domingo, 29 de enero de 2012

Pelis de fuera



“Los descendientes” de Alexander Payne. Una moderna tragicomedia. Fresca, sutil, divertida, inteligente y honesta. A partir de una historia dura y dificil, sustrato habitual para el sentimentalismo facil y la lágrima de culebrón, Payne y Clooney dibujan un entramado de relaciones complejas, contemporáneas y alejadas de los clichés habituales. Encontrando tantos matices y contradiciones en los personajes, que los convierten en seres de carne y hueso, naturales e imperfectos. Nada maniqueos. Cercanos y reconocibles tanto por sus defectos como por sus virtudes. Como cualquiera de nosotros. Adorables e insoportables a partes iguales, según cuándo y dónde. Con el humor modulando y enriqueciendo un diálogo coral, tan civilizado como sincero. Alejado del inmisericorde dramatismo vacio con el que el cine de hoy nos fustiga tantas veces. Sin más pretensiones que contar una historia creible y actual en el entorno de un Hawai gris, sin su tópico colorido hortera. Invitándonos a formar parte del entramado del cine, en el papel que nos corresponde: el de espectadores que disfrutan sin necesidad de engaños o manipulaciones más o menos descaradas.
¡Qué dificil es tratar la muerte de un ser querido con la naturalidad y el cariño con el que padres, amigos, hijos y marido engañado lo hacen en esta sencilla película, en apariencia ligera pero llena de cargas de profundidad! Sin más lágrimas que las que surjen del corazón. Con la sinceridad a la que obliga la mirada limpia y sin prejuicios, creativos o de otro tipo, de los seres humanos. Una mirada mucho más amorosa de lo que parece. Que recuerda al “Hable con ella” de Almodóvar y a la fértil tradición de la tragicomedia. La que hunde sus raices, siglos atrás, en "Calixto y Melibea".
Me sobra el bienpensante mensaje ecologista y la burda campaña publicitaria que, al menos en España, precedió al estreno. Y me encanta Shailene Woodley (Alexandra, la hija mayor), todo un descubrimiento lleno de registros interpretativos. Clooney está muy bien, pero ni mucho menos es lo más importante de la película, estatuillas aparte. Un 8.5.




“El árbol de la vida” de Terrence Malik, un viejo profesor de literatura que muere por hacer poesía en el cine. Por eso necesita tanto tiempo para hacer sus películas, buscando en cada fotograma la rima y la espiritualidad. Todo en “El árbol de la vida” (Alexandre Desplat, la extraordinaria selección de música clásica, la deslumbrante fotografía, la textura de las atmósferas, los grandes angulares, las tomas cenitales…) se hace buscando la trascendencia y está al servicio del poema, del esteticismo en su máxima radicalidad.
Pero el cine es un arte distinto. La poesia se bebe en tragos cortos e intensos a traves de un libro que descansa, y se activa cuando uno está dispuesto a ello, en la mesilla de nuestra habitación. El cine no es eso. Las películas son una forma de expresión artistica que se despliega en un espacio de tiempo suficiente para despertar sentimientos y sensaciones, para llenar de ideas, valores o propuestas la pantalla. Y Terrence Malik quiere más. Busca desesperadamente otro tipo de lenguaje, más sútil, más impresionista, más esencial. Por eso sólo ha hecho cuatro películas en 40 años. Algunas extraordinarias como “La delgada línea roja”, una historia de guerra que desborda lirismo y profundidad.
Pero en esta ocasión la ambición del viejo profesor le pierde. Y convierte su última obra en un ensayo tan meritorio como fallido. “El árbol de la vida” es una apuesta equivocada. Parte de las preguntas que Dios hace a Job en su Libro. Preguntas trascendentes sobre la vida y la muerte, que el director intenta responder comenzando con las imágenes y los sonidos del Big Bang, el magma del centro de la tierra, el agua y el desierto, la aparición de los dinosaurios… Y desembocando, sin justificación narrativa o conceptual alguna, en la historia de una familia de la América profunda, donde Malick busca trascender la muerte desde sus recuerdos personales: la infancia, el descubrimiento de las cosas, los amigos, los hermanos, el padre autoritario, la libertad, el dolor de la represión, la madre alegre y tierna, el tacto en la piel del pie del bebé, la violencia gratuita en el asesinato de una rana… También, para subrayar la ansiada poesia en las imágenes, la camara no para de moverse, aparecen de improviso la música y las voces en off para solemnizar la trama… Malick pretende dibujar en poemas visuales su modo de entender el mundo, el amor, el odio, la religión, el árbol que simboliza la vida… Pero cuando lo consigue, el espectador está ya tan agotado y desorientado que apenas percibe sus, por momentos, brillantes pinceladas.
Y la película termina, recargando aún más el ya recargado collage previo, con un sueño de muerte redentora en el que aparece, fuera de contexto, Sean Penn como un verso suelto que vaga por el aire entre cristales de rascacielos y encuentros en el más allá. Una obra fallida que pretende ser un poema cinematográfico y acaba cansando y aburriendo desde el principio hasta el final. Tan pretenciosa y esteticista como inconsistente. Un 5.



