expectativas de mejora. Para ello han prestado masivamente su apoyo al PP. El pueblo es soberano y siempre –repito siempre- tiene toda la razón.
El pueblo ha otorgado a la formación que preside Mariano Rajoy, el mayor poder político que un partido ha tenido en la corta historia de la democracia en nuestro país. El PP tiene todo el poder en el Estado, las CCAA, gran parte de los Ayuntamientos, el resto de las instituciones y dispone de la máxima capacidad de influencia en los ámbitos mediático y económico. Se acabaron, por tanto, los eufemismos (“depende”, “como Dios manda”…) y la propaganda que hasta ahora llenaba los amplios vacíos de su oferta política. Se acabó hacer oposición a la oposición. Toca enfrentar la gestión de la crisis en España, Galicia y Europa y contar, cuanto antes, cuáles son las recetas.
Y también evitar la tentación de patrimonializar el gran poder público que ostenta, creando tramas de redes clientelares, tal como ha ocurrido al menos en Valencia, Galicia y Madrid. Rajoy debería prevenirlas y rechazarlas explícitamente -hasta ahora no lo ha hecho-. Y no darse por aludido ante las muchas voces que reclamarán lo que creen “les corresponde”, en base a la gran ayuda prestada durante estos 8 años para sacar a los socialistas del poder.
El PSOE ha perdido votos, por la derecha, entre los que han entendido que no ha sabido gestionar la crisis económica y, sobre todo, por la abstención y la izquierda, entre los que han creído que su política en la última legislatura no fue muy diferente a la que pudiera haber aplicado el PP. Estos últimos tendrán ahora la oportunidad de comprobar si estaban o no en lo cierto.
Pero, por muy dura que parezca la derrota, el partido socialista no debe caer en el error de la catarsis meramente nominal. En cambiar sólo los nombres y los equipos. El análisis de la realidad que Rubalcaba ha realizado en campaña es, a mi juicio, el correcto. Las propuestas en cuanto a política europea, progresividad fiscal, priorización del gasto en los servicios públicos esenciales… hubieran sido bien entendidas por la ciudadanía sin el lastre de la gestión de la crisis que éstas arrastraban. Toca cambiar el modelo, en la línea del partido socialista francés. Los ciudadanos que son su base real, que comparten en sentido amplio sus valores de progreso y justicia social, deben ser convocados y estar presentes desde el principio en la necesaria renovación de la socialdemocracia en España, en el debate sobre los problemas sociales, las propuestas y la elección de candidatos a los siguientes procesos electorales. Deben sentirse protagonistas de la política para que ésta se impregne de las necesidades de la gente y pueda ser comunicada con eficacia y credibilidad. La llamada “vida orgánica” conviene que deje paso a la máxima apertura a la sociedad.
El PSOE debe ser leal en la oposición como siempre lo ha sido. Dispuesto a pactar las cuestiones de estado, cada vez más numerosas: Europa, política antiterrorista, sostenibilidad de los servicios públicos… A pesar de la legitimidad que tiene para hacerlo después de sufrir durante casi 8 años una oposición cainita e irresponsable, no es momento de huidas hacia delante por la vía fácil de la indignación sistemática. Pero sí de responder con contundencia a la falsedad, a la desigualdad, al abandono de los más desfavorecidos y a los intentos de reducir la calidad de la democracia tanto en las instituciones como en los medios públicos de comunicación.
Es hora, en todo caso, de arrimar el hombro todos desde nuestra personal ocupación. Cualquier esfuerzo será poco para que el país resista el empuje de la gran ola que sigue amenazando con inundarnos después de la jornada electoral.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Penúltimas reflexiones

