viernes, 30 de diciembre de 2011

Menos recortes, más reformas

El sistema público de salud español es uno de los mejores del mundo y sus indicadores objetivos así lo confirman. También es de los más baratos: un 6.5% del PIB frente al 7.3 de la UE15. Pero tiene un serio problema de financiación por insuficiencia presupuestaria crónica y una contumaz tendencia, imparable en los últimos años, al incremento estructural del gasto.
La sanidad es valorada por los ciudadanos como la joya de la corona del estado del bienestar. Por tanto, los recortes sólo se entenderán si antes se ha apurado al máximo el ahorro en el resto de partidas gestionadas por las administraciones públicas. Y si, además, se han exprimido por completo todas las fuentes impositivas de recaudación: lucha contra el fraude, progresividad fiscal…
No hay duda de que son necesarias reformas profundas en el sistema para que éste continúe siendo de calidad y económicamente viable. Pero cunde la sensación de que los gobiernos autonómicos no tienen el valor y/o el conocimiento para afrontarlas y prefieren la vía fácil de los mal llamados ajustes. Que además de tener un más que limitado potencial de ahorro, se centran en los más enfermos, más débiles y menos informados. Injustos e inútiles, por tanto. Generalmente con marcha atrás a los pocos días. Llega con observar el errático asunto del bloqueo en las cartillas de los parados de larga duración, los etéreos conceptos de uso irresponsable del servicio, la ilegal discriminación a inmigrantes y no empadronados…, para concluir que a día de hoy las ocurrencias puntuales sustituyen al análisis, al diagnóstico real de los problemas y a su correcto tratamiento.
En España vamos mucho más al médico y recibimos muchas más recetas que la media europea, sin que ello suponga beneficio adicional en términos de salud y bienestar. He aquí un buen asunto para empezar a pensar. Como bien decía en un reciente artículo un ex alto cargo sanitario, frente a cierto estado de opinión que culpabiliza al usuario de esa sobreutilización de los servicios -argumento que lleva de cabeza al copago en sus versiones disuasoria y recaudatoria-, algunos pensamos que esa demanda es en gran parte inducida por el propio sistema, cuya hoja de ruta seguimos todos sin la más mínima duda, convencidos de su incontestable idoneidad.
Muchas consultas y derivaciones de un médico a otro... Tantas que algunos pacientes ancianos parecen no salir nunca del hospital en los últimos años de su vida. ¿Cuántas de ellas son realmente útiles? De todo hay, por supuesto. Pero, en todo caso, no es fácil trascender ese esquema bien intencionado, sustentado en la abundancia y el bajo coste de los especialistas. Un formato en apariencia intachable que, sin embargo, amenaza con morir de éxito, convertido en rutina ineficiente y obsoleta para un contexto demográfico nuevo. Con la cronicidad y la dependencia como invitados ya mayoritarios.
Y cuando hay demasiadas consultas, hay demasiadas recetas. Por eso, medidas tan razonables como la prescripción por principio activo tomadas para reducir el enorme gasto farmacéutico, sólo abordan la consecuencia del problema, no su causa. Así que necesitamos ir más allá, afrontando las reformas estructurales que conduzcan a un verdadero cambio de modelo. Y hacerlo dejando la política y el corporativismo a un lado. Huyendo de medidas de despacho, forzadas para dar apariencia de respuesta a la coyuntura y que más que ayudar a la sostenibilidad, conducen al deterioro y a la pérdida de confianza en la sanidad pública.
Hay que identificar bien las bolsas de ineficiencia asistencial, muchas de ellas basadas en viejas decisiones políticas, corporativas o localistas sin valor añadido. Su reconversión sería mucho más eficaz en términos de ahorro y racionalidad que los copagos –siempre injustos e ineficaces-, las privatizaciones –ruinosas a medio plazo- y los recortes de corto vuelo.
Debemos consolidar, también, una agencia de evaluación del uso de las tecnologías y los fármacos –tipo NICE inglesa-, cuyas conclusiones sean vinculantes para todo el sistema y sirvan para definir y mantener una cartera estatal de servicios única, con financiación garantizada. Y, sobre todo, cambiar el modelo retributivo de los profesionales, primando de verdad –no como hasta ahora- el compromiso con la organización y la obtención de resultados de calidad. Con nóminas más vinculadas a la productividad que las actuales. Saliendo del habitual y desmotivador café para todos que caracteriza nuestra función pública.
Nada de esto puede hacerse sin un gran acuerdo político, profesional y ciudadano para blindar a la sanidad pública española durante estos años de crisis. Los recortes sólo traerán debilidad; las reformas, fortaleza.

