Así respondió el boxeador Tony Ortiz a las preguntas de los periodistas, con motivo de su nombramiento en 2008 como hijo predilecto de Fuente Obejuna (Cordoba). Una localidad conocida sobre todo por el "Todos a una" de Lope de Vega, la obra teatral que narra la rebelión del pueblo ante la injusticia y la tiranía del Comendador, en tiempos de los Reyes Católicos. De rabiosa actualidad en España y en el mundo. Pues he aquí que los mellarienses -ese es el jugoso gentilicio de Fuente Obejuna- de hoy se acuerdan de su vecino, aquel famoso boxeador de los años 60 e inicios de los 70, caracterizado por "crecerse con el castigo". De él decía entonces Alfredo Relaño que su única técnica consistía en cambiar golpes: "golpear y parar los golpes del rival con la cara". El prototipo del fajador, el paradigma de las familias españolas que volvieron de la emigración en los años de plomo a buscarse la vida con todo en contra: "ademas mi padre era un hombre de izquierdas, y el caudillo ganó la guerra..."
Estas cosas recordó el bueno de Tony al recibir el homenaje de sus paisanos. Definiéndose a sí mismo con ponderación: "era de físico pobre, pero de espíritu fuerte". Algo que podemos corroborar los que, en la bruma de la televisión en blanco y negro, recordamos su último combate -una verdadera carnicería, dijeron las crónicas al día siguiente-, a finales de los setenta contra el exlegionario Dum Dum Pacheco, otro hombre de hierro, que le sometió a un durísimo aluvión de golpes que Tony resistió hasta el asalto final con un pundonor a prueba de bomba.
Y hoy me da por hablar de boxeo porque es un deporte que durante décadas ocupó muchas páginas en los periódicos y tuvo una gran presencia en el imaginario colectivo del país. Algo que hoy parece perdido en el sueño de los tiempos. Un mundo sórdido, el del boxeo, pero al tiempo repleto de historias en general poco ejemplares, pero también de valores universales, de efímeras glorias... que hoy no son computables en la epidérmica y puritana mirada que el imperante pensamiento anglosajón ha contagiado al mundo globalizado. En todo caso el boxeo es una parte de nuestra historia reciente, que el cine nacional ha utilizado con cierta frecuencia para retratarnos de algún modo: "El tigre de Chamberí" de Pedro Luis Ramírez, "El crack" de Garci y Alfredo Landa, "Young Sánchez" de Mario Camus, "Mala racha" de Jose Luis Cuerda y Sancho Gracia... O para producir casposos bodrios como "Urtain, rey de la selva... o así" del inefable Manolo Summers.
Todo un personaje, Urtain el levantador de piedras, más famoso entonces que los futbolistas más famosos. El "morrosko de Cestona". El tongo hecho carne. Un invento, según cuenta la leyenda, de Vicente Gil, el médico de Franco en los años sesenta. A la sazón, presidente también, de la Federación Española de Boxeo. Un montaje que ganó innumerables peleas por K.O. a oponentes diversos, calvos y gordos algunos, otros de fiero aspecto pero luego blandos en el combate... hasta ser campeón de Europa para mayor gloria de la madre patria tan necesitada entonces de autoestima. Iniciando poco después una fulgurante caída, abandonado por quienes le encumbraron y le jalearon, malviviendo hasta que pudo del trapicheo y de la lucha libre. A los 49 años se tiró por la ventana de un octavo piso y murió aplastado en el suelo de la calle, como le corresponde morir a un boxeador sonado.
Sobre él, en un bar de Logroño, inmerso en el rito iniciático de los primeros chiquiteos, escuché hace ya demasiados años una típica discusión entre dos parroquianos habituales, de la que todavía me acuerdo de vez en cuando. Uno de ellos afirmó, cargado de razón: "¡pero si Urtain no tiene pegada!". Para que el otro zanjara el asunto con una lógica aplastante: "¡pues si no tiene pegada, la próxima vez, ponte tu!". Un debate clásico de la España carpetovetónica.