Vivimos días decisivos para nuestro futuro inmediato y el de nuestros hijos. Las condiciones financieras que el país soporta son tan extremas que no podemos continuar así durante mucho tiempo. Es una absoluta falacia que un cambio de gobierno y una eventual mayoría absoluta sean las claves para recuperar la confianza internacional en nuestra economía. La gran ola que nos empuja es de tal magnitud que es capaz de llevarse por delante no sólo al gobierno saliente, sino también al entrante.
Es hora, sin olvidar los muchos y profundos cambios que debemos hacer en España, de concentrarse en Europa. A ella hemos unido nuestro destino desde hace años. Y en los últimos días, cunde la sensación de que las fuerzas dominantes en la UE no tienen intención de arriesgar lo más mínimo para mantenerla unida. Ni siquiera, como hasta ahora había ocurrido cuando los movimientos especulativos contra el euro y las deudas soberanas arreciaban, Merkel y compañia se han molestado en escenificar reuniones al más alto nivel. Puede que hayan decidido dejarnos caer, soltar lastre, en la falsa idea de que hacerlo facilitara su propia salvación.
Por eso creo que necesitamos un presidente con un planteamiento público, claro y decidido, sobre la política europea. Un presidente que exija cuanto antes al Banco Central Europeo (nuestro banco central, no lo olvidemos) la compra de toda la deuda pública necesaria para impedir que la prima de riesgo suba de los 200 puntos básicos, haciendo para ello uso de su poder ilimitado en emisión de dinero. Como lo hace la Reserva Federal en EEUU. Ese es el único modo, a día de hoy, de disuadir a los mercados, frenar la espiral especulativa que nos está llevando a la ruina y comenzar a corregir el errático rumbo de la Unión.
Un presidente que, también, renueve en Bruselas los compromisos de estabilidad presupuestaria y asuma las sanciones (iguales para todos, por supuesto) que su incumplimiento debe conllevar. Pero que a la vez pelee por alargar los tiempos de reducción de los déficits públicos. De los que, tal como están ahora, sólo podemos esperar más paro y una larga recesión.
En este país y en este momento, se precisa un presidente que no mienta a los ciudadanos con demagógicas cuadraturas del circuito: bajar los impuestos, mantener intactas las prestaciones sociales y ahorrar 25.000 millones de euros en un solo año es materialmente imposible.
Nos merecemos un presidente que entienda que en un estado como el nuestro, sin apenas recursos naturales estratégicos, el capital humano es el único activo. Y que la educación, la sanidad y la investigación son esenciales para conservarlo. Sin ellas no podremos cambiar nunca el modelo productivo ni avanzar por los caminos de la sociedad del conocimiento. Ningún recorte en estos ámbitos es, por tanto, aceptable.
Necesitamos un presidente con el coraje necesario para recortar –ahí, sí- todo lo “prescindible” en la administración pública, diputaciones y Senado incluidos. Manteniendo, con esos recursos, la protección a los más desfavorecidos, a los dependientes, a los excluidos, a los inmigrantes… Un presidente que no restrinja los derechos del diferente, que se sienta ciudadano del mundo global y propugne el valor del encuentro cultural en un mundo solidario y abierto.
Pienso, además, en un presidente que se atreva a decirle a la gente que tiene que trabajar más para remontar esta crisis. Y a los sindicatos, que los salarios, en un mercado internacional cada vez más competitivo, deben vincularse a la productividad. Que es tiempo de generosidad, de compromiso ciudadano, de esfuerzo y de riesgo.
Un verdadero líder, en suma, que transmita al país esperanza y valores a compartir. Ya se que es mucho pedir, que la política vive horas bajas... Pero el discurso de Felipe González, el martes en el Pabellón, tuvo ese aroma de modernidad. Aunque peine las canas de la experiencia y la memoria. Ingredientes muy útiles, por otra parte, para reflexionar sobre el sentido de nuestro voto.

sábado, 12 de noviembre de 2011

¿Maquiavelo o Rousseau?

¿A quién de los dos se encomendó Papandreu –hijo y nieto de primeros ministros, miembro de una ilustre familia que en Grecia se compara con los Kennedy- cuando la semana pasada decidió convocar su fallido referéndum? ¿Cuáles eran sus “verdaderas” intenciones? ¿Ganar apoyo político interno y reducir la presión de los socios europeos? ¿Ser el nuevo campeón de la democracia directa?
Algunos piensan que jugó a ser “El príncipe” de Maquiavelo, aquel que “cuando sus habilidades no eran suficientes para solucionar un problema, exclamaba que no era su culpa, sino la de una extraordinaria e imprevista fatalidad”.
Otros, sin embargo, creen que el todavía presidente del PASOK, exhausto tras cinco huelgas generales, con la gente concentrada todos los días en la plaza Sintagma, con movimientos de insumisión ciudadana –“Del Plinoro” (no voy a pagar)- cada vez más fuertes, decidió “compartir” con su pueblo el camino de la ruina inevitable, en una catarsis que le liberara, al menos en parte, de la pesada carga que, hasta ese momento, sostenía casi en solitario. Y para ello, nada mejor que volver a los orígenes. A Rousseau: “toda ley que el pueblo no ratifica, es nula y no es ley”.
De uno u otro modo, el tiro, al final, le salió por la culata. Pero, en todo caso, ¿estaban los griegos en condiciones de responder, con criterio fundado, a ese tipo de preguntas, tras un largo periodo de bienestar nacional decretado, de corrupción mutuamente consentida?
En “El contrato social”, Rousseau afirma que “el hombre es bueno por naturaleza”. Y si el hombre es bueno, el pueblo también. Con esa sencilla idea comenzó la exitosa historia de la Europa democrática. Por la que tantos han luchado. De Rousseau se nutren los fundamentos teóricos que han hecho posible la libertad, la justicia, la igualdad y la fraternidad que hemos disfrutado durante tantas décadas.
Lo malo es que nada dura para siempre y el hombre no debe ser tan bueno como el filósofo francés aseguraba. El hecho es que una vez alcanzados y consolidados los objetivos más importantes de esa gran revolución ética, la nueva burguesía del bienestar insaciable y el paternalismo de las élites dominantes nos han llevado a la decadencia. La figura de Papandreu, como un nuevo Perseo cubriéndose la cabeza con un yelmo de niebla para perseguir a los monstruos del mercado, es hoy la patética imagen de las desnortadas democracias occidentales.
Un médico colombiano, Héctor Abad, progresista librepensador asesinado por la “contra” ultraderechista de su país, dejó, hace ya unas décadas, esta sencilla corrección del pensamiento de Rousseau que su hijo recoge en un hermoso libro: “no es que uno nazca bueno, pero si alguien dirige nuestra innata mezquindad es posible reconducirla y cambiarle el sentido”.
Ese “alguien” debe ser un nuevo contrato social para este mundo “viejuno” –Grecia, Italia, España, Europa…- que se desploma, inconsistente y blando. Un nuevo contrato social basado no sólo en los derechos, sino también en los valores compartidos, en el compromiso, el riesgo, el esfuerzo, la responsabilidad individual...
Rousseau, Maquiavelo… Antiguas ideas, viejas frases que una y otra vez reaparecen en alguna de las figuras políticas de nuestro tiempo. Fíjense, por ejemplo, en esta carta del siglo XVI, con la que el escritor y diplomático italiano se confiesa a uno de sus mejores amigos: “de un tiempo a esta parte, ya no digo nunca lo que creo, ni creo nunca lo que digo y, si se me escapa alguna verdad de vez en cuando, la escondo entre tantas mentiras que es difícil reconocerla”. Tan actual como las nuevas tecnologías. ¿Quién dijo que la historia de las ideas es siempre un bucle interminable? ¿Maquiavelo o Rousseau?