sábado, 24 de diciembre de 2011

Navidad

Mejor que ninguna otra epoca del año, la Navidad marca los tiempos de la vida, las edades del hombre. Así que para la mayoria, la Navidad es, sobre todo, la casa familiar en la que de niño se está, de joven se vuelve y de mayor se espera la llegada de los que un día se fueron para vivir en plenitud en otro lugar. Por Navidad se extraña más aún a los que nos han dejado para siempre. En algunas aldeas y ciudades de Galicia se guarda siempre un lugar en la mesa de Nochebuena para tenerlos más cerca. Dicen que la memoria pervive mientras alguien que nos conoció intenta recordarnos. Después llega el olvido.
Pero todos -seguro que también los ausentes- sentimos la Navidad como un período gozoso del año en el que los hogares se adornan con árboles, belenes, luces y con las coronas de adviento verdes y rojas que se cuelgan en las puertas.
La Navidad tiene nieve en el hemisferio norte y calor de verano en el sur. Pero es, en esencia, la misma. Un tiempo de fogones, olores y sabores de infancia. Irrepetibles en su excelencia por otras manos cocineras que no sean las de la madre o la abuela: el pavo asado, el cordero, el besugo, la lombarda, el cardo, la pularda, la escudella, los canelones de San Esteban, la coliflor, el capón de Villalba, la zurrucutuna, la lechona rellena de Baleares, el bacalao en sus mil preparaciones, el cochinillo, el pollo del caserío, las pepitorias de Andalucia, el marrano colombiano, los romeritos de México, las picanas bolivianas, las hayacas, el arroz con gandules de Puerto Rico… Distintos en cada continente, en cada país, en cada casa... Con ese particular toque de distinción que los caracteriza. Y que reconocemos al instante aunque hayan pasado años.
Y con las mesas llenas, a todas horas, de dulces pecaminosos, de peladillos, turrones, polvorones, mazapanes, ponches, coquitos, almendras, tembleques, galletas de gengibre, alfajores, majaretes, rusos, feos, Panettones, Panfortes, mielarros, Christmas pudding...
Todos estos y muchos más -seguro que cualquiera de vosotros puede añadir alguno a la lista- son platos, guisos y postres típicos de las comidas y las cenas navideñas. Aunque no podemos olvidar que, no hace mucho tiempo, la Nochebuena era fecha de vigilia. De las muchas que el año tenía.
Pero de esos misterios dolorosos que tanto nos costó memorizar en su día, gracias a la modernidad y al sentido comun de las gentes, ya poco queda en la Navidad de hoy. Que, sin embargo, conserva tradiciones más paganas, como el divertido “caganer” de los belenes catalanes, el evocador “tizón de Nadal” de Otero Pedrayo, las piñatas de barro de América en las que los niños rompen con palos los siete pecados capitales, o el muérdago britanico que se coloca en lo alto para que las parejas que se detengan debajo puedan besarse “sin pecado” una y otra vez… Y tantas otras historias y costumbres navideñas que nos hacen sonreir cuando, apagadas las luces de la Pascua, vuelve la normalidad a nuestras vidas.
Porque la Navidad, antes de llamarse así, fue durante siglos nada más que el solsticio de invierno, el periodo del año con los días más cortos, el Yule de los celtas, el momento en el que la rueda del mundo está en su punto más bajo preparada para subir de nuevo. La Navidad, también un tiempo de esperanza. Que ustedes la disfruten.