“Un método peligroso” de David Cronenberg. Es la historia del encuentro, en la Viena de principios del siglo XX, de Freud y Joung que posteriormente desembocó en el primer cisma del naciente psicoanálisis. Enmarcado en una fascinante historia de amor imposible, casi incestuoso, entre médico y paciente. Como siempre en Cronenberg, buscando el conflicto entre Eros y la Civilización. Esta vez además en el corazón de aquellos que teorizaron sobre él y, en el caso de Jung, lo experimentaron en sí mismos. Una obra de madurez de un cineasta empeñado en explorar los sentidos, el dolor físico y la transformación del cuerpo (“The Fly”, “Spider”…), el deseo sexual siempre reprimido por muy liberado que parezca (“Crash”) y que en esta película aparece lleno de matices en la tensión intelectual y sexual de Jung y Sabina Spilrein, magnificamente interpretada por Keira Knightley. Una lección de historia llena de preguntas en las bien perfiladas conversaciones de los personajes: ¿qué es lo que impide dar rienda suelta a nuestras pulsiones: la moral o el miedo a la soledad y a la muerte? Con un estilo depurado, contenido en su expresividad, quizás un tanto frio y académico en algunos momentos. Un 8.




“Melancolía” de Lars Von Trier. Reconozco que este danés es mi debilidad. Aunque sea un gilipollas provocador que reparte, en las ruedas de prensa, boutades impresentables. Nadie como él para impregnar la retina de imágenes intensas, hermosas y de una fuerza expresiva inigualable. Que se quedan en ella para siempre, como los cuadros universales. Llenas de misterio, sobrecogedoras y al tiempo capaces de evocar por sí mismas los estados de ánimo más esenciales del ser humano: el miedo, la felicidad, el amor, la angustia, la depresión o la serenidad. Todos ellos contenidos en los últimos fotogramas de Melancolía, en el virtual y estrecho espacio que contiene al mundo –representado por 3 mujeres- que espera, ya en paz, su inmediato apocalipsis.
Y para alcanzar ese climax, que a mi modo de ver ya justifica y hace buena la pelicula, nos hace transitar por una atmósfera tan magnética como decadente, habitada por personajes retratados con rápidas y vigorosas pinceladas: inocentes, prepotentes, necios, generosos, egoistas, aburridos, pervertidos, bipolares… Un fresco universal que comienza en la metáfora de una limousine nupcial que no es capaz de girar en una estrecha carretera vecinal, que sigue en su exterminador camino por la pantomima de la hipocresia social en las bodas de postín y concluye recorriendo la casa familiar –el nido de los hombres- donde aparece la inevitable levedad, en un mundo que se desploma, de los sentimientos de ternura, compasión y amor. Es en ese lugar donde Van Trier nos invita a abandonar con él, como ya hizo el Dante, toda esperanza. Con la cámara inquieta y vibrante destilando silencios, acelerando y retrasando, con vanas ilusiones, el final que, a la postre, nos encuentra rendidos, resignados y serenos. Más de dos horas de arte visual y narrativo que nos mantiene en tensión, en una progresión continua desde la expectación al sobrecogimiento.
Y en todo caso, dichosos después, al respirar el aire fresco de la calle que, sorprendentemente, parece ser la misma que dejamos antes de entrar al cine. Un 9.5.

lunes, 16 de enero de 2012

Pinceladas

Lecturas que llegan y apetece compartir.