En términos parecidos, tiempo después, supe de otra frase relacionada con el homo antecesor -también vasco- de Urtain: el gran Paulino Uzcudun, tres veces campeón de Europa de los pesos pesados en los años anteriores a la guerra civil española. De él cuentan que, cuando un emisario anunció a su hermano -el cura titular de su Régil natal en la Guipuzcoa profunda- uno de sus gloriosos triunfos en el extranjero, éste le contestó con espontaneidad: "¡que Paulino ha ganado... pero si no tiene media hostia!". Cosas de vascos y boxeadores, tal para cual. Gente emprendedora, se dice ahora. Que también en esos años hicieron las Américas. Uzcudun llegó a boxear contra los púgiles más importantes de EEUU en aquellas décadas de ley seca, gangsteres y policias. Sin tocar nunca la lona, hasta caer derrotado nada menos que por Joe Louis, quizás el mejor púgil de todos los tiempos, en el Madison Square Garden de Nueva York. Una derrota gloriosa de una gloria de nuestro boxeo. Al que más tarde llegaron otros campeones: Pepe Legrá, Pedro Carrasco, Poli Díaz...
Un pozo lleno de vidas perdidas, de altos vuelos y terribles caídas, de humanidad en suma. Con la ingenuidad de las cifras sencillas: 87 combates, 55 victorias, 22 derrotas y 10 nulos. La vida en broma de Tony Ortiz.
Todo un personaje, Urtain el levantador de piedras, más famoso entonces que los futbolistas más famosos. El "morrosko de Cestona". El tongo hecho carne. Un invento, según cuenta la leyenda, de Vicente Gil, el médico de Franco en los años sesenta. A la sazón, presidente también, de la Federación Española de Boxeo. Un montaje que ganó innumerables peleas por K.O. a oponentes diversos, calvos y gordos algunos, otros de fiero aspecto pero luego blandos en el combate... hasta ser campeón de Europa para mayor gloria de la madre patria tan necesitada entonces de autoestima. Iniciando poco después una fulgurante caída, abandonado por quienes le encumbraron y le jalearon, malviviendo hasta que pudo del trapicheo y de la lucha libre. A los 49 años se tiró por la ventana de un octavo piso y murió aplastado en el suelo de la calle, como le corresponde morir a un boxeador sonado.
Sobre él, en un bar de Logroño, inmerso en el rito iniciático de los primeros chiquiteos, escuché hace ya demasiados años una típica discusión entre dos parroquianos habituales, de la que todavía me acuerdo de vez en cuando. Uno de ellos afirmó, cargado de razón: "¡pero si Urtain no tiene pegada!". Para que el otro zanjara el asunto con una lógica aplastante: "¡pues si no tiene pegada, la próxima vez, ponte tu!". Un debate clásico de la España carpetovetónica.
En términos parecidos, tiempo después, supe de otra frase relacionada con el homo antecesor -también vasco- de Urtain: el gran Paulino Uzcudun, tres veces campeón de Europa de los pesos pesados en los años anteriores a la guerra civil española. De él cuentan que, cuando un emisario anunció a su hermano -el cura titular de su Régil natal en la Guipuzcoa profunda- uno de sus gloriosos triunfos en el extranjero, éste le contestó con espontaneidad: "¡que Paulino ha ganado... pero si no tiene media hostia!". Cosas de vascos y boxeadores, tal para cual. Gente emprendedora, se dice ahora. Que también en esos años hicieron las Américas. Uzcudun llegó a boxear contra los púgiles más importantes de EEUU en aquellas décadas de ley seca, gangsteres y policias. Sin tocar nunca la lona, hasta caer derrotado nada menos que por Joe Louis, quizás el mejor púgil de todos los tiempos, en el Madison Square Garden de Nueva York. Una derrota gloriosa de una gloria de nuestro boxeo. Al que más tarde llegaron otros campeones: Pepe Legrá, Pedro Carrasco, Poli Díaz...
Un pozo lleno de vidas perdidas, de altos vuelos y terribles caídas, de humanidad en suma. Con la ingenuidad de las cifras sencillas: 87 combates, 55 victorias, 22 derrotas y 10 nulos. La vida en broma de Tony Ortiz.