FELIZ NAVIDAD A TODOS LOS AMIGOS DEL BLOG




En la foto, una preciosa piñata de barro mexicana para que los niños la rompan en Navidad y sobre sus cabezas caigan los regalos y la alegria.

sábado, 17 de diciembre de 2011

El silencio del cambio

Todos los datos, todas las noticias, orientan a que el nuevo gobierno continuará, en lo esencial, con la misma política económica que el anterior: la reducción del déficit público a toda costa hasta el 3% del PIB en 2013. Aunque en ello, como con toda probabilidad ocurrirá, nos dejemos otros cientos de miles de puestos de trabajo. A día de hoy, no se contempla otra opción, a juzgar por la unanimidad europea -por no llamarle pensamiento único- del pasado fin de semana.
Ningún cambio, por tanto, más allá del discurso. Lo que antes era una España intervenida ahora se vende como nuestra aportación a la salvación de Europa, donde, como Arenas afirmó hace unos días, ya se nota la resolutiva presencia de Rajoy. De igual modo, en los programas de la TDT en los que hasta hace poco se anunciaba la catástrofe, se deslizan eslóganes, antes de cada corte publicitario, en los que se convoca a la ciudadanía a trabajar para levantar a la nación. Eso es lo único que cambia: el mensaje y el tono de la comunicación política.
O sea, un cambio pírrico. Y también, un flagrante insulto a la inteligencia. Sólo la estrategia de permanente desgaste electoral efectuada por el PP en las dos anteriores legislaturas, burda pero eficaz, explica que la concertación de los dos grandes partidos estatales ante los grandes temas de estado no haya sido posible antes, cuando era, al menos, tan necesaria como ahora. Y que sea tan fácil cambiar de táctica en tan poco tiempo. Sin coste alguno.
Y conviene ponerlo ahora sobre la mesa, aunque parezca baladí, para evitar que ese modelo se convierta en moneda común en la política española para siempre jamás. Antes de que la frágil memoria colectiva del país lo disuelva en su pozo sin fondo, con los ciudadanos tragando con todo si se les presenta de forma conveniente, como Pedro Arriola y su taller de nueva cocina de partido bien saben hacer.
Todo esto con independencia de los errores e insuficiencias del PSOE, sobre las que ya han corrido ríos de tinta y que, sin duda, han favorecido y potenciado este tipo de estrategias tan poco edificantes. Carencias que, por otra parte, son hoy motivo de reflexión prioritaria en los círculos de la izquierda, siempre atentos a la crítica “constructiva”, aunque menos aficionados a la construcción propiamente dicha.
Vendrán medidas contradictorias, obligadas por la volatilidad y profundidad de la crisis económica global, pero ya no se llamarán improvisaciones y ocurrencias, serán agilidad en la toma de decisiones ante las cambiantes circunstancias. Subirá el paro, pero durante largo tiempo se explicará por la terrible herencia recibida. Llegará una nueva reforma laboral, pero ya no se medirá por la creación de empleo, sino por su intrínseca necesidad en los tiempos que corren.
Todo esto está muy bien, pero alguien tendrá que preguntar alguna vez al nuevo gobierno por lo que hará para incentivar la actividad económica. Será necesario conocer cúal es el modelo productivo que propone, cuáles son las prioridades reales en el recorte del gasto y si estarán basadas en el interés de la gente o en los equilibrios políticos locales y territoriales… Rajoy y su partido disponen para gestionar de 7 de cada 10 euros que los españoles aportamos al erario público. Entre otras cosas por eso, están obligados a responder en tiempo y forma a las preguntas que se les formulen. Esperemos que lo hagan.
Mientras tanto, Feijóo pasa sus últimas mañanas con ZP. Sin él al otro lado, se hará más visible su falta de enfoque económico global y de proyecto de futuro para Galicia, escondidos hasta ahora en el enemigo exterior y en el simple rigor presupuestario. Puede que alguien, desde la colaboración y la exigencia, le pregunte algún día por sus promesas, compromisos y resultados. Y ese alguien, si llega, será una buena noticia en el pesado silencio que se avecina.