domingo, 6 de noviembre de 2011

La dama

Birmania es uno de los países más pobres y aislados del mundo. Una de las muchas naciones “paria” de la tierra. Sojuzgada desde 1962 por una férrea dictadura militar, ha sufrido la represión más continuada y sangrienta de los estados descolonizados a mediados del siglo XX en el sureste asiático. En las últimas semanas parecen correr, por fin, vientos de cambio y libertad, fruto del bloqueo internacional y de la pacífica resistencia de la maltratada oposición interna, representada y liderada por Aung San Suu Kyi, conocida como “La Dama” y Premio Nobel de la Paz en 1991.
Unos 200 presos políticos han salido estos días a la calle y el petrificado régimen ha anunciando reformas esperanzadoras: libertad sindical y de prensa, desarrollo económico y social del país... Aunque estos anuncios, conociendo el carácter despótico de sus corruptos dirigentes, deben tomarse con precaución y escepticismo, conviene que la comunidad internacional aproveche esa brecha para blindar e impulsar esta tímida apertura.
Birmania lo merece, después de tantos años olvidada, abandonada a su suerte. También lo merecen los cientos de miles de refugiados birmanos en Tailandia y sus hijos apátridas, no registrados nunca como nacidos, despojados por tanto de los derechos humanos más elementales. No cuantificados siquiera entre los 7.000 millones de oficiales habitantes del planeta. “Inexistentes” vidas de las que nadie se responsabiliza.
Las bases en las que se sustentan las dictaduras son el miedo y la ignorancia. Cuando desaparecen, la libertad se abre paso con firmeza y rapidez. Bien lo sabemos en España. En Birmania, avanzado el siglo XXI, aún se palpa el miedo que hace perder la dignidad y la autoestima. Algunos intentan vanamente recuperarlas en el refugio enajenado de la superstición, que videntes e “iluminados” varios venden en los montes sagrados, donde habitan los espíritus protectores, los coloristas “nats”.
Los birmanos, como una buena amiga escribió en la crónica de su viaje, hablan poco del régimen y, si lo hacen, “susurran más que hablan”. También callan y humildemente pagan cuando los militares corruptos colocan un peaje sin sentido alguno en medio de las carreteras polvorientas, exigiéndoles para el paso el poco dinero que tienen y tanto necesitan.
La Dama simboliza lo contrario a la ignorancia y el miedo. Suu Kyi es culta y valiente. Habla correctamente francés, inglés y japonés. En su exilio interior ha escrito varios libros, en los que reflexiona sobre la cultura birmana y la historia reciente del país, desde la independencia, en la que su padre jugó un papel fundamental, hasta nuestros días.
Digna y solemne en su austera expresión, La Dama es para Birmania “la mujer morena resuelta en luna” de la “Nana de la cebolla” de Miguel Hernández. Una madre y un referente para el pueblo, que los sucesivos dictadores no han podido destruir ni comprar, a pesar de su interminable arresto domiciliario y de la inmisericorde denegación del visado para asistir en Londres al entierro de su marido, el escritor y académico inglés Michael Aris. A quien tanto quería. Una historia de amor para con su país y su compañero, llevada al cine este mismo año por el francés Luc Bresson en “The Lady”.
La Dama confía en la solidez ética del milenario budismo theravada, mayoritario en Birmania, y entiende que la liberación debe partir del respeto a la particular forma de entender la vida de los birmanos, sin el automatismo de la mera transposición de valores y modelos occidentales.
La bien ganada credibilidad de Suu Kyi, debe ser suficiente para que la comunidad internacional se implique de una vez por todas en el proceso de apertura que hoy se vislumbra en la luminosa y martirizada Birmania. Si así ocurre, La Dama habrá ganado su admirable batalla. Ojalá que así sea.