Comenzaré con frases de este estilo: “los hombres y mujeres caviar seguirán entrando y saliendo de la tiendas de moda, de los coches de lujo…” O de éste: “comeremos en las cafeterias de los tanatorios los restos que abandonan los deudos, migas de sandwiches de mortadela seca, culos de cerveza caliente y trozos de tristura a la plancha, muchas veces fingida”. Proceden del artículo semanal de la última página de El País de Juan José Millás titulado “El destino”. Tristeza y rabia que salen de muy dentro.“Después del 15 de Enero las tardes comenzarán a ser más largas”. Un texto doloridamente explícito, aunque no tanto como la violenta mirada final de Salma Hayek en la última película de Alex de la Iglesia, al acabar el morboso espectáculo de la crucifixión y muerte de José Mota, su “parado” marido.


No es este el único texto que transmite un bajo estado de ánimo al comienzo del temido 2012. También Manuel Vicent “En una hora” es capaz de buscar “todo lo bueno y lo malo” del mundo de hoy. “No es necesario viajar a Bombay para descubrir la miseria. En la esquina más elegante de tu barrio hay un hombre arrodillado con los brazos en cruz al que han deshauciado… Este hombre contiene toda la pobreza de la humanidad. A su lado, contra el tronco de una acacia, se besa ciegamente una pareja de adolescentes, cuya pasión llena de amor, sexo y placer todo el universo. Entre el mendigo y la pareja de enamorados, un caballero honorable es conducido con una correa por su propio perro, un caniche caprichoso que no sabe si mear en el tronco del árbol donde los adolescentes se destrozan la lengua o hacerlo sobre las cuatro monedas que contiene el plato del pordiosero.” Una hora inmensa, sin duda.


Pero hasta en el escenario más amenazador, todo cabe, incluso el bendito humor que tantas veces nos salva del desespero. Esa dotación, aparentemente menor de nuestro cerebro derecho, que hoy se convierte en imprescindible. En las viñetas de El Roto y de Forges o entre las líneas de algunos artículos curiosos como el de Manuel Rodríguez Rivero: “Cuidamos peces”. En él da cuenta de uno de esos anuncios callejeros que ofrecen servicios personales y se pegan en los semáforos, con cupones a modo de faldilla para llevarse y llamar por teléfono: “dos chicas responsables y trabajadoras de 15 años se ofrecen para cuidar a sus peces por el módico precio de 5 euros la hora. Preferencia por casas con televisión y/o Internet”. Un comodo minijob, ¿qué más se puede pedir a día de hoy? Tierno, ingenuo y sintomático de lo que estamos viviendo. ¿No les parece?

El humor, la paradoja, la sorpresa, oasis en medio de desiertos de centros comerciales repletos de jovenes gordos atiborrándose de comida basura antes o después de ver películas infumables. Indiferentes. Desarmados. Carne de cañon. Decía Gramsci que “la indiferencia es el peso muerto de la historia, la materia bruta desbaratadora de la inteligencia” Tengo la sensación de que estos últimos años de crisis en los que la izquierda se ha desfondado y desnortado y el PP y sus corifeos mediáticos han cultivado el “vale todo” y la política de tierra quemada (como dice Miguel Ángel Aguilar, “al hacerse cargo del Gobierno los crispadores, ya ocurrió en 1996, se acabará la crispación”) nos han dejado agotados a todos. Quizás resignados. Despolitizados, al menos por un tiempo. Galicia vivió ese proceso antes que el resto del estado. Por eso, tal cual afirma el profesor Manuel Barreiro, “el ejecutivo de Feijoó (ahora pasará lo mismo con Rajoy) sobrevive gracias a que los ciudadanos nada le exigen ni nada esperan de él”. Una reflexión tan lúcida como demoledora. Ahora bien, Buda ya predicó, bajo el ficus sagrado, que “aunque el dolor sea inevitable, el sufrimiento es opcional”. Seguramente por eso, para evitar el malestar que la cultura con mayúsculas trae consigo, podemos explicar la indiferencia con la que nos defendemos: estéril, quizás cobarde, pero comprensible.