viernes, 9 de diciembre de 2011

Llevar la razón

Gran parte de los grupos humanos, más o menos articulados, se constituyen para compartir ideas y razones, no tanto por ellas mismas sino por su capacidad de aglutinar conciencias, de alejar al hombre de la insoldable sensación de soledad que le acompaña. Así son, en esencia, los militantes de los partidos políticos, los seguidores de los equipos de fútbol, el 15M, las asociaciones de lo que sea... Así es, para bien y para mal, la civilización.
Lo malo es que ocupamos excesivo tiempo y energia en llevar la razón. Y en que nos la reconozcan. Con admirables excepciones, todos buscamos cada día en los titulares de los periódicos, en las noticias de los medios audiovisuales, en las conversaciones del bar…, opiniones que coincidan con la nuestra y conforten la avidez de razón conquistada en la que vivimos.
Demasiadas veces hablamos con los demás poco más que para avalar nuestras tesis preconcebidas, evitando en lo posible la “molesta” confrontación de ideas. Con frecuencia, utilizamos el clásico “llevas razón” esperando que el otro nos devuelva presto la coincidencia argumental, aunque sea ocupada sólo de lugares comunes, para así alcanzar juntos la nutritiva hermandad de las razones que se encuentran.
Algunos van todavía más allá y enferman sobrecargados de razón, haciendo de su reconocimiento el objetivo más importante de la vida. Y recorren juzgados –incluso se crucifican delante de ellos-, sindicatos, abogados, libros de reclamaciones, cartas al director, defensores del pueblo… para alimentar a ese extraño monstruo de la razón que se ha incorporado, sin avisar, a su disco duro.
Pero, peor aún que los que la buscan obsesivamente, son los que la encuentran. Y no se bajan de ella caiga quien caiga. Abanderados, iluminados, salvadores del pueblo, teóricos del bien absoluto, tertulianos ungidos por el conocimiento universal… Tipos que sientan cátedra a su paso. Especialmente peligrosos en los momentos de zozobra.
Decía Valente que “lo peor es pensar que tenemos razón por haberla tenido”. La cara soleada de la razón mira siempre hacia delante. Hay que llamarla cada nuevo día, no para poseerla sino para compartir la luz que nos presta. La razón bien entendida no sirve para defender viejos castillos, sino para construir otros nuevos. Escuchando más que hablando, debatiendo más que adoctrinando, libando de los unos y los otros…
Ese sería el mejor camino para la sociedad y la política de nuestro país en estos dificiles momentos. En los que no conviene volver a los viejos agravios ni arrojar “sine die” la culpa a la cara del oponente. Ni embarrar, con relatos y discursos emponzoñados de razón excluyente, el duro recorrido que nos queda para salir del abismo. Cuando las bases aparentemente sólidas, sobre las que hemos vivido tanto tiempo, se resquebrajan, es cuando toca, como Willy Brandt decía, “atreverse a abandonar las razones cautivas y llenarse de democracia sin prejuicios…” Aunque la historia de España no nos ofrezca mucha esperanza en ese sentido.
“Sólo soy un español que razona”, respondía el poeta y ensayista alicantino Juan Gil-Albert a los que le acusaban de afrancesado, por sus matizadas opiniones, en el doble exilio -primero exterior y luego interior- que vivió. Quizás precisamente por razonar y no cargarse de razones, sus obras son menos conocidas que las de otros de sus coetáneos, a mi juicio con menos méritos literarios. Tal vez por eso mismo, cada vez me gustan más los escritores e intelectuales que no pretenden con su obra convencer de nada ni dar lecciones a nadie. Y es un placer compartir con algunos de ellos un rato de tertulia, dos miércoles al mes, en un cercano lugar de Ourense.

