"Zero Dark Thirty" de Kathryn Bigelow. Reabautizada en castellano como "La noche más oscura"; algunos dicen que en homenaje a San Juan de la Cruz. Se trata de una película con la envergadura narrativa, dramática y emocional de una novela histórica. Con un extraordinario trabajo previo de documentación, imposible sin la colaboración de la CIA, del mismo guionista que colaboró con Bigelow en "En tierra hostil". Un trabajo a medio camino entre el documental y la ficción que arrastra al espectador al centro de la trama, para mirarla desde dentro. A través de un complejo entramado de historias individuales, entre las que destaca la de la protagonista Jessica Chastain, con una intensidad y profundidad que transita desde la intemperie y el dolor hasta la gloria secreta, bordeando la neurosis obsesiva.
No hay maniqueismo ni doctrina ni relato moral en la película. Es un retrato lleno de matices, luces y sombras que le dotan de una incontestable credibilidad. Sin manipulaciones emocionales que atraigan y edulcoren una historia dura y descarnada. Más allá de sí las torturas (interrogatorios "mejorados" les llama la CIA) fueran necesarias o no (tal como sostiene la administración Obama) para encontrar la pista que finalmente llevo hasta Bin Laden.
No es una película contra la tortura, pero tampoco la justifica ni la deja de justificar. Es el retrato poderoso e incómodo del largo proceso para encontrar a Bin Laden, de una directora valiente que vuelve a demostrar una gran solvencia para hacer gran cine de la historia reciente, algo que de entrada parece extraordinariamente difícil.
Por el retrato psicológico de los personajes, el manejo de las escenas de acción (algunas de alto riesgo como el asalto nocturno al bunker del yihadista), la intriga, la tensión narrativa... para mí se merece el oscar a la mejor dirección. Sólo una duda: si alguna vez se demuestra (lo que en estas historias siempre puede ocurrir) que los hechos narrados han sido manipulados interesadamente, el valor de la película se desvanecerá completamente. Por el momento, un rotundo 9.
"The master" de Paul Thomas Anderson. No es una película sobre la Cienciología. Ni siquiera te queda claro si la defiende o la ataca. Sólo la utiliza para acoger la batalla entre dos personajes radicales que representan los extremos en los que todos nos movemos: el superego inclemente, desalmado e insaciable y las pulsiones desatadas del imprevisible inconsciente. Un enfrentamiento fascinante protagonizado por dos actores inmensos: Joaquin Phoenix y Philip Seymour Hoffman. El primero: un sociópata borracho, veterano de guerra, violento y atormentado. El segundo: un megalómano carismático y manipulador, el líder de una iglesia nueva. Dos polos opuestos que se atraen, se nutren el uno del otro durante un tiempo y finalmente se separan para siempre.
En "The master" es mucho más lo que se sugiere que lo que se muestra. Por eso gana mucho cuando la recuerdas, unas horas después de levantarte de la butaca. Está llena de elipsis tortuosas que te envuelven y te sorprenden continuamente, que te descolocan sin dejar de interesarte. Envueltas en una atmósfera perturbadora, en la que nada se subraya y lo superfluo no aparece. La presencia visual y gestual de los protagonistas, los largos planos que se les dedican, las conversaciones lentas y rotundas con la cámara fija en muchos casos... son suficientes para transmitir el combate universal que en la película se celebra.
Impresionante el dolor físico y la deformación corporal que el personaje de Phoenix contiene: la violencia de su autoexclusión social, su fatalismo estructural, la guerra interior que le corroe, el pecado original que le incapacita para disfrutar más allá de unos instantes de la paz y la serenidad.... Todo ello dibujado en su rostro desvariado. Y sin embargo..., él es finalmente el que de verdad se opone -desde el lugar más extremo y esencial de la conciencia; desde la libertad, la compasión y la ternura- a la falsedad y a la avaricia del charlatán que vende abrigos sin mangas a las conciencias culpables, deseosas de redimirse con palabras vacías por un puñado de dólares.
Magnifica la escenificación final de esa victoria, en el encuentro corporal, lleno de frescura y dignidad, con una mujer desconocida, quizás tan vulnerable como el propio Phoenix. Con la risa tonta de esa felicidad que se conoce inevitablemente efímera, pero que después de la batalla ganada o perdida, aparece más deseable que nunca.
Compleja pero magnífica, merecedora del oscar a la mejor película y a las dos interpretaciones masculinas. Otro 9 largo.