Aunque visto de otra manera, también es un abandono doloso, culpable o pequeñoburgués -como antes le llamábamos-, y sobre el que Maruja Torres se sincera, con su habitual rotundidad, en “Doctor Lo”: haremos lo que tengamos que hacer” dicen ellos. “Entretanto, cabe preguntarse, qué hemos hecho los, por así llamarnos, deshechos en el hecho. No hacer nada es el rasgo más distintivo de la sociedad que hoy componemos. El aprendizaje de la pasividad ha sido largo, pero no difícil. Hemos abierto la boca y tragado las palabras que sustituyen a las verdades, y los eslóganes que violan y descuartizan las ideas. Nos hemos dejado hacer, salvo arranques de indignación tardía –por otra parte, perfectamente asumidos por el sistema y la fuerza pública, como se ha visto-, despatarrados y, en ocasiones, hasta gozosos… Algo habremos dejado de hacer para merecer esto”. El discreto "desencanto" de la burguesía, diría yo.

Pero tambien llegaron otras lecturas que me llenaron de esperanza. Por alguna razón, encontré poemas alguna vez disfrutados y que reaparecieron en la estanteria marcados, no recuerdo bien por qué, con un separador de plástico rojo. Como estos hermosos versos de El archipielago de Hölderlin, que además reivindica a la hoy maltratada Grecia:

Más, ¡ay!, vuestro linaje vaga en la noche, vive como en el Orco,
sin lo divino. Ocupados únicamente en sus propios afanes,
cada cual sólo se oye a sí mismo en el agitado taller,
y mucho trabajan los bárbaros con brazo poderoso,
sin descanso, mas, por mucho que se afanen, queda infructuoso,
como las Furias, el esfuerzo de los míseros.

Hasta que, despertando de su angustioso sueño, se levante
el alma de los hombres, juvenilmente alegre,
y el hábito bendito del amor, de nuevo, como muchas veces antes entre los hijos florecientes de la Hélade,
sople en una nueva época, y el espíritu de la naturaleza,
el que viene desde lejos, el dios,
se nos aparezca entre nubes doradas
sobre nuestras frentes más libres,
y permanezca en paz entre nosotros.

Y algún otro que compartiremos en los próximos días. Supe además, leyendo una carta al director de El País -en la que Félix de Azúa defendía su libertad, aunque fuera además un escritor, de opinar de política lo que le viniera en gana-, que turiferario es nada menos que “aquel que lleva el incensario”. ¡Cuánto daño nos han hecho y nos hacen los turiferarios! Hasta la próxima, amigos. ¡Qué bonita palabra es esa!

sábado, 14 de enero de 2012

Un libro y dos pelis

Para comenzar el año en el blog, después de unas merecidas semanas de vagancia sin mala conciencia, quiero compartir con vosotros un libro y dos películas que he leido y visto estos días y me han gustado especialmente.


“El disfraz” de José María Pérez Álvarez.

Editado por iniciativa de El Cercano, en formula de coedición por un grupo de amigos (crowfunding o micromecenazgo, creo que se le llama ahora). En todo caso, una excelente idea, muy útil para desarrollar cultura de calidad sin subvenciones ni otras “ataduras” en tiempos de crisis.


Un estupendo divertimento de Chesi donde nos muestra su particular universo literario, lleno del humor “oscuro” que caracteriza sus obras. Como siempre, el texto está trabajado al máximo, buscando afinar en cada palabra, en cada frase, en cada uno de los párrafos..., con la profesionalidad de los narradores maduros que sufren y disfrutan al escribir, buscando sin descanso su propia excelencia.
Divertido, fresco y alegre, a pesar del largo paseo por la dura soledad de su protagonista, Antonio Randulfe, eterno residente en Ourense: esa ciudad gris y provinciana a la que Chesi adora y a la que él mismo tanto se parece.
La novela tiene un esquema narrativo peculiar que mezcla en diferentes momentos la primera persona con el narrador omnisciente. Con un ritmo creciente que consigue incrementar poco a poco el interés del lector. Con constantes guiños a la literatura, al extraño y competitivo mundo de los escritores y a las fantasías sexuales de una generación gloriosa que no lo tuvo fácil en ese exigente campo de la existencia. Y que ahora observa –sin perder nunca la afición- la quizás monótona abundancia de la postmodernidad.
Antonio Randulfe es una especie en peligro de extinción, un prototipo de antihéroe ourensano en la, por momentos, agobiante atmosfera que Chesi propone en esta fantasía. Un tipo solitario, muy amigo de sus amigos, fracasado sin remedio, tierno, facha y, al tiempo, compasivo y solidario. Una ingeniosa mezcla, con trazos que recuerdan al propio creador, a sus sueños lúbricos, a algún amigo en otro tiempo admirado, a otros personajes de la literatura y el cine… Pero, sobre todo, Randulfe es un personaje tan clandestino como Ourense. Mucho más dotado, no sólo sexualmente, de lo que parece. También como Ourense. Tímido, cascarrabias, introvertido, asocial incluso… pero honesto. Como Ourense, en fin.
Chesi, en “El disfraz”, juega de nuevo con el diccionario, con las palabras, las definiciones, la repetición de las frases y las direcciones postales… Pero lo hace con la mesura justa para aprovechar esos recursos literarios desde el respeto con el que siempre trata a sus relatos y a sus lectores. Consiguiendo que una historia, en apariencia con poco recorrido, se estire lo suficiente para dejar en el aire recuerdos, sensaciones y sentimientos. Para pasar un rato de buena literatura. Algo cada vez más difícil de conseguir con las actuales novedades editoriales.