sábado, 3 de diciembre de 2011

El pájaro de Minerva

Sólo levanta el vuelo al atardecer. La conciencia y la sabiduría llegan, en este mundo, demasiado tarde para hacerlo más justo y habitable. La verdadera luz suele aparecer cuando ya vale de poco. Quizás por eso el hombre no ha dejado de ser nunca un lobo para el hombre. Y la civilización sigue siendo, a día de hoy, un tesoro más frágil de lo que parece.
El pajaro de Minerva es el conocimiento. El fruto más preciado. Al que sólo se accede por medio del lenguaje, del conjunto de palabras aprendidas, llenas siempre de significado y significante, como Lacan nos descubrió. Corren tiempos en los que nadie se hace responsable de lo que dice. Y nadie le exige que lo haga. Puede decirse una cosa y, en pocos días, la contraria, sin temor a ser rechazado o castigado. La palabra está perdiendo su papel de soporte básico de la memoria, la experiencia y el conocimiento. Degradada con su utilización masiva para retorcer la realidad y hacerla viscosa y resbaladiza.
La palabra es también una herramienta al servicio de quien la domina. De quien es capaz de elegir, en su propio interés, el momento y el contexto para colocar lo que Manquiña definió como “el concepto”. De quien cuenta con los medios de comunicación para hacerlo. Cada vez más numerosos y versátiles en sus soportes, pero también más parecidos entre sí, por muy diferentes que aparenten ser.
Y la batalla por la palabra, por la verdad, es hoy, más que nunca, la batalla por la libertad. Creo honestamente que la política, en los próximos años, difícilmente va a parecerse en nuestro país a la que hasta ahora conocimos. El oligopolio del poder institucional y económico del que la nueva mayoria política va a disponer, es un feraz caldo de cultivo para el control unívoco de la información y sus contenidos, para la generación de un relato de pensamiento único en el que instalarse cómodamente durante años.
Ya están en marcha múltiples síntomas de ello: la trayectoria de algunas televisiones autonómicas como Telemadrid y Canal 9, la tolerancia periodística a las ruedas de prensa sin preguntas, a que la señal audiovisual de los actos públicos sea enviada a los medios, envuelta en celofán, por el propio partido político que los protagoniza…
A nadie se le oculta que la reforma de RTVE, auspiciada por el gobierno saliente, que ha posibilitado el periodo de mayor independencia y profesionalidad que el ente público ha tenido en toda su historia, corre peligro de estrellarse en la interminable renovación de su consejo de administración.
Está en juego la calidad de la democracia. Su defensa es la tarea más trascendente que la sociedad civil, la prensa y la oposición deben realizar en su labor de control del poder establecido. Las condiciones de las que se parte no son favorables. El lector mayoritario confía ciegamente en las posiciones de su medio afín y ve la realidad bajo su sesgado prisma. No hay suficiente masa crítica como para contrastar titulares simplistas e interesados. La crisis económica y la precariedad en material humano de los medios de comunicación, no favorecen el análisis independiente y matizado de las noticias y los temas. La voz de los intelectuales se ha estado apagando en las últimas décadas, sepultada por la sociedad del espectáculo en la que vivimos. La opinión de los técnicos en las diversas materias suele ser lo suficientemente compleja como para tener escasa influencia en un país que apenas lee cosas que vayan más allá de los 140 caracteres del Twitter...
Un panorama sombrío que predispone al sueño de la conciencia colectiva, para regocijo de un poder capaz de envolverlo en su acogedor manto de pan y circo. Ahora bien, decía Stefan Zweig que “toda sombra es hija de la luz y sólo quien ha conocido la claridad y las tinieblas, el ascenso y la caída…, conoce la verdad. Y puede dar fe de ella”. Por eso los pájaros de Minerva, las viejas lechuzas que miran con ojos penetrantes cuanto les rodea, son ahora más necesarias que nunca. ¡Larga vida a una de ellas, José Luis Sampedro, Premio Nacional de las Letras Españolas 2011!