jueves, 30 de mayo de 2013

No tenemos lo que hay que tener

A Pepe Quiroga, Soco... y a tantos compañeros que se van marchando..., quieran o no.

En el mundo actual lo ideal es ser un autómata. Y a esa condición estamos llamados. A esa conclusión se llega leyendo la magnífica novela de Tom Wolfe sobre la carrera espacial de los EEUU. En la que, en el simbolismo del imaginario americano, los viejos vaqueros son sustituidos por pulcros y programados astronautas. 
Una reflexión de plena actualidad sobre la defensa de la dignidad humana, en estos tiempos canallas que nos ha tocado vivir. Que Jesús Villar, jefe de grupo del CIBER de Enfermedades Respiratorias en España, utiliza para culminar un brillante y valiente artículo sobre las jubilaciones obligatorias de médicos en nuestro país titulado "64 años y 365 días""En EEUU, ninguna empresa que se precie puede permitirse el lujo de desprenderse del talento de sus trabajadores". "En muchos países del mundo, las personas de más edad son el punto de referencia de la sociedad porque representan el conocimiento, la maestría, los valores de la comunidad y el buen juicio". 
En España no es así. Aquí, café para todos. Mismo rasero para todos los médicos de la sanidad pública: los que si quieren jubilarse a los 65 años, los que deben irse porque sus condiciones físicas o su perdida de motivación aconsejan su sustitución por savia nueva, y los que todavía conservan un enorme potencial de conocimiento y compromiso. Esenciales estos últimos para garantizar y aumentar, a día de hoy, la calidad asistencial, docente e investigadora de nuestros hospitales y centros de salud. 
Como Francisco Javier Cerdán, cirujano jefe de sección del Hospital Clínico de Madrid, que renuncia a sus vacaciones para operar hasta el último día y reflexiona en alto para un periódico de tirada nacional: " la cirugía la aprendes con los años y yo ahora siento que estoy en mi mejor momento, capaz de transmitir lo que sé a otros colegas". No es el único que así piensa de su situación personal, también aquellos que están redactando las 10 tesis doctorales que dirige. O sus potenciales pacientes: "cualquiera que tenga que operarse del colón querría que lo hiciera Cerdán", afirman sus compañeros. Una barbaridad expulsar a esta gente. Un suicidio colectivo, dice Villar.


Mientras tanto, mientras al conocimiento no le queda otra que pasear por el parque durante mañanas vacías, miles de asesores, políticos o enchufados de más de 65 años, sin jubilaciones obligatorias a la vista, cobran directa o indirectamente salarios públicos sin necesidad de justificar sus méritos profesionales o documentar los beneficios que de su "trabajo" reciben los ciudadanos.
Pero aquí nadie es responsable de nada y en esta atmósfera de extinción nietzschiana, tragamos con todo: que echen a los buenos médicos sin importarles una mierda las consecuencias, que a los médicos jóvenes los contraten por horas o por días, que sobresueldos legales o ilegales salgan a la luz y se apaguen en un abrir y cerrar de ojos, prescritos en el agujero negro de la confusión mediática...

NO TENEMOS LO QUE HAY QUE TENER. Nos escondemos en la legendaria pureza de la vieja izquierda o en la oscura apolítica de derechas o en la desilusión cronificada. O en la estéril desconfianza política de los movimientos 5 estrellas a los que nos "apuntamos" con tanta facilidad como simpleza. Como dice Jesús Villar no es hora de responder con futilidad a estas afrentas, no es momento de organizar cenas de despedida. Nada hay que celebrar. Lo que procede es montar un cristo indefinido por estas y otras tantas cosas para que sepan de lo que somos capaces antes de alcanzar la condición de autómatas. Y desobedecer siempre ante la ley injusta. De forma pacífica.
Si no lo hacemos, tendrá de nuevo plena vigencia el famoso sermón del pastor luterano Martin Niemöller: "cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas, guardé silencio porque yo no era comunista; cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio porque yo no era socialdemócrata; cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté porque yo no era sindicalista; cuando vinieron a llevarse a los judíos, no protesté porque yo no era judío; cuando vinieron a buscarme, no había nadie más que pudiera protestar." 
Pero para entonces, cuando esto nos llegue a nosotros, que nos llegará más temprano que tarde, ya seremos unos autómatas. Y apenas nos dolerá porque ya estaremos preparados, con las barbas bien remojadas después de presenciar impávidos, desafuero tras desafuero. Todo un consuelo, al fin y al cabo.

miércoles, 29 de mayo de 2013

En la ciudad, sin casco.

Dicen que el sentido común es el menos común de los sentidos. Si lo importante es que cada vez más personas incluyan el ejercicio físico en su vida cotidiana, y para ello usen la bicicleta como el modo de transporte urbano más sano, bonito y barato... Si la obesidad y el sedentarismo son las dos grandes epidemias de los países occidentales en el siglo XXI, y matan cada día a cientos de miles de personas en el mundo... ¿A qué viene implantar ahora la obligatoriedad del casco para el uso de la bicicleta en el ámbito urbano, una medida que sin duda va a limitar el número de ciclistas habituales en las ciudades a cambio de un pírrico beneficio en términos de seguridad vial? ¿Por qué no obligamos del mismo modo al conductor, al copiloto y a todos los viajeros de coches, camiones y autobuses a llevar un casco en cada asiento, si los traumatismos craneoencefálicos son la consecuencia más grave de los accidentes de tráfico también en los vehículos a motor? ¿O por qué no colocamos airbags por debajo de la ropa en las caderas de las ancianos para evitar las graves fracturas que las caídas producen con tanta frecuencia en ese tramo de edad, con el consiguiente gasto de recursos sanitarios? Y.. ¿qué tal si extendemos la paranoia de la seguridad absoluta hasta el infinito?



La cuestión es que España va a ser el único país europeo en implantar esta limitación en su territorio. Una limitación que producirá una disminución de entre un 20 y un 40% del número de ciclistas urbanos, tal como indican estudios y experiencias similares en Australia, Nueva Zelanda, etc. 
En cualquier caso, el sentido común nos llevaría a pensar que, si de salvar vidas y promover hábitos saludables se trata, resultaría más útil trazar en todas las ciudades una buena red de carriles-bici. O como Perico Delgado sugiere, habilitar ayudas económicas desde las empresas para facilitar la compra de bicicletas a los empleados y funcionarios con el fin de utilizarlas para ir al trabajo.
En fin, una medida desproporcionada tomada por burócratas que nunca han andado en bici por la ciudad. Rechazada por la mayoría de los municipios -de todos los colores políticos por otra parte-, por las empresas de alquiler de bicicletas, por las asociaciones de ciclistas...
Nadie ha tenido que obligar a los esquiadores o a los ciclistas de montaña a usar casco. La mayoría lo llevamos siempre. Por sentido común y conocimiento del riesgo. Ya somos mayorcitos para discernir, sin necesidad de paranoicas imposiciones, cuáles y cuántas deben ser las precauciones a tomar. Y para medir por nuestra cuenta los inevitables peligros a los que el hecho mismo de vivir nos aboca.
Por eso, en la ciudad, sin casco y con bici.