"Drive" de Nicolas Winding Refn. Un thriller de toda la vida. De los buenos. En el que los hechos mandan sobre la palabrería y la retórica. La historia de un ángel solitario, de cuya historia, orígenes y sueños… poco se nos cuenta. Un tipo de máxima austeridad expresiva en un entorno vital desprovisto de otras referencias y emociones complementarias a las del coche que conduce. Hasta que unas miradas limpias le conmueven para, a partir de entonces, luchar por ellas como un guerrero antiguo. Sin piedad ni misericordia con los malvados. También como un moderno, motorizado y trágico superhéroe.
Una trama clásica que el director describe y aclara con cuatro sabias y bien colocadas pinceladas. Deliberadamente simple para resaltar la profunda poesía de la atmosfera sombría que acompaña a la solemne lentitud de algunas imágenes, a la cámara destilando con naturalidad ternura, miedos, traiciones, desamparo... Abriendo paso a la violencia desde la mística de un mundo sin reglas ni piedad. Sin esperanzas vanas. Como en el mejor cine negro americano de la época dorada. No debe ser casualidad que en los títulos de crédito finales aparezca Frank Capra III (¿quizás el nieto del genial autor de “Sucedió una noche”?), un miembro más del equipo del director danés que adapta con gran brillantez y estilo la dura novela homónima de James Sallis (también un tipo duro, no os perdáis la entrevista que concedió en El Pais: “Somos urracas, robamos del nido de otras urracas”). Para mí, un 8,75.


"Un dios salvaje" (Carnage) de Roman Polanski. Teatro hecho cine por el maestro. Adaptación de la obra de Yasmina Reza, dicen que más ligera y más divertida. La película transcurre toda ella en una habitación, salvo el suceso inicial que justifica el encuentro de los cuatro personajes: dos parejas “civilizadas” que se reúnen para resolver un conflicto banal entre sus respectivos hijos. En un limitado espacio del que el director, y supongo que la autora del texto, no les deja salir (como hizo Buñuel en “El ángel exterminador”) hasta que destapen sus egos y descubran con dolor que sus miserias no son tan distintas a las de los demás. Cínica y sarcástica mirada a la condición humana de uno de esos artistas que no se casan con nadie y ejemplifican el concepto de incorrección política. Con ese toque de misoginia que Polanski no oculta demasiado. Todo con la máxima sutilidad de la que es capaz en cada paso, en cada frase, en cada palabra, en cada movimiento de la cámara, en cada detalle aparentemente nimio… Entendiéndolos como preparación para la próxima vuelta de tuerca al cerebro del perplejo y, por momentos, agotado espectador. Usando de forma magistral la sorpresa, la confesión más inconfesable, la reacción más imprevisible, para seguir con su demoledora tarea. Ensuciando al supuesto limpio para dejarlo después asearse durante un rato hasta la próxima andanada. Limpiando al aparente sucio para en el siguiente descuido, cubrirlo nuevamente de vómitos…
Gran Polanski, de nuevo implacable con la hipocresía, destructivo para las máscaras más impenetrables… Azote de la burguesía que anida en el corazón del hombre contemporáneo. Ácido, cortés y civilizadamente violento. Un divertido peligro, supongo que también para sí mismo. Un 9 largo.