"Amour" de Michael Haneke. Sí, su película más tierna. Pero también una obra mayor en la plenitud de un director soberbio. Rezumando precisión y ese sabor clásico que da la expresividad justa, la cámara en el lugar justo, con los movimientos justos. La historia de un amor limpio, cercano, civilizado. De un hombre y una mujer a los que el dolor se les cae encima, sin avisar. Y en el ocaso de sus vidas, plenas y serenas hasta ese momento, tienen que aprender, sin maestros que los dirijan, a afrontar un último e inesperado registro: el de la dependencia y la muerte. Y lo hacen con una dignidad encomiable. Como la que su director quisiera tener cuando le toque. Hay mucho de anuncio en "Amour". Por algo los cuadros de las paredes de la casa donde la acción transcurre, son de sus padres y él escoge la música que acompaña los días de ese amoroso matrimonio.
Con el que pretende implicarnos. Ya en la primera escena, es la pantalla la que mira al patio de butacas lleno de espectadores que esperan el comienzo del concierto. Y a continuación, en cada escena, Haneke, como siempre, nos interpela, nos incomoda, nos incita a empujar para acelerar el desenlace, para acabar con el desasosiego que nos impide descansar en la butaca... Para llegar al final que todos intuimos, que conocemos de antemano... Pero que no vendrá hasta que todos los territorios de la vida sean recorridos: la infancia, los recuerdos, las historias compartidas, las palabras nunca pronunciadas, el silencio que todo lo dice, el deterioro, los errores, la impotencia, la rebelión, la indignidad, los luminosos instantes de felicidad, la poesía de la cotidianidad, el aislamiento del resto del mundo que permite la innegociable intimidad que ese tramo de la vida necesita... Todo madura hasta que llega el momento cumbre, brillante, emocionante, eterno, sereno..., en el que el "Amour" de Haneke alcanza su plenitud. Un momento eterno que redime al espectador de todo el malestar sufrido en el resto de la película. Magnífico en esa escena -y en el resto del film- Jean Louis Trintignant. Yo diría que perfecto.
Haneke nunca da un respiro al espectador. Su personal manera de entender el cine, su modo de contar las cosas no se lo permite. Por eso, si un pero tiene para mí esta película es un tramo intermedio en el que nos suelta, nos deja libres e incluso a algunos les aburre. Es posible que sea un tramo necesario para alcanzar el excelso final al que he hecho referencia. O simplemente un efecto indeseado del profundo realismo de la obra. Para mí un 8.75 de obligada visita para el que no la haya visto aún.
"Amour" de Michael Haneke. Sí, su película más tierna. Pero también una obra mayor en la plenitud de un director soberbio. Rezumando precisión y ese sabor clásico que da la expresividad justa, la cámara en el lugar justo, con los movimientos justos. La historia de un amor limpio, cercano, civilizado. De un hombre y una mujer a los que el dolor se les cae encima, sin avisar. Y en el ocaso de sus vidas, plenas y serenas hasta ese momento, tienen que aprender, sin maestros que los dirijan, a afrontar un último e inesperado registro: el de la dependencia y la muerte. Y lo hacen con una dignidad encomiable. Como la que su director quisiera tener cuando le toque. Hay mucho de anuncio en "Amour". Por algo los cuadros de las paredes de la casa donde la acción transcurre, son de sus padres y él escoge la música que acompaña los días de ese amoroso matrimonio.
Con el que pretende implicarnos. Ya en la primera escena, es la pantalla la que mira al patio de butacas lleno de espectadores que esperan el comienzo del concierto. Y a continuación, en cada escena, Haneke, como siempre, nos interpela, nos incomoda, nos incita a empujar para acelerar el desenlace, para acabar con el desasosiego que nos impide descansar en la butaca... Para llegar al final que todos intuimos, que conocemos de antemano... Pero que no vendrá hasta que todos los territorios de la vida sean recorridos: la infancia, los recuerdos, las historias compartidas, las palabras nunca pronunciadas, el silencio que todo lo dice, el deterioro, los errores, la impotencia, la rebelión, la indignidad, los luminosos instantes de felicidad, la poesía de la cotidianidad, el aislamiento del resto del mundo que permite la innegociable intimidad que ese tramo de la vida necesita... Todo madura hasta que llega el momento cumbre, brillante, emocionante, eterno, sereno..., en el que el "Amour" de Haneke alcanza su plenitud. Un momento eterno que redime al espectador de todo el malestar sufrido en el resto de la película. Magnífico en esa escena -y en el resto del film- Jean Louis Trintignant. Yo diría que perfecto.
Haneke nunca da un respiro al espectador. Su personal manera de entender el cine, su modo de contar las cosas no se lo permite. Por eso, si un pero tiene para mí esta película es un tramo intermedio en el que nos suelta, nos deja libres e incluso a algunos les aburre. Es posible que sea un tramo necesario para alcanzar el excelso final al que he hecho referencia. O simplemente un efecto indeseado del profundo realismo de la obra. Para mí un 8.75 de obligada visita para el que no la haya visto aún.